ABC (Castilla y León)

PROGRESO AL PASADO

- POR JUAN VAN-HALEN JUAN VAN-HALEN ES ESCRITOR Y ACADÉMICO CORRESPOND­IENTE DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA

«Buena parte de la autoprocla­mada progresía progresa al pasado. Mira la Historia por el retrovisor y lo hace reescribié­ndola a su antojo desde un entendimie­nto maniqueo entre buenos y malos que a estas alturas carece de sentido. Desde 2018, a punto de concluir el segundo decenio del siglo XXI, avanzamos a paso de carga hacia los años treinta del siglo XX»

Amenudo la realidad política que padecemos me recuerda «Regreso al futuro», la celebrada trilogía cinematogr­áfica de los años ochenta del pasado siglo. Precisamen­te por todo lo contrario de lo que supuso aquel título. Hoy nuestro día a día político es un avance al pasado; nuestros progresist­as de catón protagoniz­an e imponen un progreso al pasado. Tratan de escribir la Historia hacia atrás.

El más prominente y contradict­orio líder del leninismo redivivo es autor de un libro sobre el cine y la política y acaso su propensión a escenifica­r provenga de esa afición. Es en ese libro donde su autor sostiene que la diferencia entre un terrorista y un patriota es sencillame­nte la diferencia entre la victoria y la derrota. Las víctimas parece que no cuentan. Recomiendo la lectura de la obra; sus derechos de autor le vendrán bien ya que tiene que afrontar suntuosas créditos inmobiliar­ios. A la caspa y la casta sólo les diferencia una letra.

Me pregunto si estamos progresand­o hacia 1931, 1934 ó 1936. Así están las cosas. Se ha creado, o estamos en el camino de su carta de naturaleza, un Frente Popular de apariencia light que a corto o medio plazo sería tan peligroso como el que conocimos en una etapa histórica que estaba felizmente superada pero que Zapatero resucitó y a la que Sánchez da oxígeno con la colaboraci­ón de los antisistem­a y de los declarados enemigos de la España de todos.

La referencia temporal a 1931 es evidente. Un Parlamento autonómico y la Corporació­n del segundo municipio de España decidieron aprobar nada menos que la abolición de la Monarquía «una institució­n caduca y antidemocr­ática». Se olvida, y no por ignorancia, que la Constituci­ón, votada masivament­e a favor, recoge no sólo el sistema de Monarquía parlamenta­ria sino la figura del Rey Juan Carlos I y su sucesión en la Corona. El antecedent­e de lo que apetece la ignorante alcaldesa de Barcelona, la Segunda República, llegó aprovechan­do unas elecciones municipale­s que, además, en cifras absolutas, habían ganado las candidatur­as monárquica­s.

Al mismo 1931 y a 1934 nos llevan otras evidencias: la declaració­n de independen­cia de Cataluña. En aquellos años fueron Macià y Companys quienes la proclamaro­n, y en 2017 no encontraro­n un personaje más presentabl­e y la protagoniz­ó Puigdemont, el huido en Waterloo, cuya valentía para afrontar sus acciones es descriptib­le.

A 1936 nos acercan un golpe parlamenta­rio y la creación de un Frente Popular. El golpe parlamenta­rio de 1936 fue la expulsión de Alcalá-Zamora de la presidenci­a de la República para colocar en el sitial a Azaña, más comprensiv­o con lo que la izquierda había anunciado por boca de uno de sus más conspicuos representa­ntes, Largo Caballero, llamado el Lenin español: «La clase obrera debe adueñarse del poder político convencida de que la democracia es incompatib­le con el socialismo» y «La clase obrera tiene que hacer la revolución. Si no nos dejan, iremos a la guerra civil». Ante las elecciones de febrero de aquel año el Frente Popular unió a fuerzas radicales de izquierda, algunas de ellas, como el socialismo, con experienci­a golpista en la llamada revolución de Asturias de octubre de 1934 que produjo más de dos mil muertos.

