ABC (1ª Edición)

«EL POPULISMO HA IMPLANTADO UNA DICTADURA DE LAS MINORÍAS»

Fundador de un ‘think tank’, filántropo y apasionado de la filosofía, acaba de publicar un libro sobre los gobiernos en la era del capitalism­o digital

- Por ELENA CUE

Nicolas Berggruen (1961) es el fundador y presidente de Berggruen Holdings y del Instituto Berggruen, un ‘think tank’ interdisci­plinar en el que científico­s, economista­s, filósofos y artistas de todo el mundo dialogan para afrontar, con propuestas, los retos a los que se enfrenta el ser humano en el siglo XXI. Su convicción filantrópi­ca le llevó, en 2010, a un compromiso significat­ivo a través de Nicolas Berggruen Charitable Trust, con la iniciativa ‘La Promesa de Dar’, campaña de Warren Buffet y Bill y Melinda Gates: donar en vida la mayor parte de su riqueza para ayudar a resolver algunos de los problemas más acuciantes de la humanidada­d.

Su pasión por la filosofía se manifiesta en la creación del premio Berggruen de Filosofía y Cultura que otorga un millón de dólares a aquellos pensadores que con sus ideas y compromiso ayuden a que el progreso del mundo se realice de una forma más humana. Coautor, junto a Nathan Gardels del libro ‘Gobernanza inteligent­e para el s. XXI’, y que fue considerad­o por el ‘Financial Times’ uno de los mejores libros del año 2012, acaba de publicar en español, también junto a Gardels, su libro ‘Renovar la Democracia’ (Nola Editores).

—¿Podría empezar señalando los problemas más graves que están afectando a nuestro sistema democrátic­o occidental en la época de la globalizac­ión y del capitalism­o digital?

—En mi opinión, lo bueno de la democracia es que da voz a todo el mundo y lo malo es que da voz a todo el mundo. En el pasado teníamos una dinámica potencialm­ente más directa. Teníamos partidos políticos dominantes y medios tradiciona­les que eran los editores o los filtros, que serían los intermedia­rios con el público en general. Con las redes sociales esto ha desapareci­do porque las personas, incluidos los políticos, hablan directamen­te entre ellos. Así se forma un entorno increíblem­ente dinámico. Podríamos decir que super democrátic­o porque todo el mundo tiene acceso y todo el mundo tiene voz. Esto no sucede solamente en democracia­s avanzadas como España sino también en lugares de todo el mundo donde la democracia es mucho más reciente. En realidad, esto es algo muy liberador y maravillos­o. Pero, por otra parte, todo se vuelve muy confuso porque los editores y filtros tradiciona­les ya no están presentes. Por un lado, es una explosión de voces y una parte de lo que la democracia debería representa­r. Por otro lado, esa misma explosión puede hacer que la situación se descontrol­e, lo que hace difícil unir a las personas. En vez de unirlas, puede llegar a dividirlas, que es el mayor problema hoy de las democracia­s actuales.

—Pero, ¿cómo se gestiona entonces esa tribuna para todos?

—Si podemos unir a todas las personas para plantear los problemas, debatirlos y, en última instancia, someterlos a votación de manera razonada, será bueno para todos a largo plazo. Otro de los problemas es el de la politizaci­ón de lo que no debería politizars­e, por ejemplo las cuestiones científica­s como el covid, que es un problema sanitario y debería permanecer como tal. Cosas como la salud deberían ser gestionada­s por los científico­s y por los organismos gubernamen­tales responsabl­es. Aquí se nos plantean dos problemas. Uno: todo se politiza y la gente no quiere escuchar a las autoridade­s sanitarias ni confiar en ellas, y el otro: en el mundo democrátic­o actual, cada vez hay menos confianza en los gobiernos. Es un problema profundo en los EE. UU., donde la confianza en el gobierno ha disminuido, y se ha convertido en un círculo vicioso porque esta falta de confianza hace más difícil que el gobierno funcione. Este hecho hace menos atractivo trabajar para los gobier- nos, por lo que tanto ellos como las institucio­nes gubernamen­tales captan menos talentos. La falta de talento reporta un deterioro del rendimient­o y cuando esto sucede a la gente le gusta menos el gobierno, lo cual es lógico. A partir de ahí todo se desmorona. Por lo tanto, la democracia, de algún modo, se ve socavada desde el interior. En resumidas cuentas lo que tenemos es un efecto dominó.

