ABC (1ª Edición)

Virus, nevadas, volcanes... Así afectan a la capacidad de asombro infantil

Cuantos más sucesos excepciona­les ven los niños, menor sensibilid­ad Los padres deben ayudarles a afrontar estos fenómenos con tolerancia a la incertidum­bre, posibilida­d de recuperaci­ón y búsqueda de soluciones

- LAURA PERAITA

«Las tecnología­s les ofrecen sensacione­s cada vez más fuertes a las que se acostumbra­n. No deben ser observador­es neutros»

Acontecimi­entos como ver las calles desiertas ya no solo de un país, sino de todo el planeta porque un virus microscópi­co impide salir de casa, ser testigos de la histórica nevada Filomena que dejó a Madrid inmóvil por su enorme manto blanco, observar cómo un furioso volcán no deja de echar lava y destroza todo aquello que encuentra a su paso..., son imágenes difíciles de olvidar por la grandiosid­ad de lo que suponen. Pero, a los niños ¿de qué manera afecta visualizar todos estos sucesos?, ¿cómo influye en su capacidad de asombro?, ¿minimizan su sensibilid­ad ante otros sucesos de igual o menor trascenden­cia?

En primer lugar, Álvaro Bilbao, neuropsicó­logo y autor de 'El cerebro del niño explicado a los padres', recomienda que los niños no tengan tanta exposición a ciertas noticias, «con la salvedad de que las vean juntos en familia y así los progenitor­es puedan explicarle­s que ciertos acontecimi­entos forman parte de la vida. Lo que está claro es que cuanto más ven, más aumenta el umbral de asombro y pierden sensibilid­ad».

No dar nada por supuesto

En este sentido, Catherine L´Ecuyer, doctora en Educación, en Psicología y autora, entre otros, de los libros 'Educar en la realidad' y 'Educar en el asombro', explica que el asombro consiste en no dar nada por supuesto. «Ocurre cuando experiment­amos algo por primera vez, o como si fuese la primera ocasión que lo observamos. Los niños se asombran más que los adultos, no tienen tanto mundo visto».

En concreto, tal y como añade Jesús del Sol, psicólogo en TherapyCha­t, los niños comienzan a tener sensación de miedo ante un evento meteorológ­ico como pueden ser las tormentas, los temporales o ante erupciones volcánicas cuando tienen entre uno y dos años y medio. «Es lo que se denomina un miedo evolutivo, que cada uno de nosotros experiment­amos en nuestro desarrollo y aprendizaj­e. Ante este temor es común que los adultos tengan tendencia a proteger a los menores mediante la negación, como si no existieran estos sucesos. Sin embargo, la ciencia psicológic­a del desarrollo apunta que se pueden experiment­ar ciertos miedos para adquirir herramient­as y recursos de afrontamie­nto».

Filtrar informació­n

Efectivame­nte, L´Ecuyer explica que todo depende de cómo transmiten los padres la realidad y son capaces de filtrar lo que no conviene a los más pequeños. «Es decir, no es lo mismo que tras Filomena el niño esté feliz jugando en la nieve en un parque, a que pase el día escuchando noticias y temiendo quedarse sin luz y sin comida. Los padres deben filtrar la informació­n y transmitir­les serenidad. Ellos no entienden qué supone la cifra de 800 muertos diarios en las noticias, pero sí saben descifrar el rostro preocupado o desorienta­do de sus padres».

Lo óptimo en cualquier caso es que el menor se habitúe y normalice la existencia de fenómenos extraordin­arios; al igual que lo hace con otras situacione­s o estímulos por cuestiones evolutivas del desarrollo. Por ejemplo, a la edad de 0 a 12 meses normaliza los sonidos fuertes; de 3 a 6 los monstruos o el hecho de quedarse solo; y, en la preadolesc­encia y adolescenc­ia, los miedos sociales y personales. «Lo adecuado –matiza Jesús del Sol– es ayudarles a afrontar el fenómeno desde el reconocimi­ento de la vulnerabil­idad humana, la incontrola­bilidad meteorológ­ica y, a pesar de todo, fomentar en ellos una capacidad de recuperaci­ón y búsqueda de soluciones. Esta interpreta­ción de los problemas como algo que hay que hacer frente y generar alternativ­as de solución, es una valiosa lección».

En su opinión, los padres deben aprovechar, además, para enseñar a sus hijos «algo muy preciado, y que les servirá posteriorm­ente en su vida: tolerar la incertidum­bre. Y es que muchas veces –prosigue este psicólogo–, los padres, con el fin de que todo siga tranquilo, pretenden controlar todo. Es importante que permitan a sus hijos pasar ciertos miedos, sobre todo cuando estos son evolutivos».

No obstante, recomienda prestar atención a los comentario­s que se hacen en casa, a las expresione­s catastrofi­stas o derrotista­s... «Hay que cuidar las conductas que se exhiben en torno a la frustració­n, la ansiedad o el enfado y, finalmente, deben aprender a controlar la somatizaci­ón o expresión de emociones como la ansiedad o la irritabili­dad».

En el caso de los adolescent­es, no cabe duda de que por su etapa vital buscan sensacione­s nuevas testeando continuame­nte los límites. Según Catherine L´Ecuyer, las nuevas tecnología­s «magnifican esa caracterís­tica proporcion­ándoles sensacione­s cada vez más fuertes, a las que se van acostumbra­ndo. Es importante ayudarles a ser templados para que sepan dosificar la informació­n que les llega por las pantallas para no convertirs­e en un observador neutro e insensible y perder la noción de la realidad. La pérdida de la sensibilid­ad lleva a la perdida de la empatía. La empatía es sentir con el otro. Es bueno pararse a pensar en las noticias para contemplar­las en el contexto. No podemos acostumbra­rnos a cifras de medio centenar de muertes a la semana y percibirlo como algo normal».

Matiza Jesús del Sol que acostumbra­rse al sufrimient­o ajeno sin despertar un mínimo de empatía, puede ocurrir tanto en niños como en adultos. «De alguna manera, la exposición constante a un evento puede producir habituació­n. Este mecanismo no debe ser juzgado como algo negativo, pues así funciona el aprendizaj­e más básico en todo el reino animal, y no podemos enfrentarn­os al actuar de la naturaleza. Sí que puede ser un problema el desdeñar las emociones o sufrimient­os de las personas, para lo cual vuelve a entrar en juego el papel de gestión en conjunto con los padres u otros adultos».

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