«‘La vida y tal’ es como una playa nudista de almas»
Ambos protagonizan en Podimo un pódcast que además llevan a las tablas, donde escuchan a su público y les aportan humor y experiencias
La actriz Ana Milán y el comunicador Sebastián Gallego forman una pareja perfecta, uno de esos yin yang que encajan al milímetro, solo que el suyo es de colores y se mueve entre lo cotidiano, lo espontáneo y las lecciones de vida. Ambos protagonizan el pódcast La vida y tal, de Podimo, galardonado con el Premio Ondas a Pódcast Revelación de 2023. Un formato que han llevado, con llenazos de por medio, a los escenarios, con La vida y tal live tour, que tras pasar por Barcelona, Madrid y Sevilla recala en Bilbao el próximo 26 de mayo para después ir Zaragoza (9 de junio) y a otras ciudades por confirmar.
Ana y Sebastián nos reciben en su camerino, justo antes de su función en Madrid. Un show en el que sus oyentes aportan sus anécdotas y consultas, y los dos ponentes, su humor, amor, sabiduría y experiencias en la carrera de la vida.
¿Cómo surgió esta simbiosis entre Ana Milán y Sebastián Gallego?
Sebastián Gallego: Yo era becario en Antena 3 y puse un tuit sobre la rueda de prensa de una serie en la que Ana era una de las protagonistas, y donde iba a conocerla porque yo era su fan. Ella reaccionó a ese tuit y cuando llegué a la rueda de prensa, la primera rueda de prensa de mi vida, llega aquí nuestra amiga Ana y me dice: «¡Tú eres Sebastián Gallego!». Y yo: sí... Me hizo una ilusión de morir y, a partir de ahí, empezamos a desayunar, a quedar... Me empezó a seguir en Twitter, me invitó al teatro y pues así llevamos diez años. Ana Milán: Mi relación más estable. S. G.: ¿Se puede considerar que soy, después de tu hijo, el hombre de tu vida? A. M.: Sí, efectivamente.
¿Cómo descubrieron que esa relación se podía llevar a un espectáculo o ser una vía artística?
A. M.: El enfoque no es el de contar nuestras cosas, sino escuchar las de los demás. De hecho, no contamos nuestras cosas. Parece que sí, pero no (risas). Contamos como un 10%. S. G.: Hay un punto de generosidad. Es decir, si el pódcast se basa en que la gente nos cuente sus movidas para que los ayudemos, los aconsejemos o demos nuestra opinión, pues nosotros contamos también lo que nos pasa, bueno y malo.
A. M.: La vida y tal es como una playa nudista donde a base de contar las mierdas de cada uno de nosotros, todos los cuerpos y todas las almas se desnudan y se igualan.
Tuvo que haber un momento en el que dijeran: ¿y si hacemos un pódcast?
A. M.: Llamó Podimo y me ofreció un pódcast. Tenía muy claro que quería hacer un consultorio y que lo quería hacer con Sebastián y en un desayuno... No le pregunté, le dije: vas a hacer un pódcast.
Ana, durante el confinamiento por la pandemia contaba anécdotas por redes sociales, ¿le queda la idea de haber ayudado a mucha gente?
A. M.: No puede ser de otra manera porque la gente, que es maravillosa, así me lo ha manifestado. No tenía mucha conciencia de estar ayudando, tenía conciencia de estar acompañando, pero luego me decían: «A mí me salvaste la vida», o «yo vivía solo» o «yo estaba en el hospital…». Toda mi vida he sido de contar todo lo que me ha pasado, lo bueno, lo malo, lo regular... No sé por qué se le tiene tanto miedo a eso, la verdad.
Si todos contáramos todas esas pequeñas cosas, no nos sentiríamos tan raros… ¿no?
A. M.: Es que lo raro es no contarlo. Me parece que no contarlo y tragarte todas tus mierdas puede desembocar en que en tu cabeza, probablemente, sean un problema. Contado, eso casi se diluye. Yo creo que nosotros lo que más nos contamos en el día a día son las mierdas. S. G.: Nos alegramos cuando el otro nos cuenta algo bueno, pero hay llamadas de ‘me ha pasado esto, ¿qué mierda hago?’. A. M.: Es que eso te hace mucho más fuerte.
Ya se conocen bien, ¿eso les ayuda a darse la réplica en el escenario?, ¿a tener un rol?
A. M.: Nos entendemos con una mirada. Nos conocemos con la misma intensidad con la que se conoce cualquier persona que sea íntima de otra. Con una mirada sé lo que está pensando y lo que le está pasando. El otro día en una cena yo me cabreé con una persona tratando de que no se me notara y automáticamente recibí un WhatsApp de él que decía: «Cambia la cara». S. G.: Y luego ha habido veces que hemos dicho la misma frase a la vez, no una ni dos… A. M.: Somos
la misma persona. Yo en joven y él en viejo (risas).
¿Cómo llevan el momento en el que salen al escenario ante un teatro lleno de gente?
A. M.: Yo creo que tengo la tranquilidad de quien sabe que, en realidad, no te vas a morir si algo sale mal. He llevado a Sebastián también a ese punto de inconsciencia y se ha convertido en un inconsciente feliz. Sabe que nunca le soltaría la mano. S. G.: Yo vivo disociado. Un día de espectáculo me levanto, desayuno un trozo de pizza con aceite y llego aquí y ¡qué bonito todo! Ji ji, ja ja. Y luego salgo y hay un minuto que dices ‘hostia’, porque, claro, no sabemos nada de lo que va a pasar... pero disfrutando. A. M.: El consejo que
«Hay un punto de generosidad: la gente cuenta sus movidas y nosotros las nuestras»
«Tragarte tus mierdas hará que en tu cabeza sean un problema, contarlo lo diluye»
«No creo en los actores de éxito que dicen que su vida es totalmente normal, es falsa modestia»
le he dado a Sebastián es: no hagas que haces. No hagas que te ríes. No hagas que lloras. No hagas que te emocionas. No hagas que sabes de algo... Esto es para la vida, no solo para el escenario.
Hay quien tiende a pensar que por el hecho de ser actriz y famosa todo es de color de rosa...
A. M.: No creo en los actores de éxito que de repente dicen que su vida es totalmente normal. Claro que no. No estás en una caja de supermercado pasando por un escáner códigos de barras ocho horas al día y cobrando 900 euros. Permítete la humildad, dentro de lo extraordinario que te pasa. Lo contrario me parece, de hecho, como una mentira manida y una falsa modestia. ●