Polémico director de la CIA
Fue el primero en tener el pleno control de los presupuestos de la agencia
El almirante Stansfield Turner se convirtió en director de la Agencia Nacional de Inteligencia (CIA) en marzo de 1977, al poco de llegar Jimmy Carter a la Casa Blanca. El nuevo presidente optó por un compañero de promoción en la Escuela Naval –y de impecable trayectoria castrense– para enderezar el rumbo de una organización desmoralizada y que había perdido eficacia a raíz de la Guerra de Vietnam y del Caso Watergate. Y también prestigio: meses antes, un informe del senador Frank Church destapó métodos discutibles como la contratación de sicarios mafiosos para intentar asesinar a Fidel Castro o la intensificación de la vigilancia sobre los ciudadanos.
De ahí que Carter proveyese a Turner con importantes medios, como el ser el primer director de la CIA que tuvo el pleno control de los presupuestos de la agencia. Apenas instalado en la sede de Langley, Turner emprendió las reformas que situaron a la CIA en la era tecnológica, potenciando el uso de satélites, las interceptaciones electrónicas y las más sofisticadas técnicas de escuchas. Estaba convencido de que este nuevo impulso implicaría una reducción de las actividades clandestinas así como una mayor seguridad para los espías de campo.
Los buenos propósitos pronto quedaron empañados, precisamente, por el brutal despido de más de ochocientos de esos espías de campo conocido por el nombre de Masacre de Halloween, pues fue decidido el 31 de octubre de 1977. Los afectados, algunos de los cuales llevaban sirviendo en la CIA desde su fundación, no contuvieron su resentimiento; pero Turner contaba con el firme respaldo de Carter.
Este ambiente viciado no impidió que se alcanzaran éxitos notables. Por ejemplo, del otro lado del Telón de Acero, donde los agentes norteamericanos, ya con sus nuevos medios, lograron que se editasen periódicos en Polonia y Checoslovaquia y facilitaron la circulación de los escritos de los disidentes soviéticos. Ya en 1978 Turner disponía de informes fiables que predecían el colapso económico de la Unión Soviética. Sin embargo, y según él mismo reconoció, cometió un error garrafal de análisis al no vincular el fracaso económico con el político.
Otro de los graves fallos de la CIA de Turner tuvo que ver con el desmoronamiento del régimen del Sha de Irán. Atrapada por la dubitativa y cínica política de Carter, el espionaje estadounidense exhibió impotencia en la crisis de los rehenes y su participación en el desastroso intento de rescate se saldó con la desaparición de documentos confidenciales de la Agencia en pleno desierto iraní. La CIA salvó algo la cara con la rocambolesca exfiltración de seis diplomáticos estadounidenses.
Para entonces, Turner ya había renunciado a su condición militar, y, por ende, al cargo que más ambicionaba: jefe de la Armada. Hubiera sido la lógica culminación de una carrera que Turner comenzó en la II Guerra Mundial y que terminó como comandante de las fuerzas de la OTAN en el sur de Europa.