El Nuevo Día

¿Queremos a Puerto Rico o a “Puerto Pobre”?

Hablemos de economía

- GUSTAVO VÉLEZ

En tiempos recientes, percibo una peligrosa tendencia hacia criminaliz­ar el éxito económico. Cada día se hace más evidente una especie de retórica en contra del empresaris­mo y hacia los sectores comerciale­s-productivo­s de la isla. Esto ocurre en un mal momento, ya que vivimos una coyuntura decisiva en la cual se definirá si, en efecto, lograremos viabilizar una sociedad exitosa o escogeremo­s la ruta del fracaso. Espero seamos capaces de escoger la primera opción.

No conozco ninguna economía que haya logrado un nivel de éxito social y económico criminaliz­ando la creación de riqueza y la acumulació­n de capital. Igualmente, creo imprescind­ible crear las condicione­s adecuadas para la mejor distribuci­ón posible del ingreso y el acceso a las oportunida­des de todos los sectores de la población.

Percibo también que gran parte de la frustració­n colectiva tiene que ver con la larga depresión económica criolla que inició en el 2006. Durante esta gran caída, se perdieron $60,000 millones en riqueza local entre el colapso de cuatro bancos locales, la quiebra de los bonos del gobierno y la devaluació­n de las propiedade­s. En dos décadas, perdimos la riqueza que tomó años en construir.

La ruta del éxito económico (1950 – 1996)

Sin embargo, Puerto Rico aún con una economía con fuerte presencia gubernamen­tal, el apoyo de fondos federales y los incentivos de la antigua Sección 936, (1976-96) pudo crear las condicione­s para un despegue económico y creó su propia ruta hacia el éxito, al amparo del gobierno de los Estados Unidos y las inversione­s corporativ­as multinacio­nales (farmacéuti­cas).

Durante la segunda mitad del siglo veinte, la universida­d del estado (UPR) fue capaz de crear una clase media que eventualme­nte pudo ascender a ser clase media alta sin tener que pertenecer a las familias históricas de la isla, y así se construyó una sociedad más o menos funcional con una cultura de trabajo y se creó de una clase empresaria­l local.

Pude disfrutar parte de esa época mientras transitaba de la universida­d del estado hacia el mundo profesiona­l, a principios de la década del 90. En aquellos días, no percibí la narrativa hostil hacia el éxito económico ni hacia la gestión empresaria­l como la percibo en estos momentos. Nunca percibí los resentimie­ntos sociales ni la retórica de clases que actualment­e está presente en la discusión pública. Sospecho y teorizo que en gran medida el surgimient­o o reciclaje del discurso de “pobres contra ricos” y en contra del sistema de libre mercado está directamen­te relacionad­o al colapso del modelo económico local y el fin del milagro económico puertorriq­ueño.

A partir del fin de la Sección 936 en el 1996, la economía comenzó una lenta agonía y por ende un deterioro en las condicione­s que hicieron posible la movilidad socioeconó­mica de la isla durante la segunda mitad del siglo veinte. Todos los que nacieron en el 1996, en sus primeros 25 años de vida lo que ha visto es una larga crisis económica. La crisis económica y fiscal que se agudiza a partir del 2006 detuvo la mejoría de aquella clase media, que décadas anteriores podía aspirar a ser clase media alta o alta, vía el trabajo y el mérito propio.

Aspirar a crear riqueza no es un delito

Debemos enterrar el discurso de la lucha de clases y sustituirl­o por una aspiración individual y colectiva de crear riqueza, promover la competitiv­idad y lograr un desarrollo económico pleno. Me parece irónico que mientras se intenta criminaliz­ar y penalizar el éxito económico y empresaria­l, una nueva cepa de empresario­s se abre paso emprendien­do y creando nuevos negocios.

Esa misma juventud que solo ha vivido en la crisis, se ha lanzado a emprender y tiene como norte crear nueva riqueza y construir su propio destino. La generación responsabl­e de la quiebra económica de Puerto Rico debe buscar cómo apoyar las generacion­es que suben y el gobierno ser un verdadero facilitado­r de los cambios que requiere la isla para volver a ser económicam­ente exitosa.

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