Justicia Popular
Los populistas aman el dinero. Pero aman más el poder: son yonquis de la pulsión totalitaria
Acaballo entre lo trágico y lo grotesco, la pirueta de la ministra Belarra escapa a lógica. Y a precedente. Reducida a su esqueleto narrativo, la ‘performance’ ministerial fue así. A las 18.20 del viernes, la ministra tuitea: «Alberto Rodríguez fue condenado a pesar de las pruebas que demuestran que él no estuvo allí. El objetivo era quitarle el escaño. El Supremo presiona a la Presidencia del Congreso para retirárselo aunque ambos saben que no es lo que dice la sentencia. Prevaricación».
El auto del Supremo era, de puro previsible, pleonástico. A un condenado con sentencia firme se le aplica la ley. Sea diputado o sea torero-bombero. Raya en el pleonasmo también la reacción de Belarra. Para un populista, no hay más justicia que la que dictan y ejecutan los Tribunales Populares, cuya voz él encarna. La pretensión de esos sicarios del gran capital que son los magistrados es necesariamente prevaricadora. Siempre. Y el primer deber del poder político es ponerlos en vereda; ¡faltaría más!
Lo ininteligible se genera en el «ambos saben». Mediante el cual, la ministra de Sánchez incluye en el delito de prevaricación a la presidenta del Congreso, tercera autoridad de la nación, puesta ahí por el mismo Sánchez que transubstanció a Belarra de colegui en ministra. No es que haya sido un caso de ‘fuego amigo’. Más bien, de asesinato en familia. Deporte muy apreciado por los populistas españoles.
Luego, en cuarenta y ocho horas, igual que vino, el asesinato quedó, muy gongorinamente, «en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada»: ni Podemos ni Belarra presentarán su querella contra Batet. En simultáneo, el condenado Rodríguez se va de Podemos: pura coincidencia, por supuesto. Nadie va a confesar que Sánchez puso a su ministra ante la opción de comerse el exabrupto y seguir cobrando, o perseverar en él y volverse a casa a pergeñar revoluciones perdidas en el desierto del funcionariado. El pato lo paga Rodríguez. ¿Y para qué están los subalternos si no es para que se les pueda decapitar vicariamente cuando la testa del jefe esté en peligro? «Non so se il riso o la pietà prevale», ironizaba Leopardi. Tampoco yo sé si Belarra me da lástima o carcajada. Cosas de políticos.
La carambola tiene un aspecto menos cómico: Sánchez. Que es un político hábil: carente de escrúpulos, por tanto. Un predador exitoso en todo. Salvo por una pequeña fisura en su fortaleza: Podemos. Le aplicó el axioma básico: echémosles pasta y verás cómo se callan, no falla. Falló, porque Podemos no es un partido. Es un movimiento populista. Y claro que los populistas aman –como todo político– el dinero. Pero aman más el poder: son yonquis de la pulsión totalitaria. Cuyo primer enemigo es la división de poderes. Acatar una sentencia judicial les parecería delito de lesa-plebe. Porque, a ellos, la Historia los absuelve siempre.