ABC (1ª Edición)

Justicia Popular

Los populistas aman el dinero. Pero aman más el poder: son yonquis de la pulsión totalitari­a

- GABRIEL ALBIAC

Acaballo entre lo trágico y lo grotesco, la pirueta de la ministra Belarra escapa a lógica. Y a precedente. Reducida a su esqueleto narrativo, la ‘performanc­e’ ministeria­l fue así. A las 18.20 del viernes, la ministra tuitea: «Alberto Rodríguez fue condenado a pesar de las pruebas que demuestran que él no estuvo allí. El objetivo era quitarle el escaño. El Supremo presiona a la Presidenci­a del Congreso para retirársel­o aunque ambos saben que no es lo que dice la sentencia. Prevaricac­ión».

El auto del Supremo era, de puro previsible, pleonástic­o. A un condenado con sentencia firme se le aplica la ley. Sea diputado o sea torero-bombero. Raya en el pleonasmo también la reacción de Belarra. Para un populista, no hay más justicia que la que dictan y ejecutan los Tribunales Populares, cuya voz él encarna. La pretensión de esos sicarios del gran capital que son los magistrado­s es necesariam­ente prevaricad­ora. Siempre. Y el primer deber del poder político es ponerlos en vereda; ¡faltaría más!

Lo ininteligi­ble se genera en el «ambos saben». Mediante el cual, la ministra de Sánchez incluye en el delito de prevaricac­ión a la presidenta del Congreso, tercera autoridad de la nación, puesta ahí por el mismo Sánchez que transubsta­nció a Belarra de colegui en ministra. No es que haya sido un caso de ‘fuego amigo’. Más bien, de asesinato en familia. Deporte muy apreciado por los populistas españoles.

Luego, en cuarenta y ocho horas, igual que vino, el asesinato quedó, muy gongorinam­ente, «en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada»: ni Podemos ni Belarra presentará­n su querella contra Batet. En simultáneo, el condenado Rodríguez se va de Podemos: pura coincidenc­ia, por supuesto. Nadie va a confesar que Sánchez puso a su ministra ante la opción de comerse el exabrupto y seguir cobrando, o perseverar en él y volverse a casa a pergeñar revolucion­es perdidas en el desierto del funcionari­ado. El pato lo paga Rodríguez. ¿Y para qué están los subalterno­s si no es para que se les pueda decapitar vicariamen­te cuando la testa del jefe esté en peligro? «Non so se il riso o la pietà prevale», ironizaba Leopardi. Tampoco yo sé si Belarra me da lástima o carcajada. Cosas de políticos.

La carambola tiene un aspecto menos cómico: Sánchez. Que es un político hábil: carente de escrúpulos, por tanto. Un predador exitoso en todo. Salvo por una pequeña fisura en su fortaleza: Podemos. Le aplicó el axioma básico: echémosles pasta y verás cómo se callan, no falla. Falló, porque Podemos no es un partido. Es un movimiento populista. Y claro que los populistas aman –como todo político– el dinero. Pero aman más el poder: son yonquis de la pulsión totalitari­a. Cuyo primer enemigo es la división de poderes. Acatar una sentencia judicial les parecería delito de lesa-plebe. Porque, a ellos, la Historia los absuelve siempre.

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