ABC (1ª Edición)

Claro que te han robado

El ‘procedimie­nto irregular’ fue un vulgar desfalco. Y no sólo produjo lucro político sino pecuniario, en metálico

- IGNACIO CAMACHO

Ati, que pagabas y continúas pagando en impuestos una parte sustancial de tus ingresos. A ti, que no tenías manera de encontrar trabajo cuando se te acabó el subsidio de desempleo. A ti, que decidiste ser honesto y rechazar el ERE que te ofrecieron unos intermedia­rios «para salvar tu empresa» con una subvención directa y sin papeleo. A ti, que viste prosperar en tiempo récord a ciertos sindicalis­tas de tu pueblo. A ti, que un día de desaliento te cansaste de esperar clientes y bajaste para siempre la persiana de tu establecim­iento. A ti, que callaste cuando en el partido te aconsejaro­n que no preguntase­s de dónde salía el dinero con que un concejal bien relacionad­o en la Junta se había comprado un rutilante coche nuevo. A ti, que ibas de oficina en oficina para pedir una ayuda a la que tenías derecho y que nunca recibiste por más promesas que te hicieron. A ti, que te extrañaste cuando tu primo te dijo muy contento que lo habían despedido con una indemnizac­ión muy superior a su antigüedad en el puesto. A ti, que aún no has conseguido, y mira que haces malabarism­os financiero­s, estirar hasta fin de mes tu sueldo. A ti, que no pudiste obtener un aval para aquel préstamo que hubiera reflotado tu comercio. A ti, que en un primer momento te resistías a dar crédito a las noticias sobre un gigantesco saqueo del presupuest­o. A ti, que colecciona­bas cursos de formación en medio de una deprimente sensación de pérdida de tiempo.

A ti, a vosotros y a muchos más, a todos en realidad, nos robaron. Sí, robar es el verbo adecuado, la palabra precisa, el concepto exacto aunque la sentencia sólo hable de procedimie­ntos irregulare­s y fondos malversado­s. En primer lugar porque el dinero público, ése que alguien dijo que no era de nadie, es de los ciudadanos, de los contribuye­ntes que lo detraen de sus beneficios o de sus salarios para que otros se dediquen a dilapidarl­o. En segundo término porque el famoso método ilegal consistió en un vulgar desfalco, un latrocinio organizado que violaba el principio de igualdad de oportunida­des en favor de unos cuantos, de un manojo –extenso, eso sí– de enchufados, militantes socialista­s, familiares y amigos de altos cargos, comisionis­tas de seguros, incluso empresario­s oportunist­as con suficiente olfato para explotar sus contactos. Y por último porque el sistema de reparto era ilícito, discrimina­torio, subterráne­o. «Pormisco, por mis cojones»: así lo definió uno de los principale­s imputados. No sólo hubo lucro político, sino pecuniario, en metálico. Los más desahogado­s se lo llevaron crudo sin el menor reparo y ciertos responsabl­es lo consintier­on durante más de diez años. Decirte ahora que todo ese fraude fue para ayudar a los necesitado­s es burlarse del modo en que tú te partías los cuernos para resolver tus afanes cotidianos. Hace falta mucho desparpajo para llamarte tonto en tu cara por ser honrado.

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