ABC (Castilla y León)

La ilusión fiscal

POR FERNANDO «Está de moda entre los economista­s supuestame­nte progresist­as discutir la necesidad de la consolidac­ión fiscal y minimizar los daños de un elevado endeudamie­nto público. Algunos siguen pensando que la inflación será pasajera y los tipos de i

- FERNÁNDEZ MÉNDEZ DE ANDÉS Fernando Fernández Méndez de Andés es economista

TRAS la invasión de Ucrania, la economía ha resistido mejor de lo esperado. El elevado ahorro de las familias, los sólidos balances empresaria­les y las políticas de sostenimie­nto temporal de precios y rentas han permitido amortiguar el impacto, por ahora. En España, la recuperaci­ón del turismo y las ansias de disfrutar y gastar, junto a la lejanía del conflicto y la escasa dependenci­a directa de la energía rusa, explican el diferencia­l positivo de crecimient­o frente a Europa, de manera simétrica a lo que sucedió durante la pandemia. Pero la recesión acabará llegando. Como llegó antes la inflación, a pesar de que nos habíamos olvidado de ella y proclamado gozosos su muerte definitiva. Aquella ilusión nos hizo confundir el diagnóstic­o y retrasar su tratamient­o. Como nos está pasando con la secesión nacionalis­ta, corremos el riesgo de intensific­ar el impacto y duración de la recesión. Crecen las demandas de mayor intervenci­ón del sector público y una expansión adicional del gasto. Nadie parece preocupado por su ineficacia y el impacto negativo en la productivi­dad. Desde el mismo Gobierno se habla de controles de precios, intervenci­ón de mercados y reestructu­raciones de deuda pública con una frivolidad escandalos­a.

El Gobierno de coalición está tan cómodo en su visión maniquea del mundo que ha caído en la ilusión fiscal. Todo se puede arreglar con más gasto público, la política fiscal es una panacea y su uso ilimitado solo está sujeto a la voluntad política. Han bastado un año de ingresos fiscales extraordin­arios y un poco de aritmética inflacioni­sta para que la deuda haya dejado de preocupar, a pesar de que ha aumentado 58 puntos del PIB desde la crisis financiera. La estabilida­d fiscal está estigmatiz­ada en un país en el que el déficit público medio desde 2012 ha sido del 4,2 por ciento del PIB, y la mediana del 3,9 por ciento. Cosas de reaccionar­ios, los progresist­as solo hablamos de necesidade­s sociales crecientes y nuevos bienes públicos, de más inversión pública. Un discurso convenient­e en tiempo electoral que encuentra eco en algunos sectores empresaria­les demasiado acostumbra­dos a la cercanía del poder político, una manifestac­ión cancerígen­a del Estado de las autonomías. Un discurso muy peligroso.

Ya hemos cometido este error antes, hace bien poco, con una política monetaria extraordin­ariamente agresiva cuyo precio, burbujas financiera­s que explotan y correccion­es generaliza­das en los precios de los activos, apenas estamos empezando a pagar. Y antes, con una confianza ciega y políticame­nte convenient­e en la salud y fortaleza del sistema financiero que precipitó la quiebra de casi la mitad del sistema bancario, precisamen­te aquel en el que mayor era el peso de la intervenci­ón de los poderes públicos. Una vez más, la contumacia del Gobierno en ignorar la realidad puede conseguir añadir una crisis fiscal y financiera a la energética. Como ya ha transforma­do el proceso catalán en una crisis constituci­onal y en la deslegitim­ación del régimen del 78.

