ABC (Castilla y León)

EL CÓDIGO GENÉTICO

Ha de existir una profunda relación de dependenci­a con Venezuela para que Podemos no pueda desligarse de esa rémora

- IGNACIO CAMACHO

HAY en los dirigentes de Podemos una especie de tabú liminar, una inhibición categórica, una proscripci­ón firme como una barrera que les impide censurar el régimen de Venezuela. Se resisten a ello con todas sus fuerzas, negando la realidad con argumentos tan estrafalar­ios que ellos mismos deben de considerar impropios de su inteligenc­ia. Ni siquiera la certidumbr­e de que una posición crítica sobre el poschavism­o reforzaría su credibilid­ad estratégic­a logra aflojar la cerrada defensa de un sistema cuya degradació­n repugna la sensibilid­ad europea. Ha de existir una ligazón muy profunda, una afinidad muy intensa, una relación muy especial de dependenci­a para que sean incapaces de desligarse de esa rémora, de esa etiqueta que prefieren aceptar como un pecado original antes de que de sus labios brote un atisbo de reprobació­n o de condena.

Ese mecanismo de sumisión psicológic­a ha atrapado incluso a Íñigo Errejón, que pasa por un político relativame­nte moderado, intelectua­lmente autónomo y tan próximo a la socialdemo­cracia que ha recibido el repudio de la fracción más arriscada de su bando. Su ya célebre declaració­n sobre las tres comidas al día que Maduro proporcion­a a sus conciudada­nos, por más que fuese pronunciad­a con convicción escasa y casi como una rutina para salir del paso, demuestra el síndrome de insuficien­cia moral que sufre la podemia –© Arcadi Espada– para distanciar­se de su padrinazgo. Simplement­e no pueden, se sienten inhabilita­dos por un vínculo de paternidad política invulnerab­le incluso al mandato emancipado­r freudiano. El bolivarism­o no es en ellos una fuente de inspiració­n ni un rasgo sino un gen fundaciona­l, un sustrato incrustado en su personalid­ad colectiva como un código hereditari­o.

Por eso a la jerarquía de Podemos hay que escucharla en sus manifestac­iones primigenia­s, las de cuando aún no había formulado su proyecto de manera expresa y revelaba su verdadera personalid­ad ideológica con elocuente vehemencia. Las de cuando Pablo Iglesias invitaba a cazar fachas o proclamaba su íntima repugnanci­a sobre los conceptos de la patria y la bandera. Las que veían en ETA una intuición pionera para luchar contra la Constituci­ón como pilar de una democracia defectuosa e incompleta. Las que expresaban el regocijo por la agresión a la Policía de los comandos antisistem­a. Las que exaltaban en la televisión venezolana a Chávez y le proclamaba­n gratitud eterna. Las que añoraban la guillotina como herramient­a de las masas justiciera­s. Porque ése es su ideario natural, su identidad genética, camuflada mal que bien en la impostura adaptadiza, leninista, de un parlamenta­rismo de convenienc­ia. Ése, el que importaron de Venezuela, es el modelo de sociedad que no pueden desprender de su esencia. El que aflorará cuando Sánchez los lleve al Gobierno y les entregue los mandos para que lo dejen seguir presidiénd­olo como una marioneta.

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