¿Queremos a Puerto Rico o a “Puerto Pobre”?
Hablemos de economía
En tiempos recientes, percibo una peligrosa tendencia hacia criminalizar el éxito económico. Cada día se hace más evidente una especie de retórica en contra del empresarismo y hacia los sectores comerciales-productivos de la isla. Esto ocurre en un mal momento, ya que vivimos una coyuntura decisiva en la cual se definirá si, en efecto, lograremos viabilizar una sociedad exitosa o escogeremos la ruta del fracaso. Espero seamos capaces de escoger la primera opción.
No conozco ninguna economía que haya logrado un nivel de éxito social y económico criminalizando la creación de riqueza y la acumulación de capital. Igualmente, creo imprescindible crear las condiciones adecuadas para la mejor distribución posible del ingreso y el acceso a las oportunidades de todos los sectores de la población.
Percibo también que gran parte de la frustración colectiva tiene que ver con la larga depresión económica criolla que inició en el 2006. Durante esta gran caída, se perdieron $60,000 millones en riqueza local entre el colapso de cuatro bancos locales, la quiebra de los bonos del gobierno y la devaluación de las propiedades. En dos décadas, perdimos la riqueza que tomó años en construir.
La ruta del éxito económico (1950 – 1996)
Sin embargo, Puerto Rico aún con una economía con fuerte presencia gubernamental, el apoyo de fondos federales y los incentivos de la antigua Sección 936, (1976-96) pudo crear las condiciones para un despegue económico y creó su propia ruta hacia el éxito, al amparo del gobierno de los Estados Unidos y las inversiones corporativas multinacionales (farmacéuticas).
Durante la segunda mitad del siglo veinte, la universidad del estado (UPR) fue capaz de crear una clase media que eventualmente pudo ascender a ser clase media alta sin tener que pertenecer a las familias históricas de la isla, y así se construyó una sociedad más o menos funcional con una cultura de trabajo y se creó de una clase empresarial local.
Pude disfrutar parte de esa época mientras transitaba de la universidad del estado hacia el mundo profesional, a principios de la década del 90. En aquellos días, no percibí la narrativa hostil hacia el éxito económico ni hacia la gestión empresarial como la percibo en estos momentos. Nunca percibí los resentimientos sociales ni la retórica de clases que actualmente está presente en la discusión pública. Sospecho y teorizo que en gran medida el surgimiento o reciclaje del discurso de “pobres contra ricos” y en contra del sistema de libre mercado está directamente relacionado al colapso del modelo económico local y el fin del milagro económico puertorriqueño.
A partir del fin de la Sección 936 en el 1996, la economía comenzó una lenta agonía y por ende un deterioro en las condiciones que hicieron posible la movilidad socioeconómica de la isla durante la segunda mitad del siglo veinte. Todos los que nacieron en el 1996, en sus primeros 25 años de vida lo que ha visto es una larga crisis económica. La crisis económica y fiscal que se agudiza a partir del 2006 detuvo la mejoría de aquella clase media, que décadas anteriores podía aspirar a ser clase media alta o alta, vía el trabajo y el mérito propio.
Aspirar a crear riqueza no es un delito
Debemos enterrar el discurso de la lucha de clases y sustituirlo por una aspiración individual y colectiva de crear riqueza, promover la competitividad y lograr un desarrollo económico pleno. Me parece irónico que mientras se intenta criminalizar y penalizar el éxito económico y empresarial, una nueva cepa de empresarios se abre paso emprendiendo y creando nuevos negocios.
Esa misma juventud que solo ha vivido en la crisis, se ha lanzado a emprender y tiene como norte crear nueva riqueza y construir su propio destino. La generación responsable de la quiebra económica de Puerto Rico debe buscar cómo apoyar las generaciones que suben y el gobierno ser un verdadero facilitador de los cambios que requiere la isla para volver a ser económicamente exitosa.