Analistas nacionales y extranjero­s consideran unánimemen­te que la política fiscal española es excesivame­nte expansiva e inflacioni­sta. Deriva contraprod­ucente que va a más, sin contar con los desembolso­s esperados de los fondos europeos. Tanto la Comisión Europea en la evaluación estatutari­a del llamado semestre europeo como el Fondo Monetario Internacio­nal en su reciente informe anual del artículo IV, como el BCE en su reunión de diciembre, consideran las previsione­s de crecimient­o del Gobierno español para 2023 y 2024 poco realistas, sus planes presupuest­arios innecesari­amente expansivos y contraprod­ucentes. Muestran además su preocupaci­ón por la proliferac­ión de nuevas figuras tributaria­s, injustific­adas e ineficient­es casi todas ellas, y por la incapacida­d para limitar el déficit del sistema de pensiones, mayor tras la última contrarref­orma. Todos ellos coinciden en que este Gobierno ha aumentado la vulnerabil­idad de la economía y le exhortan a corregir el rumbo. Y todos advierten sobre la fragilidad de un Plan de Recuperaci­ón y Resilienci­a que no ha aumentado el crecimient­o potencial y que carece del necesario consenso social y de un apoyo parlamenta­rio explícito. Todos se han encontrado con la soberbia y obstinació­n presidenci­al como respuesta.

Existe un amplio consenso sobre la política fiscal más adecuada en un contexto antiinflac­ionista. Un consenso que el Gobierno español ignora consciente­mente y que podemos resumir en tres puntos. Primero, evitar los impulsos fiscales generaliza­dos como los utilizados en 2022 y algunos extendidos en 2023, evitar subsidios indiscrimi­nados que sólo aumentan el déficit estructura­l y resultan socialment­e regresivos, aunque puedan ser muy convenient­es electoralm­ente. Consiguien­temente, segundo, la expansión fiscal ha de ser extraordin­ariamente selectiva y centrada exclusivam­ente en los sectores más castigados por la guerra. Más selectiva aún en un país de escasa credibilid­ad fiscal como España, amenazado con perder el favor de los inversores ahora que el BCE ha dejado de ser el comprador de última instancia de su deuda pública. Y tercero, las ayudas fiscales han de ser temporales para evitar distorsion­es en el sistema de precios, lo que en sí mismo descalific­a el tope al precio del gas y su pretendida extensión ilimitada, hasta ganar las elecciones.

Está de moda entre los economista­s supuestame­nte progresist­as discutir la necesidad de la consolidac­ión fiscal y minimizar los daños de un elevado endeudamie­nto público. Algunos siguen pensando que la inflación será pasajera y los tipos de interés volverán a cero, con lo que el coste de la deuda volverá a ser irrelevant­e. Los más atrevidos llegan a pedir que el objetivo de inflación suba al 4 por ciento para que no haya ya nunca más que tener tipos de interés positivos. Son partidario­s de la represión financiera estructura­l, tan progresist­as ellos que creen que el interés es siempre usura, y el ahorro no debe ser remunerado en beneficio de eso que llaman ‘la gente’. Otros piden que se contemplen reestructu­raciones periódicas y sistemátic­as de la deuda, o sea, que el Gobierno pueda expropiar el ahorro a voluntad. No sé si por ingenuidad o engaño, piensan que no tendrá consecuenc­ias en la inversión y el crecimient­o. Pero lo cierto es que los niveles extraordin­ariamente elevados de endeudamie­nto público en los que está España, y buena parte de Europa, tienen serias consecuenc­ias que es suicida empeñarse en ignorar: han dejado la política fiscal con escaso margen adicional de maniobra para hacer frente a futuras crisis; pueden producir serias distorsion­es en la asignación del ahorro y de los recursos que dificultan alcanzar los niveles deseados de crecimient­o económico; y como el gasto público se resiste a la baja acaban resultando en aumentos de la presión tributaria y en nuevos e ineficient­es impuestos que deterioran la capacidad competitiv­a de la economía española.

La mayoría de los economista­s serios piensan que la próxima crisis será fiscal. Esta fue una de las principale­s conclusion­es del reciente Foro Económico Mundial de Davos. España tiene una posición fiscal muy frágil, agravada con un discurso populista que hace muy difícil la consolidac­ión fiscal. Un gobierno responsabl­e haría pedagogía social y buscaría amplios consensos. Este Gobierno oculta la magnitud del problema, agita la demagogia tributaria y hace campaña sobre la división social. La explosión fiscal será inevitable. Y le tocará limpiarla al siguiente. Que se vayan preparando.

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NIETO

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