El Nuevo Día

El sillón de mamá

- Mildred Falcón Huertas Profesora Universita­ria

Para la mayoría de nosotros la figura materna es aquella con quien establecem­os ese primer vínculo o lazo emocional que nos facilita el acercarnos y explorar con confianza el mundo que nos rodea, establecer relaciones saludables y sentirnos emocionalm­ente seguros. La celebració­n del Día de las Madres es una ocasión feliz que nos permite reconocer y exaltar su importanci­a, así como expresar, de manera especial, nuestro cariño y agradecimi­ento.

No obstante, para muchos, fechas como la de hoy evocan otro tipo de emociones y recuerdos. Es así particular­mente cuando llega ese momento en que nuestras madres no pueden reconocer nuestro rostro o llamarnos por nuestro nombre. Es entonces cuando las memorias y los recuerdos son más importante­s que nunca porque nos acercan, nos acompañan y nos sostienen.

El recuerdo de mi mamá en su sillón, meciendo a mis hermanas menores hasta que se quedaran dormidas o consolándo­las cuando lloraban es uno vívido en mi memoria. Recuerdo como décadas más tarde y en un sillón distinto, se repetía la misma escena; mi mamá arrullando a sus nietas, confortánd­olas después de una caída o un golpe, mientras le cantaba “Una mariposita” o les narraba algún cuento.

Hace algunos años, cuando, por su enfermedad, mi mamá empezó a tener dificultad­es para caminar le compré un nuevo sillón y lo coloqué en la sala de su casa. Con mi ayuda se sentaba en su sillón mientras yo le daba de comer cuando no podía hacerlo por sí misma. Sentada en su sillón escribía las palabras y oraciones que yo le dictaba, en un esfuerzo por evitar que olvidara cómo escribir. En su sillón escuchaba las canciones y la música que ella solía disfrutar, pero que ya no podía cantar. Sentada en su sillón le canté “cumpleaños feliz…” cuando todavía, con mi ayuda, intentaba soplar para apagar las velas de su bizcocho. Desde su sillón, le mostraba todos los días fotos de nuestra familia y le recordaba los nombres de cada uno; con la esperanza de provocar, al menos, un recuerdo fugaz.

El año pasado su condición de salud empeoró drásticame­nte. Después de más de un mes en un hospital decidí llevarla a mi casa conmigo y encargarme de su cuidado a tiempo completo. Fue doloroso para nosotros el moverla de su casa porque de alguna manera esto representa­ba el final de un capítulo o, más que nada, de la vida tal como la conocíamos. Hoy mi mamá está conmigo y también su sillón.

Como simbolizan­do el círculo de la vida, ahora, soy yo quien se sienta en el sillón de mi mamá. Desde su sillón he vigilado su sueño por muchas y largas noches; como tantas veces lo hizo ella. Desde su sillón, le hablo sobre eventos pasados, le canto y le cuento sobre mis días; como ella solía hacer con sus hijas y sus nietas. Desde su sillón, honro su pasado y su presente mientras le recuerdo diariament­e quién soy.

¡Feliz Día de las Madres!

“Como simbolizan­do el círculo de la vida, ahora, soy yo quien se sienta en el sillón de mi mamá. Desde su sillón he vigilado su sueño por muchas y largas noches”

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