Canto a la alegría
En un mundo cada vez más hostil, despiadado y violento parece a primera vista muy difícil, sino imposible, cantarle a la alegría. Este es particularmente el caso de aquellas muchas víctimas de maltrato, discrimen, pobreza, injusticia, enfermedades y opresión. Pero los inmensos retos de nuestra existencia no desdicen del carácter de la alegría como componente primario del espíritu humano, de lo más fundamental de nuestra naturaleza. Esto quedó demostrado de manera dramática por uno de los más grandes genios musicales de todos los tiempos.
El 7 de mayo de 1824 se estrenó en el teatro Kärntnertor en Viena la Novena Sinfonía de Ludwig Van Beethoven (La Coral). El último de los cuatro movimientos de esa Sinfonía contiene la musicalización del poema de Friedrich Schiller de 1785 Ode to Joy. Este es un singular canto a la vida, a la felicidad y a la hermandad.
La Novena Sinfonía marca la primera vez que esta forma musical integra un coro y solistas. Es decir, es la primera vez que la sinfonía incorpora el único instrumento musical creado por la naturaleza: la voz humana.
Esta monumental creación es el producto de una vida atribulada. La madre de Beethoven murió siendo este adolescente. El alcoholismo de su padre forzó al compositor a asumir a temprana edad la responsabilidad financiera en el hogar. La Novena Sinfonía fue compuesta por un músico aquejado por la afección más terrible para un hombre de su oficio: la más total de las sorderas.
Cómo puede crear música que trasciende el tiempo para celebrar la vida un ser humano que tiene muchas razones para maldecirla, parece un misterio indescifrable.
Aunque Viena fue la ciudad en la que vivió la mayor parte de su vida productiva, Beethoven nació en Bonn, Alemania en 1770. Se ganó la vida y reconocimiento a edad temprana como pianista. Sus primeras publicaciones importantes son composiciones para este instrumento solo, aparecidas entre 1795 y 1801. En esos años compuso también tres conciertos para piano, sus dos primeras sinfonías y seis cuartetos para cuerdas.
Su período creativo intermedio, que lo encuentra ya aquejado por una sordera parcial, se caracteriza por la Tercera Sinfonía (La Heroica), originalmente dedicada a Napoleón. La Quinta Sinfonía que también pertenece a este periodo, cuyos primeros acordes sugieren el destino tocando la puerta de una forma que casi el mundo entero reconoce, es por estos acordes quizás su pieza más conocida. Este es también el periodo de Fidelio, su única ópera, así como de la famosa Sinfónia Pastoral, su sexta, de sus conciertos para piano cuatro y cinco (El Emperador) y su único concierto para violín.
Terminada su carrera como pianista debido a su sordera, Beethoven entra en su periodo creativo final que coronará con la Novena Sinfonía. Su ambición de estrechar los vínculos entre los seres humanos cobra expresión musical en la incorporación de melodías folclóricas populares en los trabajos de este último periodo. De esta época son también Los Cuartetos Tardíos (Late Quartets) que por su dificultad técnica algunos han llamado música para músicos.
Tanto Schiller como Beethoven eran artistas firmemente anclados en los preceptos del Romanticismo, cuya aspiración filosófica era redimir a la humanidad liberándola de su angustia existencial a través de la belleza. La Novena es quizás la expresión más sofisticada y completa del espíritu humanista y humanizador de Beethoven. Su progresión musical es asombrosa. El gran crescendo inicial cede ante el scherzo unificador para alcanzar un intenso adagio y culminar en la voz humana que canta los versos de Schiller.
Se trata por supuesto, de una de las más logradas creaciones del género musical que llamamos clásico.
A pesar de la perdurabilidad de esta pieza y de este tipo de música, su aceptación popular es relativamente limitada. No parece tratarse de accesibilidad. Las plataformas más usadas para música popular tienen también ofrecimientos de música clásica. El internet permite alcanzar sin costo interpretaciones de diverso tipo.
Quizás el problema de limitada aceptación se deba en parte a los mitos que se perpetúan sobre esta música. No es cierto que la misma requiera para su disfrute más inteligencia o educación que otros géneros. Toda obra de arte pude apreciarse a diferentes niveles. La sensibilidad musical no reside en el oído ni en el cerebro. Reside en el corazón. Los bebés que a diario se duermen con una canción de cuna prueban que somos criaturas tonales antes que criaturas racionales. De ahí que Knost dijera que la música es el lenguaje del alma.
La música clásica no es una obligación. Todo el mundo tiene derecho a escoger lo que le gusta sin ofrecer excusas por ello. De ahí que disfrutar de la música clásica tampoco requiera exclusividad. Sin caer en falsas equivalencias estéticas, se trata de un género entre otros. Por último, el repertorio clásico es amplísimo, lo disfrutamos hasta en el cine y los comerciales porque hay en él algo para todo el mundo.
El año en que celebramos los 200 años de la Novena es el año en que también celebramos los 100 años de Rhapsody in Blue de Gershwin y los sesenta de la primera visita de los Beatles a los Estados Unidos. Esos eventos musicales también ameritan conmemoración pues son similarmente celebraciones de la vida. Después de todo, la alternativa a vivir sin música no es una vida en silencio. Es una vida en el ruido.
“La Novena es quizás la expresión más sofisticada y completa del espíritu humanista y humanizador de Beethoven. Su progresión musical es asombrosa”