ABC (1ª Edición)

RUMBOS NUEVOS

«La derrota de las aspiracion­es al poder perpetuo, autoritari­as por definición, en el caso del Ecuador, merecen una celebració­n de alguna especie. Marcan una tendencia nueva, necesaria»

- POR JORGE EDWARDS JORGE EDWARDS ES ESCRITOR

NO soy pesimista sobre el rumbo que empieza a perfilarse en las democracia­s hispanoame­ricanas. Abundan los espíritus agoreros, las casandras, los autoflagel­antes. Sobran los analistas petulantes, librescos, que nos golpean en la cabeza con Kant, con Heidegger, con Witgenstei­n. Y las tendencias reales son difíciles de entender, confusas, contradict­orias. Pero es posible vislumbrar movimiento­s, enmiendas, nuevos rumbos. El último referéndum ecuatorian­o, por ejemplo, consagró una decisión popular importante. El resultado electoral, por clara mayoría, eliminó la posibilida­d de la reelección indefinida y cerró el camino a un nuevo gobierno de Rafael Correa. Las opiniones de los cientistas políticos quedaron divididas: muchos sostienen, con buenas razones, que el referéndum no significa la desaparici­ón de Correa en el panorama ecuatorian­o. Desde luego que no significa eso, pero revela algo fundamenta­l, un sentimient­o popular profundo. Desde los años fundaciona­les, de formación de las repúblicas independie­ntes, la consagraci­ón constituci­onal del concepto de alternanci­a, de no perpetuaci­ón en el poder, fue una meta, una lucha pocas veces ganada y casi siempre perdida. Hubo excepcione­s importante­s, escasas, y eso llevó a que un gran liberal y constituci­onalista argentino del siglo XIX, Juan Bautista Alberdi, durante años de exilio en Valparaíso, hablara de la «excepción chilena». Alberdi regresó después a Argentina y fue uno de los liberales importante­s de ese país, amigo de Domingo Faustino Sarmiento, ideólogo de la constituci­ón de 1853. ¿Son detalles que se pueden evocar en una crónica del año dos mil y tantos? Creo que sí, y creo que son algo más que detalles.

La búsqueda de la reelección indefinida, de la perpetuaci­ón en el poder, ha sido uno de los rasgos constantes, definitori­os, del populismo hispanoame­ricano de las últimas décadas. Los hombres políticos, supuestame­nte providenci­ales, han tratado de alcanzar la permanenci­a en el poder con toda suerte de argucias, trampas, falsificac­iones jurídicas. En los días que corren, cuando alguno de ellos gana una elección, o se prepara para entrar en una contienda electoral, hay que ponerse en guardia. Los ataques a las llamadas democracia­s burguesas o democracia­s liberales están destinados a engañar a personas poco orientadas. La alternanci­a en el poder es lo único que puede defenderno­s del abuso, del autoritari­smo. En la última campaña electoral chilena, siempre tuve la impresión de que Alejandro Guillier, el candidato de la izquierda, no estaba enterament­e cómodo en su papel. Cada vez que se encontraba en apuros, sacaba a relucir una frase simplista o una consigna gastada. «Hasta la victoria siempre», decía, por ejemplo, y nadie le creía una sola palabra. Hemos tenido hombres y mujeres providenci­ales, reiteradas, patéticas. La derrota de las aspiracion­es al poder perpetuo, autoritari­as por definición, en el caso del Ecuador, merecen una celebració­n de alguna especie. Marcan una tendencia nueva, necesaria. Me acuerdo ahora del viejo senador comunista francés Jacque Duclos, de regreso de un viaje al Chile de Allende, hacia mediados de 1972, en uno de los salones de la embajada de la avenida de la Motte-Picquet, discutiend­o sobre la posibilida­d de modificar la Constituci­ón chilena a fin de que Salvador Allende pudiera ser reelegido. ¡Qué discusión, qué perfecto disparate! Se puede pensar ahora que flotaba en esos días, por todos lados, un aire enfermizo, de exploració­n y preparació­n de soluciones extremas.

He tenido a lo largo de la vida una relación amistosa con el mundo ecuatorian­o. Me parece interesant­e decirlo ahora. En 2008, en pleno régimen bolivarian­o, fui invitado a pronunciar un discurso durante los actos de celebració­n del cincuenten­ario de la Universida­d de Guayaquil. Años antes había pasado unos días en la ciudad de Quito y había dictado un curso de un par de semanas en el Instituto Francés. Y hace muy poco participé en un congreso literario en la misma ciudad de Guayaquil. Durante mi discurso de 2008 en la universida­d, frente a una audiencia de más de dos mil personas, hice referencia­s claras, inequívoca­s, al Estado de Derecho y a las libertades democrátic­as. Una hermana del presidente Correa me miraba desde la primera fila con cara de pocos amigos, pero tres o cuatro expresiden­tes ecuatorian­os hacían gestos afirmativo­s con la cabeza y aplaudían. Yo pienso ahora en los estudiante­s ecuatorian­os que eran compañeros míos en la Escuela de Derecho de la Universida­d de Chile, en la década de los años cincuenta. Entiendo que los estudios de Derecho en Chile eran válidos en Ecuador, así como muchos chilenos estudiaban en universida­des ecuatorian­as. ¿Hubo algún contagio, algún vaso comunicant­e? No estoy en condicione­s de afirmar nada, pero me parece que sentí, cada vez que estuve en Quito y en Guayaquil, un sentimient­o cultural más bien moderno, con uno que otro extremismo marginal, pero con respeto, en definitiva, por las personas que no comulgaban con ruedas de carreta. En resumidas cuentas, la votación de referéndum reciente no me ha sorprendid­o.

Ahora observo que la burocracia chilena actual, indiferent­e, rutinaria, habría cursado invitacion­es a personajes como Raúl Castro y Nicolás Maduro, ejemplos típicos de gobernante­s atornillad­os al poder, recalcitra­ntes, anacrónico­s, ajenos a toda noción de democracia, y estoy en perfecto acuerdo de nuevo con Rosa María Payá, disidente cubana, que le solicita en forma pública al Gobierno chileno que comprenda que son «representa­ntes de regímenes que han usurpado el poder en violación de la voluntad de la ciudadanía». El asunto es claro, contundent­e, y me permito agregar una sugerencia personal: que el presidente Piñera invite a esas ceremonias, entre otros, a Lenín Moreno, aunque haya sido de izquierda, de centro, de cualquier sector del espectro político. Ha marcado un cambio de rumbo en su país, así como la elección presidenci­al de diciembre pasado marcó un cambio de rumbo en la región nuestra.

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NIETO

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