El «padre» de la Iglesia moderna
Buena parte de la Iglesia que ahora vemos es obra de Pablo VI, quien llevó a término y aplicó el Concilio Vaticano II. Montini fue el último Papa que aceptó recibir la tradicional corona –regalo de los fieles de Milán–, pero la vendió y destinó el dinero a los enfermos y moribundos que cuidaba la Madre Teresa de Calcuta. Fue el primer Papa que emprendió viajes internacionales, que tomó la palabra en Naciones Unidas, que sufrió un intento de asesinato en época contemporánea, y que se fue a celebrar una misa de Navidad con trabajadores siderúrgicos en Tarento en 1968. Creó el Sínodo de Obispos –que en la presente edición está dedicado a los jóvenes–, pero fue también el Papa que inició las audiencias generales de los miércoles, un encuentro directo con los fieles. Campeón del ecumenismo, conmovió a todos los cristianos eligiendo como destino de su primer viaje precisamente Jerusalén, y abrazando allí al patriarca ortodoxo Atenágoras. Menos conocido es que en su etapa de sacerdote y obispo salía a llevar alimentos a los pobres, y que disfrutaba proporcionando acompañamiento espiritual. Hijo de periodista, lo era también de corazón y le gustaba escribir para los diarios. Dedicó parte de su vida a la diplomacia y a ayudar a sus predecesores en el gobierno de la Iglesia. Cuando le tocó a él, lo hizo con documentos de gran alcance que hoy conservan todo su vigor. Nombró cardenales a Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger.