El hastío del entrullado
Los mendas con los que me crucé en aquel penal, gastaban una resignada dignidad
VI rostros preñados de tristeza y derrota. Vi dentaduras melladas fruto del paciente taladro de la mala vida. Vi mucho chándal desflecado. Vi que la mayoría calzaba chancletas baratas que ‘chacoloteaban’ contra el suelo gris. Vi miradas turbias que desprendían el fuego de una chaladura larvada. Vi angosta inteligencia en su parla escasa. Vi analfabetismo real y funcional. Vi, en definitiva, ese abandono del que tiene demasiado tiempo libre por delante y poca cosa que hacer. Todo eso y algo más vi cuando los de una bondadosa oenegé me invitaron un par de veces a un centro penitenciario para participar en una historia que pretendía aliviar el hastío del entrullado.
Me entusiasmó recibir la propuesta porque visitaría las entrañas de una prisión, y para un ‘fan’ del género carcelario, desde el clásico ‘Le trou’ hasta el demoledor ‘American me’ dirigido y protagonizado por Edward James Olmos, aquello suponía un regalo. Pero luego me asombró el tono de robagallinas perdedor que presidía esas existencias descarriadas. No me impresionó el sonido de la puerta que se cierra a tus espaldas. En cambio me golpeó el perfume que flotaba intramuros. No olía a sudor, ni a sobaco huérfano de desodorante. No. La atmósfera venía bañada por un recio desinfectante o algo similar. Las guarderías apestan a vomito de niño y los hospitales a mejunjes y jarabes en fase de maceración cataplásmica. La cárcel desprende tufo a limpieza salvaje de internado de posguerra, o eso me pareció. Hablé con unos y con otros. Repartí tabaco y sonrisas. Narré anécdotas pornográficas de la farándula exagerando bastante. Se reían como adolescentes. Esperaba encontrar capos curtidos de colmillo retorcido, escritores de fulgor negro y movidas trepidantes como Edward Bunker o chicanos duros de pecho tatuado como Danny Trejo. Pero nada de eso vi. Por fin han detenido al Yoyas. Los mendas con los que me crucé en aquel penal, pese a todo, gastaban una resignada dignidad que jamás disfrutará el tal Yoyas, y eso que nunca tuvieron sus oportunidades.