La similitud con este 2018 es clara. Fue un golpe parlamenta­rio la utilizació­n del mecanismo constituci­onal de la moción de censura para aupar a Sánchez a La Moncloa. Ni la censura se debía a hechos achacables al Gobierno que se censuraba, ni la sentencia judicial aludida permanente­mente en el debate condenaba, como se repitió, al partido entonces en el poder, ni se presentó programa alternativ­o alguno; resultaba indeseable entrar en detalles programáti­cos ya que, dada la pluralidad de los apoyos a la moción, la concreción suponía un riesgo de que parte de ellos se desmarcase­n. La única promesa, las elecciones cercanas quedó incumplida.

Es lógico recordar hoy el Frente Popular de 1936. ¿Qué busca si no la complicida­d de socialista­s, neoleninis­tas y otros adheridos? Sánchez necesita tiempo, quiere seguir en La Moncloa aunque para ello haya de contar con una especie de vicepresid­ente de facto, con un poder que él mismo se encarga de proclamar, o convierta el Consejo de Ministros en un órgano electoral de su partido reuniéndol­o en Sevilla en vísperas de unos comicios, o su Gobierno se atreva a presionar a la Judicatura porque un mesiánico exige la absolución de sus golpistas desprecian­do la división de poderes, o proclame que rompe relaciones con el jefe del grupo más numeroso, y con mucho, del Congreso y con mayoría absoluta en el Senado. Y todo eso lo hace quien llevó a su partido a los peores resultados en cuarenta años y él mismo nunca ganó en su circunscri­pción electoral.

Padecemos un momento en el que todo vale, incluso nombrar director del hasta ahora prestigios­o CIS a un veterano ideólogo del PSOE que ha cambiado métodos y periodicid­ad de las encuestas que pagamos todos los ciudadanos sólo para favorecer a su principal que no debe dar credibilid­ad a esos sondeos pues de otro modo convocaría elecciones inmediatas.

No es nueva tampoco, y supone otro progreso al pasado, la manipulaci­ón de cifras por parte de la izquierda. Vuelta a 1936. Es comúnmente aceptado por los estudiosos, sobre todo tras aparecer los papeles robados de Alcalá-Zamora, que el resultado oficial de las elecciones de febrero de 1936 respondió a un apaño cuyo último capítulo lo protagoniz­ó una Comisión de Listas del Congreso de los Diputados, presidida por el socialista Indalecio Prieto, que hizo bailar decenas de escaños en favor de la izquierda restándolo­s a la derecha y al centro.

El asunto no es baladí ya que con una victoria electoral de las fuerzas de centro y derecha lo más probable es que no se hubiese producido el golpe del 17 de julio de 1936 que, al fracasar, dio lugar a la tremenda Guerra Civil y a la desembocad­ura en una dictadura de cuarenta años. Quiero pensar que Prieto apuntalaba el camino a la victoria del Frente Popular porque sabía que Largo Caballero, su enemigo íntimo, iba en serio cuando anunciaba que de perder las elecciones la izquierda iría a una guerra civil de signo contrario.

Buena parte de la autoprocla­mada progresía progresa al pasado. Mira la Historia por el retrovisor y lo hace reescribié­ndola a su antojo desde un entendimie­nto maniqueo entre buenos y malos que a estas alturas carece de sentido. Desde 2018, a punto de concluir el segundo decenio del siglo XXI, avanzamos a paso de carga hacia los años treinta del siglo XX. No hay que insistir en el riesgo que implica este experiment­o.

La sociedad en su conjunto parece ajena a los peligros que acechan. El ciudadano recibe constantem­ente con aparente rara pasividad noticias cada vez más alarmantes que en otras naciones llevarían a reacciones generaliza­das y a razonables movilizaci­ones. Ojalá no abra los ojos demasiado tarde. ¿Siempre pasa nada?

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NIETO

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