Bombas, tiros y odio
La noticia de que personas vinculadas al Partido Demócrata —o que eran muy vocales en torno a la gestión y conducta del presidente Donald Trump— recibieron artefactos explosivos acaparó los titulares de todos los periódicos del planeta. También comenzaron las especulaciones de quién o quiénes podían estar detrás de dicha acción, a escasas semanas de las elecciones congresionales.
En muchos casos, hay personas que no pueden analizar un evento o una notica de manera objetiva; su análisis siempre estará matizado por algún interés ulterior que, además, se nutre de una interpretación poco convincente. Ejemplo de lo anterior son las personas que, sin vergüenza alguna, apuntaron que era muy posible que integrantes o seguidores del Partido Demócrata estuvieran detrás de esas acciones para afectar el desempeño de los candidatos republicanos en las elecciones que se avecinan.
El problema con esa postura —además de ser difícil de digerir— es que lo que era de esperarse es que dichos actos fueran hechos por personas fanáticas de Trump o de las causas que él, de manera estridente, difunde cotidianamente. A esto se suma la masacre en una sinagoga en la ciudad de Pittsburgh por una persona alimentada por la xenofobia que se fermenta en las redes sociales y que pertenece a un grupo neonazi, a ese grupo que Trump no criticó decisivamente (por no decir que casi los justificó) por sus acciones en Charloteville y que en ocasiones ha atacado a manifestantes contrarios al presidente.
Lo que debe ser indisputable en los escenarios descritos es que el discurso y las palabras de odio generan este tipo de reacción. Ello se agrava cuando las palabras de odio son pronunciadas por la persona que ostenta la presidencia de Estados Unidos y las difunde sin ningún tipo de constricción por las redes sociales. Cuando este tipo de expresiones las emite el comandante en jefe de un país, implica una especie de autorización o invitación a realizar conducta germana a sus expresiones; como si esas acciones estuvieran refrendadas por el presidente.
En ese sentido, cabe destacar que uno de los artefactos fue enviado a la cadena de noticias CNN. La prensa norteamericana ha sido, precisamente, la destinataria de críticas continuas del presidente. Trump articuló para la prensa una peligrosa expresión que repite diariamente: las “fake news”. Esas palabras —con la carga negativa que intrínsecamente tienen— son repetidas por los políticos y “analistas” cuando no les gusta el contenido de una noticia. Ya no se trata de debatir, refutar y explicar sino de meramente decir la frase mágica —“¡fake news!”— y se despachó la discusión. No es casualidad que la persona arrestada por el envío de los artefactos explosivos tuviera en su vehículo personal pegadizos insultantes a CNN entre mucha otra diatriba impresa impregnada de odio.
Ciertamente, vivimos tiempos difíciles. Si los dirigentes de un país, el que sea, no se comportan con una conducta ejemplarizante, ¿qué se puede esperar de sus seguidores? Es por ello que el ejemplo, la civilidad y el sentido más básico de humanidad tienen que surgir del pueblo. Los dirigentes sabrían, entonces, que su conducta destemplada es rechazada masivamente y que es contraproducente.
El problema es que algunos líderes piensan que esas conductas les ganan alguna simpatía de sectores que se han sentido marginados, particularmente en lo económico, y que buscan de manera fácil identificar responsables de sus problemas, que, claro, no son ellos mismos. Ahí surgen las recriminaciones a los inmigrantes, a las mujeres, a los de piel con mayor pigmentación, a los que hablan con acento y a los creyentes de “otras religiones”. Nos corresponde a todos distanciarnos de dicha conducta. ¿Seríamos demasiado optimistas si pensamos que, a lo mejor, se le pegaría algo de conducta sensata a Trump?
“El ejemplo, la civilidad y el sentido más básico de humanidad tienen que surgir del pueblo. Los dirigentes sabrían, entonces, que su conducta destemplada es rechazada masivamente”