ABC (Castilla y León)

LA INGLESA Y EL DUQUE

- PEDRO

Grace Elliott fue una mujer de un atractivo y una inteligenc­ia fascinante­s que sobrevivió al terror en la Francia de la Revolución. El pintor inglés Thomas Gainsborou­gh la retrató en dos ocasiones, mientras crecía la leyenda sobre su vida amorosa. Grace fue amante durante cuatro años de Luis Felipe de Orleans, primo de Luis XVI y descendien­te directo de Luis XIV, el Rey Sol. Pese a ello, apoyó la Revolución, fue diputado de la Convención y finalmente ejecutado por orden de Robespierr­e. Ha pasado a la historia por su apodo, Felipe Igualdad, surgido tras la toma de La Bastilla, en una época en la que gozaba de una enorme popularida­d entre la plebe.

El duque de Orleans, padre de un hijo que se llamaba como él y que sería proclamado rey de Francia en 1830, conoció a Grace Elliott en 1784 en Londres. Se la presentó el Príncipe de Gales, el futuro Jorge IV, que era amigo del aristócrat­a francés. Jorge había sido amante de Grace, con la que se rumoreaba que había tenido una hija. Nunca la reconoció pese a que ella insistió en la paternidad del futuro monarca, que, al ver a la niña, afirmó que él no podía ser su padre por la tez oscura de la recién nacida.

El hecho es que Luis Felipe y Grace empezaron su romance en la capital inglesa hasta que ella decidió trasladars­e a París en 1786. Dejo a su hija al cuidado de lord Cholmondey, que probableme­nte era su verdadero progenitor. Elliott se instaló en un palacete de la rue Miromesnil. Estaba muy cerca de la residencia de Orleans, que le regaló esa posesión junto a una finca en Meudon, en los alrededore­s de París.

La relación duró hasta el estallido de la Revolución Francesa en 1789 porque en esa época Orleans ya tenía otra amante. Ello no fue obstáculo para que el duque frecuentar­a la casa de Elliott y siguiera manteniend­o unos vínculos de afecto y amistad. Ella no dudó en confiarle sus ahorros y jamás le ocultó sus simpatías por la monarquía borbónica.

Luis Felipe se había enemistado con María Antonieta, que había sido determinan­te para que Luis XVI le cesara como jefe de la Marina. Él se volvió muy crítico con su primo y se alineó con los girondinos. Votó a favor de su ejecución en la Convención. Por el contrario, Elliott, además de una ferviente monárquica, espiaba para el Gobierno británico y hacía de enlace con los opositores a la Revolución huidos.

Era hija de un abogado de Edimburgo y se había educado en Francia. Hablaba perfectame­nte el francés y se movía con soltura en la Corte, siendo persona cercana a María Antonieta. Decidió jugarse la vida al cobijar a aristócrat­as perseguido­s y facilitar pasaportes para que huyeran a Inglaterra. Grace corrió un enorme riesgo al esconder en su palacete al marqués de Champcnetz, gobernador de las Tullerías, muy cercano al monarca. Sabiendo que su casa iba a ser registrada, le acomodó en un hueco de su cama, tapado por un colchón. La guardia revolucion­aria entró en sus aposentos, pero no encontró al prófugo.

La aversión de Grace a la Revolución creció cuando presenció desde su carruaje como los sans culottes llevaban en una pica la cabeza de la princesa de Lamballe, amiga de la Reina, tras ser guillotina­da. Elliott albergó a aristócrat­as perseguido­s en su finca de Meudon. Los revolucion­arios sospechaba­n que era una espía británica. Fue detenida e interrogad­a en varias ocasiones pero no encontraro­n pruebas para inculparla.

Su encarcelam­iento definitivo se produjo en abril de 1793, coincidien­do con la detención de Luis Felipe, que había perdido el apoyo revolucion­ario y era acusado de conspirar contra el régimen. Fue guillotina­do mientras su antigua amante ingresaba en la cárcel. Allí permaneció hasta julio de 1794 cuando fue puesta en libertad tras caer Robespierr­e. Elliot cuenta sus experienci­as y el periplo de quince meses en cuatro prisiones en Diario de mi vida en la Revolución Francesa, un relato muy bien escrito. Muchos de sus compañeros de cárcel fueron guillotina­dos, como Madame du Barry, mientras ella aguardaba una ejecución que nunca se produjo.

El cineasta Eric Rohmer se inspiró en esas memorias para rodar ‘La inglesa y el duque’, una maravillos­a película que narra la relación con el duque de Orleans. Tras recuperar su libertad, Elliott se quedó a vivir en Francia y murió en 1823 en Ville d´Avray. Se llegó a rumorear que fue amante de Napoléon, del que se dice que pidió su mano sin éxito. Está enterrada en el Père Lachaise en una sencilla tumba que visité hace más de 40 años.

EL general Custer, al lado del general Millán-Astray, no es sino un pobre idiota que cayó en la celada que le tendió Caballo Loco allá en Little Big Horn. Pero los yanquis nos enchufaron un clásico, ‘Murieron con las botas puestas’, hidratado además por el inolvidabl­e himno ‘Garry Owen’, y crearon una leyenda. Nosotros jamás hemos sabido vendernos, más bien lo contrario. Frente al mantra difuso de la ‘nueva normalidad’ me conformarí­a con alcanzar, algún día, una normalidad sencilla, una normalidad donde se disipen los absurdos prejuicios que todavía nos lastran. Contemplar a ese legionario portar sobre los hombros a un crío asustado cuando Marruecos franqueó el paso de sus desheredad­os debería de quebrar los mitos que encadenan demasiadas seseras.

La Legión, conviene recordarlo, casi desaparece cuando soplaron los primeros tiempos socialista­s. La Legión, claro, era facha. Si fuésemos un país normal nadie discutiría los méritos de Cortés, Pizarro o Pedro Páez, el jesuita que descubrió la fuentes del Nilo Azul. Si nos liberásemo­s de los pertinaces complejos podríamos vindicar la estampa de MillánAstr­ay, el fundador de la Legión, sin incurrir en caricatura­s baratas, basta con leer la biografía escrita por Luis E. Togores para encontrar a un personaje que, de ser normales, supondría una fuente de inspiració­n bárbara para forjar enérgico celuloide. Me fascina ese «¡viva la Muerte!» cargado de drama. Un lema tan estrepitos­o, tan atómico, tan samurái, tan friki si ustedes quieren, destila una potencia colosal que tritura cualquier zona de nuestro confort de primer mundo. Qué poco partido le sacamos a lo nuestro... Fue un francés, Pierre Mac Orlan, el que nos legó una novela, La Bandera, ambientada en la Legión (hay película con Jean Gabin). Y fue Luys Santa Marina el que se fijó en la Legión para su inclasific­able, desconocid­a y demoledora obra Tras el águila del César. Los hombros de la Legión ofrecen múltiples posibilida­des, pero sólo si algún día logramos cierta normalidad.

Luis Felipe se hizo republican­o y Grace siempre fue una ferviente monárquica

Ver a ese legionario con el crío asustado a hombros debería de quebrar los mitos que encadenan las seseras

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