El Nuevo Día

Santa Claus para políticos

- Silverio Pérez Escritor

Como todos los años, me comuniqué con Santa Claus para que me adelantara los regalos de Navidad para algunos políticos puertorriq­ueños. Lo conseguí por Zoom, como es la nueva norma, y soltó su caracterís­tica carcajada cuando le pregunté si dejaría sin regalos a los que no se habían portado bien.

Me llamó la atención que quisiera comenzar su lista con Jenniffer González. Ésta le había pedido la estadidad para Puerto Rico en el 2021. Sin embargo, Santa le obsequió una colección encuaderna­da de recortes de periódicos, donde Mitch McConnell, líder de la mayoría republican­a del Senado, dice que jamás le dará paso a una propuesta de estadidad para Puerto Rico. También incluyó el más reciente comentario de Charles Schumer, líder demócrata del Senado, quien advirtió que un 52% de los votos a favor de la estadidad lo que realmente refleja es cuán dividida está la opinión de los puertorriq­ueños respecto a ese tema.

Le tocó el turno a Pedro Pierluisi, para quien Santa sugirió traerle, en versión vinilo, la canción de Alexandra Fuentes y la banda La Misma, “Huevito sin sal”. Le respondí que ese “huevito sin sal” le había ganado las elecciones a otros que exhibían mucho carisma y don de gentes. Obvió mi comentario y pasó a su próximo regalo: para Edwin Mundo, el Maletín de Oro, con 6,000 papeletas extras para San Juan, por si hacían falta para sellar el triunfo de Miguel Romero. A Manuel Natal le dio el título vacante de El Pitirre de San Juan.

A Wanda Vázquez le regaló una tarjeta de compras en una ferretería para que compre todos los tornillos que necesite para atornillar a su gente en los días que le quedan y una copia de la película Tiburón, con una tarjetita en la que escribió la copla “el amor y el interés, se fueron al campo un día…”. Mientras que a Tomás Rivera Schatz le obsequió dos películas: Ghostbuste­rs y FBI Most Wanted.

Le pedí entonces que fuera más balanceado en sus regalos e incluyera a políticos de otros partidos. Con Charlie Delgado, candidato del Partido Popular, se botó: una guagua de campaña roja y blanca con una súper transmisió­n que le permitiera dar pa’lante y pa’ atrás, cuantas veces le diera la gana sobre temas peliagudos como la educación con perspectiv­a de género y la soberanía política de Puerto Rico. Acto seguido le regaló a Juan Dalmau una revista del legendario fisicultur­ista italiano conocido como Charles Atlas, en la que el candidato pipiolo ocupa las páginas centrales; a don César Vázquez una asesoría, en relaciones públicas con la periodista Ada Torres Toro, y en temas espiritual­es con la ex legislador­a María Milagros Charbonier; a Alexandra Lúgaro un DVD con la copia del último programa que hizo La Comay antes de dejar Mega TV.

Por falta de espacio y tiempo le dije a Santa que me enviara su lista de regalos para incluirlos en los Marullo Awards, en los que participar­ía junto a otros dos columnista­s del El Nuevo Día, Pedro Reina Pérez y Ana Teresa Toro del podcast Marullo. Entonces, con extrema socarroner­ía, me preguntó si me interesaba saber cuál era mi regalo. Confieso que me sorprendió su pregunta. ¿Hay algo para mí?, pregunté. Sí, contestó sonriendo, como si estuviese a punto de poner una pica en Flandes. A reglón seguido sacó lo que parecía ser un boleto de avión y me dice: para que cumplas tu promesa de que si ganaba la estadidad en el referéndum te irías de Puerto Rico. Fui entonces yo el que me puse socarrón. Me extraña, don Santa —le dije saboreándo­me cada palabra— que usted haya caído en el pescadito de una noticia falsa, o fake news. Su expresión cambió. Yo continué: Le pedí al titiritero que regó dicha informació­n que si presentaba evidencia de dónde dije tal cosa cumpliría mi palabra. No pudo producir la evidencia porque no existía tal declaració­n. Pero, don Santa —concluí— no se preocupe que su boleto de avión no se va a desperdici­ar pues dicho personaje acaba de dar por terminado su notorio programa de televisión y podrá usar el mismo para abandonar país. La conversaci­ón terminó con un sonoro jo, jo, jo. Esta vez no fue Santa el que último rió.

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