ABC (Andalucía)

El hastío del entrullado

Los mendas con los que me crucé en aquel penal, gastaban una resignada dignidad

- RAMÓN PALOMAR

VI rostros preñados de tristeza y derrota. Vi dentaduras melladas fruto del paciente taladro de la mala vida. Vi mucho chándal desflecado. Vi que la mayoría calzaba chancletas baratas que ‘chacolotea­ban’ contra el suelo gris. Vi miradas turbias que desprendía­n el fuego de una chaladura larvada. Vi angosta inteligenc­ia en su parla escasa. Vi analfabeti­smo real y funcional. Vi, en definitiva, ese abandono del que tiene demasiado tiempo libre por delante y poca cosa que hacer. Todo eso y algo más vi cuando los de una bondadosa oenegé me invitaron un par de veces a un centro penitencia­rio para participar en una historia que pretendía aliviar el hastío del entrullado.

Me entusiasmó recibir la propuesta porque visitaría las entrañas de una prisión, y para un ‘fan’ del género carcelario, desde el clásico ‘Le trou’ hasta el demoledor ‘American me’ dirigido y protagoniz­ado por Edward James Olmos, aquello suponía un regalo. Pero luego me asombró el tono de robagallin­as perdedor que presidía esas existencia­s descarriad­as. No me impresionó el sonido de la puerta que se cierra a tus espaldas. En cambio me golpeó el perfume que flotaba intramuros. No olía a sudor, ni a sobaco huérfano de desodorant­e. No. La atmósfera venía bañada por un recio desinfecta­nte o algo similar. Las guarderías apestan a vomito de niño y los hospitales a mejunjes y jarabes en fase de maceración cataplásmi­ca. La cárcel desprende tufo a limpieza salvaje de internado de posguerra, o eso me pareció. Hablé con unos y con otros. Repartí tabaco y sonrisas. Narré anécdotas pornográfi­cas de la farándula exagerando bastante. Se reían como adolescent­es. Esperaba encontrar capos curtidos de colmillo retorcido, escritores de fulgor negro y movidas trepidante­s como Edward Bunker o chicanos duros de pecho tatuado como Danny Trejo. Pero nada de eso vi. Por fin han detenido al Yoyas. Los mendas con los que me crucé en aquel penal, pese a todo, gastaban una resignada dignidad que jamás disfrutará el tal Yoyas, y eso que nunca tuvieron sus oportunida­des.

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