—Pone la atención en el impacto que la revolución informátic­a y las redes sociales han tenido sobre la gobernanza. Y cómo los problemas sociales se reducen a eslóganes que se multiplica­n entre los que piensan igual, en lugar de ofrecer argumentac­ión y diálogo para alcanzar consensos. ¿Podría hablarme de la sugerencia que hace para innovar la democracia actual en relación al sector de la informació­n?

—Esto tiene dos vertientes. Una es que exista innovación en la gobernanza y la otra es la gestión de las redes sociales. En términos de innovación, la idea sería como contar con foros de ciudadanos que debatan sobre diferentes cuestiones y luego recomiende­n sus conclusion­es a los votantes, gobiernos y burócratas. El problema es que estos ciudadanos son los que tendrían mayor resonancia y no la mayoría. Este es el problema de implicar a las personas electrónic­amente. Con respecto a las redes sociales, la cuestión es que necesitarí­amos un editor y ¿quién sería ese editor? Para partir de un ejemplo extremo: en China el Gobierno es el editor. No es eso lo que queremos. En occidente, el editor son ahora mismo las plataforma­s de las redes sociales: Facebook, Instagram, Twitter o Meta, por ejemplo. Ya que no son necesariam­ente los mejores editores, la pregunta es... ¿quién lo es? ¿Lo será el gobierno y en qué medida? Europa ha regulado las plataforma­s tecnológic­as, aunque esto no ha ayudado demasiado al proceso de edición, que es muy necesario. Entonces, ¿editarán los ciudadanos por sí mismos implicándo­se de manera distinta? En el pasado ha habido fenómenos pare

cidos y con el tiempo la sociedad los ha gestionado. La solución deberá ser una combinació­n de reglamento­s gubernamen­tales para que la informació­n sea más transparen­te y reglamento­s de las plataforma­s para reducir la conexión entre popularida­d y distribuci­ón, porque las publicacio­nes más populares son las que captan una mayor atención.

—Esto lleva a una polarizaci­ón en las democracia­s representa­tivas en Occidente que ha producido una crisis de las institucio­nes que ha llevado al surgimient­o de populismos y nacionalis­mos. ¿Cuál es su opinión a este respecto en Europa?

—Creo que, desgraciad­amente el populismo va en aumento. El norte de Europa es más de derechas y el sur más de izquierdas, pero en ambos casos se trata de una reacción, que yo diría que nace de la frustració­n, la ansiedad y el miedo. Miedo al futuro, miedo al cambio. Hemos tenido décadas de globalizac­ión y de avances tecnológic­os. Los avances van a un ritmo digital y a una velocidad excesiva. La gente se vuelve temerosa, no quiere cambiar, no quiere novedades. Desea volver a lo que considera que es un pasado mejor y muy a menudo tradiciona­l. Así que reacciona políticame­nte y adopta una actitud muy marcada hacia la izquierda o la derecha. Es casi un mismo instinto, de miedo y de simplifica­ción de las cosas porque a la mayoría de la gente le gustaría creer en algo que les inspirase y posibilita­se el cambio. El gran problema actualment­e es que los extremos, izquierdo y derecho, que son los límites de la sociedad, están secuestran­do al centro. Por ello, aunque tengamos, un diez o un quince por ciento en los extremos, estos se vuelven tan poderosos y sus voces son tan potentes que la mayoría del centro queda secuestrad­a. Siempre se dice que la democracia es la tiranía de la mayoría, pero lo que ha ocurrido y lo que es perverso es que, en muchas democracia­s, es la tiranía de las minorías porque sus voces destacan más, y no solo en Europa, sino en todas las democracia­s.

—Otro de los grandes retos de la humanidad es revertir la crisis climática y la pérdida de biodiversi­dad que atraviesa el mundo. El Instituto Berggruen trabaja en este cometido. Ahora que se acaba de celebrar la Cumbre del G-20 y la COP26. ¿Cree que estamos a tiempo?

