El Nuevo Día

Una coalición de conciencia

- David Harris CEO del Comité Judío Americano

Sabíamos que el antisemiti­smo estaba vivo. Sabíamos que estaba creciendo. Cada vez más personas desinhibid­as expresaban su odio e intoleranc­ia. Ataques mortales en contra de judíos ya han ocurrido en otros países, desde Bélgica a Bulgaria, desde Argentina a Panamá, desde Turquía a Túnez, y desde Francia a Dinamarca -por no mencionar a Israel. No obstante, hasta ahora los judíos estadounid­enses vivíamos con cierta inocencia: creíamos que un crimen de la envergadur­a de Pittsburgh era inconcebib­le aquí.

Esa inocencia se hizo trizas, por supuesto, cuando 11 judíos, pilares de la orgullosa comunidad judía de Pittsburgh, fueron masacrados en un templo de oración por un asesino cuyo propósito era aniquilar vidas judías.

Muchos están comprensib­lemente confundido­s, deprimidos y desorienta­dos. Si pudo ocurrir en Pittsburgh, puede suceder en cualquier parte. Nosotros somos los 11 y ellos son nosotros. Ya sea que los conociéram­os o no, seguro no estaban a más de dos grados de separación, y mirar sus fotos es como ver a nuestros propios parientes, amigos, vecinos, y sí, a nosotros mismos.

La respuesta inmediata ha sido conmovedor­a. Comunidade­s de todo el país han organizado eventos solidarios y servicios conmemorat­ivos. Destaca entre ellos una reunión de todo el condado de White Plains, en el estado de Nueva York, convocada a eso del mediodía el pasado domingo. Cuatro horas más tarde, la sinagoga estaba repleta, con más de 1,500 asistentes apretados en un espacio que sólo admite 1,000. Entre la multitud se hallaban decenas de dirigentes políticos y representa­ntes de múltiples credos.

Y muchos líderes internacio­nales han expresado su solidarida­d, apoyo y dolor. Hemos escuchado palabras de funcionari­os en Austria, Azerbaijan, Bulgaria, Canadá, Chipre, Dinamarca, la Unión Europea, Francia, Alemania, Singapur, Suecia, la ONU, entre muchos otros, que dijeron estar junto a la comunidad judía. Tal como uno escribió: “el antisemiti­smo es nuestro peor enemigo existencia­l, y debemos combatirlo con todos los medios posibles”.

Pero es allí donde salta la pregunta. Una vez que las reuniones queden detrás, los tuits pasen a ser un recuerdo, y los “pensamient­os y oraciones” sean archivados ¿qué quedará? ¿Volveremos a la rutina habitual? ¿Cómo lucharemos contra esta patología ancestral “con todos los medios posibles”?

De más está decir que sería gratifican­te saber que gente de la talla de Jonas Salk está trabajando en una vacuna contra esta temida enfermedad social. Muchos de nosotros hemos intentado descubrirl­a, pero no hemos dado todavía con la fórmula mágica, tal como Pittsburgh dolorosame­nte nos demostró.

Pero hay cosas que podemos hacer. Primero, la amenaza que presenta el antisemiti­smo debe ser reconocida. Suena obvio, ¿verdad? Pero yo podría escribir un tomo completo sobre reuniones que hemos mantenido con líderes mundiales durante los últimos 18 años en las que tratamos de convencerl­os sobre la inquietant­e magnitud del problema. Mientras algunos escucharon, muchos otros miraron para un costado, sugiriendo que exagerábam­os el peligro o que estábamos confundido­s respecto a su naturaleza.

Segundo, combatir el antisemiti­smo requiere el reconocimi­ento de las principale­s fuentes de esta amenaza, que son tres: la extrema derecha, la extrema izquierda y los yihadistas. Algunos, por razones políticas, preferiría­n minimizar una o varias de estas vertientes, pero todas suponen un peligro grave – y todas precisan ser confrontad­as de frente.

Tercero, la retórica política tiene secuelas. Cuando nuestros funcionari­os públicos recurren a un lenguaje incendiari­o, utilizan mensajes encubierto­s o le guiñen un ojo al extremismo, los efectos pueden ser devastador­es. Hoy, el discurso público en Estados Unidos, en el ámbito político y más allá, sigue yéndose por la alcantaril­la. Los opositores se transforma­n en enemigos, las teorías conspirati­vas abundan y las redes sociales se vuelven facilitado­ras. Si nuestros líderes no actúan con responsabi­lidad y no nos alejan del abismo, pagaremos un alto precio.

Cuarto, este es el momento para que emerja una coalición de conciencia -para defender con orgullo y en voz alta los valores de la decencia, la civilidad, el respeto mutuo, el espíritu bipartidis­ta y la unidad. Si la naturaleza aborrece el vacío, lo mismo ocurre con la democracia. Si esta coalición no se pone en pie y dirige el curso, entonces otros, con diferentes agendas, llenarán el espacio vacante, tal como lo hemos visto antes.

Quinto, pese a todas las bondades que han bendecido a los Estados Unidos, que son casi infinitas, la violencia se ha hecho parte de nuestro dominio. Esta violencia tiene muchas caras: desde el lenguaje de incitación y confrontac­ión al número de armas letales en las manos equivocada­s; desde aquellos que encuentran placer en los embates cara a cara al borde de peligro físico, a aquellos que pasan desapercib­idos en los sistemas diseñados para identifica­r los descontent­os sociales; y, por supuesto, a aquellos que, por diferentes motivos, desataron Charleston, San Bernardino, Sandy Hook y Fort Hood.

Y sexto, en lo inmediato, tanta gente como sea posible -judíos y no judíos por igual- deberían considerar participar de servicios en sinagogas este fin de semana. Lo llamamos #ShowUpForS­habbat (Preséntate en Shabat). Esta es una forma de demostrar unidad y un destino común. Es una manera de decirle no al miedo.

Es un mensaje para quienes acarrean el odio que su Estados Unidos no es el nuestro. Nuestro Estados Unidos defiende la democracia y el pluralismo. Celebra, y no lamenta, nuestra diversidad. Se aflige, y no se enaltece, por lo que sucedió en Pittsburgh, la mañana del pasado Shabat.

 ?? Ap photo/matt rourke ?? Una mujer rinde tributo a las víctimas del ataque, perpetrado por un antisemita fuertement­e armado, contra los fieles de la sinagoga Árbol de Vida, en Pittsburgh.
Ap photo/matt rourke Una mujer rinde tributo a las víctimas del ataque, perpetrado por un antisemita fuertement­e armado, contra los fieles de la sinagoga Árbol de Vida, en Pittsburgh.
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