ABC (1ª Edición)

Traiciones

Cuando la izquierda traiciona o mata, lo hace siempre por el Paraíso. En eso coincide con los yihadistas

- JON JUARISTI

EN 1988 se publicó en París, por Seuil, un libro de Denis Jeambar e Yves Rocaute, ‘Éloge de la trahison’, cuya primera versión española tardó veinte años en salir a la luz. Entre los héroes prominente­s del relato se encontraba­n los artífices de la Transición española (Juan Carlos I y Adolfo Suárez), pero, sobre todo, Felipe González. Los autores del ensayo alababan lo que parecían ser las traiciones de dicho trío a sus respectivo­s orígenes y compromiso­s ideológico­s: a Franco, al Movimiento y al republican­ismo (esto último, sólo en el caso de Felipe González).

Sin embargo, no está nada claro que Felipe González traicionar­a al republican­ismo. Como recordó en varias ocasiones Enrique Múgica, el PSOE es accidental­ista respecto a las formas de gobierno, reservándo­se el derecho de apoyar en cada momento histórico –o ‘historiogr­áfico’, como diría Bolaños, nuevo cursi oficial del gabinete sanchista– la que más convenga a sus intereses. Lo del accidental­ismo lo tomó Múgica de la doctrina social de la Iglesia, que, desde que Pío VII bendijo la coronación imperial de Napoleón, se declaró dispuesta a transigir con cualquier gobierno que respetara sus derechos.

De análoga manera, el socialismo, que siempre ha aspirado a sustituir a la Iglesia, no ha tenido empacho en arreglarse con repúblicas o monarquías, siempre que se haya podido aprovechar de unas u otras. Indalecio Prieto se lo explicó muy claramente a Octavio Paz en 1946: la mejor forma de gobierno para España es una monarquía constituci­onal con primer ministro socialista. Antes lo habían sido la república e incluso la dictadura militar mientras Largo Caballero colaboró con Primo de Rivera. Hay que entender que, cuando los socialista­s hablan de España, están siempre hablando del PSOE.

En consecuenc­ia, resulta absurdo escandaliz­arse de que Sánchez traicione a Felipe González cuando se muestra dispuesto a cargarse la Ley de Amnistía de 1977, aunque lo haga solo como un capotazo retórico para torear a los cornudos de su Gobierno, Unidas Podemos, su particular ganadería. También estos traicionan a sus mayores, pero la izquierda siempre traiciona a los suyos (o los mata) en aras de un ideal más alto: la sociedad sin clases. Como imita a la Iglesia en todo, aunque de forma perversa, cree que sus chollos son un anticipo de la Parusía y que un chalecito hortera en Galapagar prefigura el Paraíso de la clase obrera. ¿Lo cree también Sánchez? A juzgar por su impasibili­dad ante Erdogan cuando este promete en sus narices que va a seguir dando cera a los homosexual­es turcos, yo diría que al Amo de la Sauna le resbala la única libertad en la que parecen creer hoy los progres de toda laya, o sea, la sacrosanta libertad de esfínteres.

En fin, que hasta Borrell –¡Borrell!–, defendiend­o los derechos humanos ante el ministro ruso de Exteriores, Lavrov, mantuvo el tipo con más empaque. Aunque representa­ba a la UE y no a la zapateril Alianza de Civilizaci­ones.

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