El calvario de Troya
Dirección: Carme Portaceli. Intérpretes: Aitana Sánchez-Gijón, Irene Arcos, Alba Flores, Gabriela Flores, Nacho Fresneda, Miriam Iscla y Pepa López. Lugar: Teatro Góngora
«Troyanas», de Eurípides, en versión y traducción de Alberto Conejero, se ha representado el pasado viernes en el Teatro Góngora, dirigida por Carme Portaceli, una coproducción encabezada, entre otros, por el Festival de Mérida.
La obra de Eurípides, a pesar de sus casi 2.500 años de antigüedad, no ha perdido vigencia. La adaptación ha prescindido de algunos aspectos, como las alusiones mitológicas, aportando referencias contemporáneas, pero, en esencia, es fiel al original. No podía ser de otra manera, dada la actualidad del tema.
El tema es la guerra y sus consecuencias para los vencidos, en este caso para las mujeres troyanas, repartidas entre los griegos como botín de guerra. Ello da pie a escenas de gran tensión y conflictividad en las que se argumentan y expresan las crueldades de la guerra y cómo éstas azotan a los inocentes, las mujeres, los niños, etc. Sobre todo, se carga el acento en el sufrimiento femenino, al ser tratada la mujer como un objeto más. Esto, que es denuncia justa, pero también podría ser moda o postureo de cierto feminismo del presente, ya estaba en el texto original, lo cual acentúa el adaptador y la directora. Eurípides pone el dedo en la llaga con clarividente anticipación.
Muy bien el reparto, encabezado por Aitana Sánchez-Gijón, aunque ésta, en alguna intervención, acusa cierta exageración histriónica. Las interpretaciones del reparto son intensas y desgarradas, la historia lo es y mucho.
Lleno total
La dirección ha acentuado la atemporalidad de las acciones y ha optado por sugerir su contemporaneidad. Ello es un acierto para una obra tan llena de contenidos y matices. Los actores se expresan unas veces con naturalidad y otras con trágica declamación, pero también utilizan la expresión corporal, los coros y la canción. Estas fusiones de técnicas interpretativas permiten a la directora enriquecer el juego escénico.
Muy bien la escenografía, de Paco Azorín, presidida por una tau, una T caída sobre el suelo, inicial de Troya, pero también alusión a una cruz o calvario, pues un calvario contemporáneo de madres y mujeres es lo que se vive en el escenario. Acierta también la iluminación, de Pedro Yagüe, con dramáticas atmósferas. La plástica se completa con unos expresivos videos de Arnau Oriol y el envolvente diseño de sonido de Fran Gude.
Una de las escenas más conmovedoras fue el camino hacia la muerte del niño, hijo de Andrómaca y Héctor, mientras en el calvario de Troya el espacio sonoro se llenaba con el «Stabat Mater» de Pergolesi. Lleno total y largos aplauso