Jugando con fuego
Tratándose de soberanía, China no puede quedarse atrás, ya que Taiwán es más china que Ucrania rusa
¿SE quemarán? Me refiero al duelo que vienen sosteniendo Estados Unidos y China y que tiene inquieto al mundo entero. Los síntomas no pueden ser más ignominiosos, con insultos, amenazas y provocaciones de toda índole. Si la tercera autoridad norteamericana, Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, va a Taiwán, que China considera suya, para decir que «no os abandonaremos», Pekín responde cercando la isla con unas maniobras militares de fuego real por mar y aire, que la convierten en un auténtico sitio. Sólo falta el asalto por tierra, aunque diplomáticamente ya se ha hecho, al cortar todo tipo de colaboración diplomática con Washington.
China ha sido siempre más cautelosa que Rusia, pero, tratándose de soberanía, no puede quedarse atrás, ya que Taiwán es más china que Ucrania rusa. La única luz en este panorama prebélico es que las guerras no empiezan así. Empiezan por sorpresa, para adquirir desde el principio la ventaja que esta proporciona. A esto hay que añadir que la Casa Blanca ha insistido en que mantiene su política hacia Taiwán, que no ha variado desde que admitió que la ONU la desposeyera de sus títulos. El conflicto comenzó cuando el Ejército de Mao Zedong derrotó al de Chiang Kai-shek, que se refugió en la isla, convertida desde entonces en un Estado más de facto que de ‘iure’, reconocido tan sólo por trece países, y ni siquiera importantes, aunque bajo la sombrilla norteamericana, siempre decisiva. El valor de Taiwán, sin embargo, no es sólo estratégico, sino también económico. Pese a ser uno de los países más pequeños del mundo, Taiwán es el primer productor de ‘microchips’, esas diminutas células sintéticas que mueven la electrónica del planeta, hasta el punto de que si dejan de producirlas, la entera industria, desde los ordenadores a los misiles, pasando por los automóviles, los frigoríficos y los móviles, se pararían en apenas tres semanas.
Es aquí donde se ventila la superioridad militar. Y donde los norteamericanos acaban de obtener un éxito resonante: la eliminación del líder de Al Qaida, Al Zawahiri, en Kabul, con un misil Hellfire R9X, sin un solo gramo de explosivo, lanzado desde un dron, avión sin piloto, un episodio militar en el que uno no sabe de qué asombrarse más, si de la exactitud del ataque o de su contundencia. Se sabía que el terrorista que sucedió a Osama bin Laden al frente de Al Qaida solía asomarse a su balcón de madrugada. Nada más ser avistado, se disparó el misil, que, al acercarse al blanco, desplegó cuatro cuchillas que, a la velocidad que iba, lo convertían en una trituradora, impactando en el objetivo con el mínimo ruido y sin daños colaterales. Lo que demuestra que los norteamericanos siguen muy por delante de cualquier otro país en material bélico y estrategia militar. Desde luego, no creo que Vladímir Putin vuelva a asomarse a las ventanas del Kremlin.