TAIWÁN, UCRANIA Y LA LIBERTAD
Excluir a Taiwán de la gira de Pelosi por las presiones de Pekín habría invalidado el compromiso de Estados Unidos con la democracia de los países del sureste asiático
LA razón por la que ha estallado la tensión en Taiwán no hay que buscarla en la reciente visita a la isla de Nancy Pelosi, sino en la obstinación del régimen chino en mantener una posición equidistante en el caso de la invasión rusa de Ucrania. Si la dictadura china es incapaz de condenar sin miramientos el ataque injustificado contra un país soberano, esto equivale a admitir que en todo momento podría hacer lo mismo y ocupar la isla de Taiwán, o cualquier otra de la cadena que le entorpece su salida abierta al océano, desde Japón hasta Filipinas. Esto es lo que justifica la escala en Taiwán de la presidenta del Congreso de Estados Unidos, aun sabiendo que provocaría una reacción exagerada por parte de Pekín. Si Estados Unidos quería llevar a la zona un mensaje claro de que mantiene su compromiso de defender a sus aliados de cualquier tentación expansionista china, excluir a Taiwán de la gira de Pelosi por las presiones de Pekín habría invalidado por completo ese compromiso. La respuesta de China ante la posición de firmeza que ha sostenido Estados Unidos es inaudita, lo que sirve para constatar hasta qué punto son falsas sus constantes apelaciones a la solución diplomática de los conflictos. Sin entrar en la cuestión de fondo, que no es otra que la soberanía de la isla de Taiwán, si la idea del máximo dirigente chino, Xi Jinping, sigue siendo la de anteponer el diálogo y la negociación, esta exhibición de fuerza y agresividad desmedida resulta cuando menos incoherente.
En este sentido, es más que razonable que Washington haya reprimido cualquier atisbo de respuesta militar, siquiera preventiva, para no dar ningún argumento para aquellos que puedan estar preparando alguna provocación injustificada. Una guerra, incluso limitada, en el mar de China es lo último que el mundo necesita en unos momentos de graves convulsiones económicas, a causa precisamente de la guerra de Ucrania. Taiwán concentra el principal nudo de fabricantes de semiconductores, y de ello se benefician tanto Estados Unidos como la propia China, que desde 2010 tiene un acuerdo general con el Gobierno de la isla que reclama y que le sirve para dinamizar su propia industria. Las sanciones que ha desplegado Pekín contra Estados Unidos tampoco le serán de gran utilidad, teniendo en cuenta que se trata de campos en los que es China quien más tiene que perder, ya sea en cooperación en la lucha contra el crimen organizado o en la gestión medioambiental. Las medidas personales contra Pelosi, por su parte, son totalmente banales e inocuas.
El despliegue de medios militares que ha dispuesto Xi Jinping, además de representar un arsenal puramente propagandístico –retransmitido en directo para que toda la población china esté al corriente del grado de tensión militarista que ha puesto en marcha– es un desmentido en toda regla a la falsa equidistancia que el régimen chino predica en el resto del mundo. Esas maniobras intimidatorias, con fuego real, también las han visto los taiwaneses, que llevan setenta años separados de la China continental y que en todo este tiempo han sabido construir una sociedad próspera, abierta y libre. Si el destino de Hong Kong hubiera sido diferente, más parecido a lo que se comprometió el régimen comunista cuando el Reino Unido se vio obligado a entregar ese territorio, tal vez las teorías de Pekín sobre la ‘reunificación’ con Taiwán tendrían otra lectura. Los taiwaneses ya saben que lo que están defendiendo no es su independencia –que no reconoce casi ningún país–, sino su libertad.