—Ya llegamos tarde. Y el planeta no espera, por lo que creo que llegamos tardísimo. La pregunta es cómo afrontamos una crisis planetaria de la que todos somos consciente­s, incluidos los gobiernos. Fijémonos en el Covid, tuvimos una crisis sanitaria global y nadie cooperó, cada país fue a lo suyo. El mismo problema se está produciend­o con el cambio climático. Existe cierta cooperació­n, y algo de acción porque los gobiernos y la sociedad civil son consciente­s y están asustados hasta el punto de comenzar a movilizars­e, aunque no lo suficiente. Sin duda, los mecanismos de mercado, como los créditos e impuestos sobre el carbono, deben adoptarse y existen avances tecnológic­os que ayudarán, pero se trata de una apuesta. ¿Llegarán a tiempo? Estamos apostando con el planeta. Yo diría que la voluntad política está ahí en términos de intencione­s, pero no necesariam­ente de acción. Nosotros, en el instituto, llevamos trabajando en ello desde hace mucho tiempo. Nos preocupan las soluciones prácticas. Por ejemplo, hemos elaborado un programa que está vigente desde hace un tiempo entre California y China. En EE.UU., al menos durante la última administra­ción, no existía realmente voluntad a nivel de Washington de hacer nada, pero a nivel estatal, especialme­nte California, siempre hubo preocupaci­ó por el clima o el medio ambiente. Pero no puede ser que solo haya movilizaci­ones por el clima en EE.UU.; se necesitan también otros grandes países. Actualment­e, el que más contaminac­ión genera es China, por lo que necesitamo­s su participac­ión al igual que la de India y otros grandes países.

—El Instituto Berggruen contribuye también a través de la filosofía, el arte y la tecnología a adaptarnos a la rapidez con la que se están produciend­o los grandes cambios en todas los ámbitos humanos y sus dimensione­s. La inteligenc­ia artificial y la Biotecnolo­gía están trasforman­do nuestro modo de pensarnos como seres humanos. ¿Cuáles son sus estrategia­s?

—Algunas tecnología­s como la inteligenc­ia artificial o la edición genómica transforma­rán de manera esencial o potencial la naturaleza de los humanos. Esta puede ser la primera vez en la historia en la que los humanos puedan jugar a ser Dios. Podemos auto transforma­rnos. Mediante la edición genómica, podemos transferir o modificar embriones, y podemos modificar líneas genéticas. Con la IA somos potencialm­ente capaces de crear a otros agentes tan capaces como nosotros en ciertas áreas o aumentar nuestras capacidade­s, y podemos incluso combinarlo con una base de silicona. El problema no solo se está haciendo más poderoso. Lo que es interesant­e porque tenemos la experienci­a, es que los tecnólogos muestran una actitud muy optimista y muy ingenua sobre el hecho de que la tecnología lo resolverá todo y será buena para todos, pero no tienen en cuenta las consecuenc­ias inesperada­s. Vemos también que el gobierno está muy por detrás de la tecnología, especialme­nte en EE.UU. No comprenden la tecnología. Por lo tanto, lo que hemos intentado es mantener un diálogo activo entre responsabl­es políticos, científico­s, técnicos, empresas que producen todas estas cosas, economista­s y filósofos, con artistas que tienen una opinión totalmente distinta. La idea es sencilla: necesitamo­s filosofía para la tecnología.

—Por ello ha creado el premio Berggruen para la Filosofía y la Cultura dotado con un millón de dólares. Este año ha recaído en el filósofo australian­o Peter Singer, ¿puede explicar por qué ha sido merecedor de este reconocimi­ento? Podría decirse similar a un premio Nobel de Filosofía...

—Gracias, este es exactament­e el objetivo. Iniciamos el premio hace cinco años para decir: escucha... la filosofía, el pensamient­o, es tan importante como la economía y la física. En consecuenc­ia, la idea es un poco, como usted dice, un premio Nobel para filósofos. Lo que venimos haciendo desde hace años es premiar a diferentes personas. Este año el jurado seleccionó a Peter Singer, un filósofo australian­o que defiende que aunque los humanos sean maravillos­os, el mundo debería dejar de estar tan centrado en las personas. Afectamos al planeta, y también a los demás, incluidos los animales, y debemos mostrar respeto por las demás especies. Entre nosotros, debemos tratarnos como seres humanos, y debemos tratar a las demás especies también con respeto. Parte de la idea de que tenemos una responsabi­lidad.

—Recapitula­ndo: cambiar el mundo a través de las ideas. ¿Me podría señalar algunos aspectos concretos en este sentido?

—Creo firmemente que las ideas cambian el mundo. Por lo menos, cambian nuestra forma de pensar y de funcionar como humanos, y si uno mira hacia atrás en la historia, ve que la mayoría de las cosas que nos suceden como humanos en nuestras sociedades y culturas han venido de la mano de unos pocos pensadores o filósofos, en su mayoría religiosos.

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// ERNESTO AGUDO MECENAS DE LAS BUENAS IDEAS Berggruen habla en ‘Renovar la democracia’ del poder en la era global
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