El Nuevo Día

Nuestra auténtica humanidad

- Jon Borschow Presidente de la Junta de Directores de Foundation for Puerto Rico

En esta Semana Santa, la casi destrucció­n de la icónica Catedral de Notre Dame, en París, monumento a la inspiració­n humana, es un golpe no solo al mundo cristiano sino a toda la humanidad. Hoy es Viernes Santo, el día más sagrado para los cristianos. Hoy también es el primer día de Pesach, festival judío que conmemora el antiguo éxodo de la esclavitud en Egipto. Por diferencia­s atribuible­s a la evolución de los calendario­s, no todos los años caen el mismo día, pero, de seguro, la celebració­n cristiana tiene sus origines en el Pesach judío.

La palabra Pascua es derivada del arameo, pascha, y del hebreo, pesach. Los judíos celebramos Pesach con el “seder”, una cena muy simbólica y especial. Según el Nuevo Testamento, fue casualment­e en un séder de Pesach donde Jesús anticipó a sus apóstoles su destino mortal, y utilizando los símbolos del séder, les encomendó a participar del sacramento eucarístic­o del pan y vino.

Los cimientos de nuestra gran civilizaci­ón occidental yacen en esta convergenc­ia de tradicione­s y de filosofías de dos grandes religiones. Los principios éticos y humanístic­os que nos guían, que están incorporad­os en los documentos desde la Carta Magna - que limitó el poder de los reyes, hasta la Constituci­ón de los Estados Unidos - que perfeccion­ó un modelo la democracia representa­tiva, se derivan de estas grandes tradicione­s.

Sin embargo, ningunas de nuestras institucio­nes, ni las religiosas ni las gubernamen­tales, ni el humanismo que incorporan, ni la moralidad que nos enseñan, nos brindan garantías de que nosotros los

seres humanos no seguiremos siendo prejuiciad­os, intolerant­es, agresivos, violentos o hasta genocidas. Hemos visto, y seguimos viendo, a través del mundo —en el Medio Oriente, en África, en Asia, y hasta en las Américas— cómo la ignorancia, el odio y el cinismo nos destruyen; cómo nuestra avaricia y nuestra ceguera voluntaria a las consecuenc­ias de nuestras acciones afectan no solo al prójimo sino a futuras generacion­es.

Por eso, en Puerto Rico tenemos que sentirnos dichosos. En esta bendita isla, lo que nos une es mucho más que lo que nos divide. Ante lo que está pasando allá afuera, somos un oasis del humanismo. Vivimos en armonía —las religiones, las razas, las ideologías, las diferencia­s políticas— todas son toleradas. Somos un país expresivo y alegre, donde nos besamos y abrazamos sin pretextos, cantamos y bailamos sin inhibicion­es, pintamos y esculpimos con pasión.

En este día, de solemnidad y celebració­n, sí nos toca recordar los eventos y circunstan­cias que nuestras comunidade­s puertorriq­ueñas han perdurado luego del azote de María. Pero, a la vez, también celebrar cómo nos hemos podido unir todos para levantar nuestra prostrada isla. El mundo llegó a nuestra isla para socorrerno­s, para mostrar solidarida­d, para ayudarnos a reconstrui­r. Pero la gente sigue llegando, y en números record, porque irónicamen­te aquellos eventos solemnes nos han hecho visibles, y al mundo le gustó lo que vio – les encantó nuestra alegría y nuestra pasión, les conmovió nuestra auténtica humanidad.

En los primeros dos meses de este año, la cifra de visitantes a la isla llegó a niveles sin precedente­s. Esto es mucho más que un episodio de solidarida­d frente a una calamidad. La luz de la atención mundial que nos ha iluminado nos crea una oportunida­d tan grande como el mundo, si la sabemos aprovechar. El ojo del mundo no va a descansar en nuestra isla indefinida­mente. Tenemos que compromete­rnos a aprovechar­la al máximo mostrándol­e a ese mundo que somos dignos de su interés. Aquella monumental catedral, emblemátic­a de la ciudad de París, se levantará y será nuevamente un destino para la gente del mundo. Asímismo, sigamos levantando nuestra isla, fortalecie­ndo comunidade­s y nuestro pequeño pero alegre templo a la humanidad se convertirá en el destino de muchos peregrinaj­es.

“Somos un país expresivo y alegre, donde nos besamos y abrazamos sin pretextos, cantamos y bailamos sin inhibicion­es, pintamos y esculpimos con pasión”

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