Empate en el descanso
«Tenemos una cosa que se llama Senado», dijo ayer Donald Trump para recordar a los estadounidenses las virtudes políticas de los sistemas bicamerales. Los que funcionan, no el de España, que venía averiado de fábrica y que Pedro Sánchez quiere terminar de prestigiar llamando al chatarrero para que un día de estos se pase a recogerlo. En manos de los republicanos, el Senado de Trump representa el quiero y no puedo del Partido Demócrata para materializar en Washington el presunto rechazo –generalizado, según contaban– del pueblo estadounidense a la gestión del presidente. No era para tanto. Empate a goles en el descanso. Queda partido y queda bipartidismo. Una «bonita situación», en palabras de Trump.
Los demócratas controlan ahora la Cámara de Representantes, lo que les obliga a abandonar su oposición frontal a Trump –hasta ahora puramente escénica y posturera, lo que les daba mucho margen dramático– y ponerse a cerrar acuerdos con un empresario que ha trasladado a la política sus heterodoxas maneras de sentarse y de levantarse de una mesa de negociación, un vendemotos capaz de despachar como una victoria, y por anticipado, lo que fue una renuncia electoral. «No puedo hacer campaña por todos esos congresistas. Hay mucha gente en la Cámara Baja. Serían demasiadas paradas», dijo hace tres días Trump, estratégicamente centrado en conseguir votos para el Senado.
Hasta ahora, y sin una mayoría parlamentaria de los demócratas en alguna de las dos cámaras de Washington, el único contrapeso a Donald Trump ha sido el ejercido por los tribunales de Justicia, encargados de frenar los arrebatos populistas del presidente estadounidense, que solo ha tenido oportunidad de mostrar sus habilidades negociadoras –muy innovadoras y sutiles– en el campo de la política exterior. Ha sido ahí, entre provocaciones y aspavientos con traducción simultánea, donde mejor ha sabido venderse Donald Trump, negociador de su propia imagen y publicista de su engañosa marca, «America First». De aquí a las presidenciales de 2020, les toca a los demócratas, ya con mando en plaza y fuego real, competir en marketing directo con un maestro del encontronazo. Ayer mismo comenzó a amenazarlos.