ABC (Córdoba)

«El daño no acaba cuando el agresor pone fin a su “capricho”»

Natalia Ortega de Pablo Psicóloga, directora de Activa Psicología ▶ La autora cuenta en «Mariposas de cristal» casos reales de infancias rotas por el abuso sexual

- L.PERAITA

Nico apenas tenía 8 años cuando entró en la consulta psicológic­a de Natalia Ortega de Pablo. Su mirada era triste y perdida. Le habían robado las palabras. Y su infancia. La psicóloga le invitó a dibujar lo que sentía. Él se esmeró y le entregó el papel con la mano temblorosa. «Aquella imagen se me quedó grababa en la retina –confiesa ella–. Había tres figuras humanas desnudas. Dos parecían mayores y tenían muchas borraduras negras. Rodeaban a lo que parecía un niño que lloraba y tenía manchas rojas». Con voz tímida, el pequeño Nico confesó: son mi abuelo, mi tío y yo.

Este es uno de los casos que la autora de «Mariposas de cristal. Cuando el abuso infantil deja de ser un secreto» desvela en su libro.

—¿Cómo es posible que los niños víctimas de abuso sexual disocien su mente para poder llevar una vida «normal»?

—Se trata de un mecanismo de defensa. El cerebro se desdobla para no integrar en su vida algo que para ellos es extraño, sucio, les hace mucho daño y escapa de su control. Crean sus dos mundos paralelos; uno en el que se resignan y son el juguete de un violador, y otro en el que quieren mantener la infancia como el resto de niños.

—¿Cuándo se dan cuenta de que lo que les piden no es correcto?

—Desde muy pequeños perciben que algo no está bien. Al cumplir lo que les dicen aseguran que notan una sensación rara en la tripa, algo que les revuelve. También se dan cuenta cuando, por ejemplo, se acercan a un amiguito y tratan de besarle o de tocarle y el amigo les reprocha qué está haciendo, que es un cochino, cuando para él es algo que tiene integrado como «normal», lo que le rompe los esquemas, no les cuadra.

—¿Por qué callan y no lo cuentan?

—Porque el agresor sabe muy bien cómo engañar al niño diciéndole que es un juego en el que los dos son igual de partícipes. El pequeño lo entiende de la misma manera que si jugara al pilla-pilla, los dos son esenciales para poder jugar. El niño se siente protagonis­ta, un protagonis­mo que, posteriorm­ente, cuando es consciente de la verdadera trascenden­cia de lo ocurrido, le hará sentir muy culpable. El agresor es capaz de alienar la mente del menor que ha aceptado sus normas y, por ello, el niño se sentirá igualmente responsabl­e del abuso, a pesar de ser víctima.

—¿Es posible que las víctimas olviden y superen esta experienci­a?

—Cuanto más pequeña sea la víctima más fácil es que supere esta situación, puesto que la mente de los niños es más plástica. El sufrimient­o no acaba cuando el agresor pone fin a su «capricho». Quedan muchas secuelas. Por ello, hace falta hacer con los menores un trabajo de reeducació­n afectivo-sexual muy importante y tratar muchos aspectos como la autoprotec­ción, el aumento de la autoestima, que no reproduzca­n comportami­entos sexuales como los recibidos, que mantengan buenas relaciones sociales, evitar la ideación autolítica... El proceso es distinto para cada paciente y depende del tipo de abuso sufrido. Normalment­e terminan por recuperars­e.

—¿Cómo es posible que unos padres no se den cuenta de que su hijo está siendo abusado?

—Para muchos progenitor­es, un hecho de tal magnitud queda tan fuera de su imaginació­n. Además hay muchos síntomas (dificultad­es para conciliar el sueño, no controlar esfínteres, cambios en la alimentaci­ón...) que no son exclusivos de estos abusos, también del bullying, el fracaso escolar, etc.

—¿Se puede hacer algo para evitar estas situacione­s?

—Darles estrategia­s de autoprotec­ción. Educar en sexualidad. No puede ser un tabú. Tanto en las escuelas como en las familias se debe abordar el asunto para que los pequeños sepan desde bien pronto qué tipo de contacto es adecuado y cuál no. Hacen falta más políticas de protección al menor. Los abusos nunca pueden quedar en un secreto. Deben darse a conocer para buscar soluciones al daño causado.

«El agresor es capaz de alienar la mente del niño y hacerle responsabl­e del abuso»

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ERNESTO AGUDO Natalia Ortega en su consulta de Madrid
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