Cezanne Cardona
El escritor recibirá el premio Nuevas Voces otorgado por el Festival de la Palabra
Hay imágenes que sencillamente nos cambian la vida. Gestos que se quedan grabados desafiando el tiempo. El escritor puertorriqueño Cezanne Cardona Morales sabe de eso. Se sienta a conversar y entre un tema y otro comienza a recordar momentos e imágenes que le han acompañado a lo largo de su vida.
De madre trabajadora social y padre pintor, Cezanne creció rodeado de historias, por lo que no resulta extraño su pulsión por la narración. Entre tantos momentos de su infancia, comparte tres. Recuerda las manos empegostadas de mango después de disfrutarse la dulce fruta en el carro de su papá en medio del tapón. Las veces que su padre lo hacía observar la naturaleza, señalándole la poesía, como cuando le dijo “mira cómo el viento le da al cuello de la garza”. También rememora aquellos viajes en carro con su madre por Levittown, donde vivían sus tías, y por donde tantas veces atrecharon para evitar el tráfico de camino a Dorado.
Cezanne narra todos esos momentos creando un retrato que no es ajeno a la realidad de tantos puertorriqueños de clase media que navegan esta isla montados en un auto, imaginando y viendo la vida desde una ventana. Fue precisamente en ese transitar la carretera, en ese andar, parar e imaginar, que Cezanne Cardona Morales fue recopilando imágenes que más tarde transformó en cinco cuentos maravillosos, los cuales recoge en su libro “Levittown mon amour” (Ediciones Callejón, 2018).
Por este libro, Cardona Morales recibirá el premio Nuevos Voces, que anualmente otorga el Festival de la Palabra a escritores emergentes. La premiación se llevará a cabo el jueves en el Archivo General, donde también se reconocerá a la escritora puertorriqueña Esmeralda Santiago, a quien se le dedica esta edición del Festival de la Palabra, a celebrarse del 9 al 14 de octubre entre el parque Luis Muñoz Rivera, el Archivo General y la Biblioteca Nacional.
Sobre este premio, sus cuentos y su vida, El Nuevo Día conversó recientemente con el autor, quien se desempeña como maestro y profesor de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, además de ser columnista de este periódico.
¿Qué representa para ti este premio Nuevas Voces?
—Primero, la oportunidad de estar al lado de otros colegas que también han sido premiados, para mí es un honor. En segundo lugar, es una reafirmación de mi trabajo y sobre todas las cosas un compromiso mayor con el país, de imaginarlo, de pensarlo, de amarlo de otra forma con la libertad que da la ficción.
Así que es una gran oportunidad para confirmar mi proyecto con mi país y también para hacer las paces con él, evitando siempre el cinismo.
¿Por qué?
—Porque tengo dos hijos que amo y el cinismo no me permite construir. Puede ser una opción filosófica y lo fue en algún momento, pero quiero evitar el cinismo y darle lo más posible la esperanza que le puedo dar a mis hijos. Más allá de cuántos trabajos tengo para poder sobrevivir es darle la esperanza y eso implica amor. Yo creo que una fase del amor es la esperanza y quiero darles a mis hijos eso.
Ahora que hablas de amor, este libro por el que te otorgan el premio Nuevas Voces, se titula “Levittown mon amour”, y consta de una serie de cuentos de la cotidianidad de una clase media puertorriqueña. ¿Cómo nace este proyecto?
—Tuve una crisis económica bastante fuerte y eso coincidió con una noticia que vi sobre la cantidad de casas vacías que había en Levittown. Aunque yo vivo en Dorado, toda mi vida estudié fuera de Dorado. De niño me cuidaron en Levittown las hermanas de mi mamá que vivían allí. Ese también era la ruta de pasaje. Todos los días pasábamos por allí para evitar el peaje, el tapón, y todo lo demás. Mi mamá atendió casos allí y tengo amigos que viven en Levittown. Pero, sobre todas las cosas, ya a nivel histórico, Levittown es un proyecto que por un lado podríamos llamar un proyecto fracasado y a la misma vez un proyecto que aúna una relación particular de la clase media, los sueños de la clase media. Por un momento vivir en Levittown era vivir en una gran urbanización y eso fue decayendo. Yo vi todo ese proceso de decadencia. Todas esas conexiones me hicieron repensar los cuentos alrededor de esa urbe y esas tramas las conecté con Levittown.
¿Cómo surgió el título?
—Lo primero que tengo que aclarar es que este libro lo escribí un año antes de María, y, de hecho, (el editor) Elizardo Martínez un poco antes de morir me propone que había que repensar el título precisamente por lo ocurrido en Levittown. Por eso, el editor sugirió hacer una advertencia de que el libro no está relacionado a la catástrofe. No estamos haciendo ni negocio ni un retrato de esa situación porque yo no quiero ofender a nadie y me tomo muy en serio lo que pasó en el huracán María. El título es más bien un
homenaje al libro “Hiroshima mon amour”, que muestra que es posible que haya amor en la destrucción. Eso está ahí y creo que los cuentos lo recogen muy bien.
