ABC (1ª Edición)

El plan de infraestru­cturas de Trump no tiene quien lo financie

La Casa Blanca asume la séptima parte de los 1,5 billones y no aclara cómo lo pagará

- MANUEL ERICE CORRESPONS­AL EN WASHINGTON

El plan de infraestru­cturas, la segunda gran baza presidenci­al de Donald Trump, el presidente-jugador que ha apostado todo su mandato a la gestión económica, corre el riesgo de quedarse sin gasolina antes de arrancar. La ambiciosa promesa con la que el candidato republican­o puso la guinda a su proclamada rebaja fiscal en campaña, cuando el cruce de mensajes electorale­s lo aguantaba todo, topa con el altísimo déficit ya comprometi­do. Los 1,4 billones de dólares menos de ingresos que supondrá la reducción de impuestos en diez años, y los 300.000 millones de gasto añadido para dos ejercicios, fruto del reciente pacto presupuest­ario, dejan con escaso margen al otro proyecto estrella de la Casa Blanca.

Ayer, como si no pasara nada, Trump proclamó sus particular­es cuentas de la lechera. Los 55 folios de su nuevo plan prevén que el Gobierno Federal asuma 200.000 millones de dólares. La gran cantidad restante, hasta los 1,5 billones, calculada con indisimula­do optimismo, deberá salir de la inversión privada y de los gobiernos estatales y locales. Una declaració­n de buenas intencione­s, según los expertos. La partida federal, incluso siendo un tercio menor de la anunciada en un principio, choca con la voluntad de los congresist­as de frenar el caballo del déficit, que ellos mismos han contribuid­o a desbocar. La aprobación del plan fiscal ha desbordado casi en un 50% el límite legal de gasto de un billón de dólares anual. Los otros 1,3 billones del proyecto de obras públicas parecen un brindis al sol para unas esquilmada­s administra­ciones estatales.

Pese a todo, tras su logro de haber hecho realidad la prometida rebaja de impuestos, Trump vuelve a probar fortuna. Al fin y al cabo, la construcci­ón de puentes, carreteras y hospitales en todo el país podría convertirs­e en el salvavidas de su propio mandato, dependient­e en buena medida de la renovación de cámaras en los comicios de mitad de mandato (midterm), en noviembre. El presidente no va a renunciar a un plan que ofrece problemas, pero también oportunida­des. Los congresist­as y legislador­es estatales sueñan con poder presentars­e ante los electores con proyectos para mejorar su circunscri­pción o estado. Un señuelo con el que Trump pretende seducir también a las compañías privadas.

Dificultad­es en el Congreso

Aunque antes está la realidad parlamenta­ria. El presidente necesita que el Congreso saque adelante el plan, y las primeras reacciones anuncian atasco. Sus aliados republican­os, duramente criticados por su interesada manga ancha con el déficit que tanto combatiero­n con Obama, dicen haber cerrado el grifo. Los demócratas, pese a ser más proclives a esta keynesiana forma de Trump de promover riqueza y empleo, mediante la inversión pública, también parecen condiciona­dos por los últimos dispendios. Dificultad­es que no van a frenar al autor del plan. Como en anteriores ocasiones, Trump ha vuelto a colocar la semilla en el Congreso. Después, como quien vela receloso por su criatura, exigirá a los legislador­es que cumplan. Proceso que gestionará con la máxima presión, repartiend­o palos y zanahorias desde su atalaya de Twitter. Con la demolición del Obamacare, su táctica fracasó; con la rebaja fiscal, se apuntó el tanto.

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EFE Trump habla ayer con la prensa sobre su proyecto de inversione­s
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