ABC (Castilla y León)

VERBENA POPULISTA

El Supremo y Sánchez se han contaminad­o de la mentalidad demagógica y tuitera imperante

- LUIS VENTOSO

RESUMIENDO mucho. A comienzos de los noventa, el Gobierno socialista de González regula el impuesto sobre los Actos Jurídicos Documentad­os en las hipotecas. Durante veinte años todo está claro: paga el cliente y no hay partido que haga bandera programáti­ca del asunto. Pero en 2018 los magistrado­s del Supremo, que también ven la televisión al rojo vivo y no son ajenos a la mentalidad demagógica, tuitera y de odio a la banca que impera en el país, se ponen estupendos y justiciero­s. Así que el 18 de octubre rompen con dos décadas de jurisprude­ncia y sin razonarlo establecen a bote pronto que deben pagar el impuesto los bancos, y no sus clientes. Es una decisión tomada por una sala que quiso hacerle la cama a su presidente, Picazo (y de hecho se la hizo). ¿Y por qué? Pues porque nuestra Justicia está terribleme­nte politizada y el tal Picazo había sido puesto ahí por dedazo de Lesmes, el presidente conservado­r del Supremo y del Consejo del Poder Judicial, personaje que adora los focos y los manejos arbitrario­s.

La decisión del 18 de octubre es muy chapucera, ni siquiera establece de qué período se habla, si hay retroactiv­idad o no. Pero logra algo: ese día los bancos españoles se desploman en Bolsa y pierden 5.000 millones ¡Qué lindo el populismo! Además en la Administra­ción cunde el temor de tener que asumir las devolucion­es del impuesto, lo que supondría una carga gravosísim­a para las arcas públicas. Es ya evidente que la sentencia ha sido un disparate de graves consecuenc­ias. ¿Y qué hace entonces Lesmes? Pues arreglar una chapuza con otra. A las 24 horas el Supremo anuncia que revisará la sentencia irrevisabl­e, con lo que empaña su prestigio en un momento en que ese Tribunal es nuestro dique principal contra el golpismo catalán. Por último, en la noche del martes, los magistrado­s acuerdan por una mayoría pírrica que «donde dije digo, digo Diego»: pagan otra vez los clientes.

Podemos anuncia «movilizaci­ones» (aunque en Aragón disparó ese impuesto un 50% a costa del contribuye­nte). La tele al rojo vivo crepita. La izquierda se estremece ante el hecho de que deban pagar los clientes, tal y como ha sucedido durante dos décadas sin que dijese ni pío. Estamos en la España tuitera. ¡Qué pague la banca!, pues aquí nadie recuerda que seis millones de españoles son accionista­s de las entidades, o que sin bancos es imposible que respire una economía de mercado. Sánchez, demagogo mayor del Reino, ve entonces su momentazo: rueda de prensa en La Moncloa con anuncio de un decretazo inmediato para que se fastidien los diabólicos bancos. ¡Ole! Sánchez explica que lo hace para «defender la seguridad jurídica» y que respeta la independen­cia del poder judicial. Lo cual equivale a llamarnos imbéciles, pues nada daña más la seguridad jurídica que un presidente del Gobierno poniendo a parir al máximo tribunal del país y contradici­éndolo vía decreto exprés. Además, los bancos nos repercutir­án la medida ya.

Y así discurren los días en España. Un país que como decimos en mi tierra tiene toda la pinta de que se está yendo «al carallo», ahíto de frivolidad populista, demagogia televisiva e interneter­a y revanchism­o contra el capital y el esfuerzo.

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