En estos cuentos retratas una clase media que trata de sobrevivir a pesar de todas las crisis, ¿por has querido escribir desde ahí?
—Primero porque es lo que vivo. Retrato una clase media baja. No me atrevo hablar de generaciones, pero nosotros estamos tratando de vivir lo que nuestros padres nos dijeron como una vida posible y nos acabamos de dar cuenta que eso no funciona. Tenemos que tener dos trabajos para poder sobrevivir a pesar de que estudiamos e invertimos lo que tuviésemos que invertir. Es un proyecto que está cada vez más en decadencia y quería retratar esa decadencia sin pasar juicio. Cada uno de esos personajes puedo ser yo, puede ser cualquiera. Quería retratar ese proceso de decadencia sin pasar juicio de mis personajes, quienes, a pesar de su situación económica, aman, intentan seguir viviendo, intentan ver las cosas, tratan de buscar esperanzas a pesar de que no las hay.
En estos cuentos también trabajas con personajes masculinos que están bregando con sus masculinidades.
—Sí, pero creo que los personajes más fuertes de mi libro son las mujeres. Ellas son las que tienen la batuta, ellas son las que le dan de alguna forma linealidad a esa masculinidad que está un poco desparramada, que no tiene autoridad. Son las mujeres la voz cantante en todos los cuentos. Aunque el asunto del padre también está ahí, son las mujeres (y no los hombres) las que dominan. Y eso sí lo quería retratar. Ahí están mi mamá, mi abuela, mis tías, que son mujeres mucho más fuertes que los personajes masculinos.
Eres columnista y escritor de ficción. ¿Separas esos procesos de escrituras?
—Son procesos bien similares. Decía (el escritor italiano) Erri De Luca que escribir es robarle tiempo al trabajo y yo para poder sobrevivir tengo dos trabajos. Soy maestro y doy clases en la universidad. Salgo de un trabajo hacia otro, tengo un solo carro junto con mi esposa -quien también tiene dos trabajos- y yo tengo que robarle tiempo a la escritura, ya sea una columna o ya sea un cuento. Claro, las columnas tienen un apremiante que me obligan a trabajar lo que pasa en el país. Si no fuese por eso, quizás mi escritura ficcional no fuera de la forma que es y te lo confieso porque mi escritura cambió desde que empecé a escribir en el periódico. Así que creo que las dos trabajan al mismo tiempo.
Ahora que hablas de trabajos, eres profesor de la Universidad de Puerto Rico Recinto de Río Piedras, ¿cómo ves en estos días a la universidad?
—Te puedo decir que soy profesor a tiempo parcial y ahora mismo me acaban de aceptar para hacer mi doctorado en historia en la Universidad de Puerto Rico y tuve que rechazarlo porque no lo puedo pagar. Con el mismo sueldo de la universidad no puedo pagar el doctorado, debido al aumento de matrícula. Una sola clase sale me sale en $600 y no puedo pagarla. Como profesor, te puedo decir que sigo viendo la misma matrícula (en estudiantes subgraduados), pero sobre todo sigo viendo muchas ganas de los estudiantes por aprender. Obviamente, un estudiante que quiere dedicarle su tiempo completo a su carrera no puede porque tiene que trabajar. Recibo a muchos estudiantes que me dicen ‘profesor, tal día llego tarde porque me cambiaron el horario de trabajo’. Eso afecta. Tenemos estudiantes part-time hace tiempo y con este aumento (en la matrícula), que me parece totalmente desmesurado, van a acabar con la universidad, sobre todo, con los estudios graduados. Curiosamente, aunque la universidad la han atacado muchísimo, yo veo la insistencia de los estudiantes en estar. Vienen leídos, con mucha energía, y eso a mí me da mucha esperanza, ¡muchísima!
Has apoyado al Festival de la Palabra desde el inicio. Para ti, ¿por qué es importante respaldarlo?
—Primero que nada, para fomentar la lectura que creo que es bien importante porque al fomentar la lectura estás fomentando la confluencia de diferentes identidades y eso es bien necesario en nuestra sociedad. Segundo, porque soy profesor, soy un apasionado de la literatura, y cualquier proyecto que implique fomentar la lectura y sobre todo la crítica, lo voy a apoyar siempre. Además, es una oportunidad de conocer escritores de afuera, escucharlos y ver cómo ese diálogo se da con nosotros.
¿Trabajas algo nuevo?
—Siempre tengo proyectos, sigo escribiendo. No me gusta hablar tanto de lo que estoy escribiendo porque cambia, pero sigo escribiendo cuentos. Ahora mismo tengo una relación de amor con el cuento.
¿Por qué?
—Porque permite la experimentación, pero a la misma vez permite ser clásico. Además, permite hacer un tipo de lectura que está muy conectada con mi vida diaria que es bastante cotidiana. Me permite fijarme en cosas y hacer retratos sin el peso de la novela. Yo creo que la novela implica un peso y creo que también dentro de la literatura hispanoamericana es como una cuenta que hay que saldar y por el momento me mantengo con el cuento.