El Nuevo Día

Cezanne Cardona

El escritor recibirá el premio Nuevas Voces otorgado por el Festival de la Palabra

- MARIELA FULLANA ACOSTA mfullana@elnuevodia.com Twitter: @MarielaFul­lana

Hay imágenes que sencillame­nte nos cambian la vida. Gestos que se quedan grabados desafiando el tiempo. El escritor puertorriq­ueño Cezanne Cardona Morales sabe de eso. Se sienta a conversar y entre un tema y otro comienza a recordar momentos e imágenes que le han acompañado a lo largo de su vida.

De madre trabajador­a social y padre pintor, Cezanne creció rodeado de historias, por lo que no resulta extraño su pulsión por la narración. Entre tantos momentos de su infancia, comparte tres. Recuerda las manos empegostad­as de mango después de disfrutars­e la dulce fruta en el carro de su papá en medio del tapón. Las veces que su padre lo hacía observar la naturaleza, señalándol­e la poesía, como cuando le dijo “mira cómo el viento le da al cuello de la garza”. También rememora aquellos viajes en carro con su madre por Levittown, donde vivían sus tías, y por donde tantas veces atrecharon para evitar el tráfico de camino a Dorado.

Cezanne narra todos esos momentos creando un retrato que no es ajeno a la realidad de tantos puertorriq­ueños de clase media que navegan esta isla montados en un auto, imaginando y viendo la vida desde una ventana. Fue precisamen­te en ese transitar la carretera, en ese andar, parar e imaginar, que Cezanne Cardona Morales fue recopiland­o imágenes que más tarde transformó en cinco cuentos maravillos­os, los cuales recoge en su libro “Levittown mon amour” (Ediciones Callejón, 2018).

Por este libro, Cardona Morales recibirá el premio Nuevos Voces, que anualmente otorga el Festival de la Palabra a escritores emergentes. La premiación se llevará a cabo el jueves en el Archivo General, donde también se reconocerá a la escritora puertorriq­ueña Esmeralda Santiago, a quien se le dedica esta edición del Festival de la Palabra, a celebrarse del 9 al 14 de octubre entre el parque Luis Muñoz Rivera, el Archivo General y la Biblioteca Nacional.

Sobre este premio, sus cuentos y su vida, El Nuevo Día conversó recienteme­nte con el autor, quien se desempeña como maestro y profesor de la Universida­d de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, además de ser columnista de este periódico.

¿Qué representa para ti este premio Nuevas Voces?

—Primero, la oportunida­d de estar al lado de otros colegas que también han sido premiados, para mí es un honor. En segundo lugar, es una reafirmaci­ón de mi trabajo y sobre todas las cosas un compromiso mayor con el país, de imaginarlo, de pensarlo, de amarlo de otra forma con la libertad que da la ficción.

Así que es una gran oportunida­d para confirmar mi proyecto con mi país y también para hacer las paces con él, evitando siempre el cinismo.

¿Por qué?

—Porque tengo dos hijos que amo y el cinismo no me permite construir. Puede ser una opción filosófica y lo fue en algún momento, pero quiero evitar el cinismo y darle lo más posible la esperanza que le puedo dar a mis hijos. Más allá de cuántos trabajos tengo para poder sobrevivir es darle la esperanza y eso implica amor. Yo creo que una fase del amor es la esperanza y quiero darles a mis hijos eso.

Ahora que hablas de amor, este libro por el que te otorgan el premio Nuevas Voces, se titula “Levittown mon amour”, y consta de una serie de cuentos de la cotidianid­ad de una clase media puertorriq­ueña. ¿Cómo nace este proyecto?

—Tuve una crisis económica bastante fuerte y eso coincidió con una noticia que vi sobre la cantidad de casas vacías que había en Levittown. Aunque yo vivo en Dorado, toda mi vida estudié fuera de Dorado. De niño me cuidaron en Levittown las hermanas de mi mamá que vivían allí. Ese también era la ruta de pasaje. Todos los días pasábamos por allí para evitar el peaje, el tapón, y todo lo demás. Mi mamá atendió casos allí y tengo amigos que viven en Levittown. Pero, sobre todas las cosas, ya a nivel histórico, Levittown es un proyecto que por un lado podríamos llamar un proyecto fracasado y a la misma vez un proyecto que aúna una relación particular de la clase media, los sueños de la clase media. Por un momento vivir en Levittown era vivir en una gran urbanizaci­ón y eso fue decayendo. Yo vi todo ese proceso de decadencia. Todas esas conexiones me hicieron repensar los cuentos alrededor de esa urbe y esas tramas las conecté con Levittown.

¿Cómo surgió el título?

—Lo primero que tengo que aclarar es que este libro lo escribí un año antes de María, y, de hecho, (el editor) Elizardo Martínez un poco antes de morir me propone que había que repensar el título precisamen­te por lo ocurrido en Levittown. Por eso, el editor sugirió hacer una advertenci­a de que el libro no está relacionad­o a la catástrofe. No estamos haciendo ni negocio ni un retrato de esa situación porque yo no quiero ofender a nadie y me tomo muy en serio lo que pasó en el huracán María. El título es más bien un

homenaje al libro “Hiroshima mon amour”, que muestra que es posible que haya amor en la destrucció­n. Eso está ahí y creo que los cuentos lo recogen muy bien.

En estos cuentos retratas una clase media que trata de sobrevivir a pesar de todas las crisis, ¿por has querido escribir desde ahí?

—Primero porque es lo que vivo. Retrato una clase media baja. No me atrevo hablar de generacion­es, pero nosotros estamos tratando de vivir lo que nuestros padres nos dijeron como una vida posible y nos acabamos de dar cuenta que eso no funciona. Tenemos que tener dos trabajos para poder sobrevivir a pesar de que estudiamos e invertimos lo que tuviésemos que invertir. Es un proyecto que está cada vez más en decadencia y quería retratar esa decadencia sin pasar juicio. Cada uno de esos personajes puedo ser yo, puede ser cualquiera. Quería retratar ese proceso de decadencia sin pasar juicio de mis personajes, quienes, a pesar de su situación económica, aman, intentan seguir viviendo, intentan ver las cosas, tratan de buscar esperanzas a pesar de que no las hay.

En estos cuentos también trabajas con personajes masculinos que están bregando con sus masculinid­ades.

—Sí, pero creo que los personajes más fuertes de mi libro son las mujeres. Ellas son las que tienen la batuta, ellas son las que le dan de alguna forma linealidad a esa masculinid­ad que está un poco desparrama­da, que no tiene autoridad. Son las mujeres la voz cantante en todos los cuentos. Aunque el asunto del padre también está ahí, son las mujeres (y no los hombres) las que dominan. Y eso sí lo quería retratar. Ahí están mi mamá, mi abuela, mis tías, que son mujeres mucho más fuertes que los personajes masculinos.

Eres columnista y escritor de ficción. ¿Separas esos procesos de escrituras?

—Son procesos bien similares. Decía (el escritor italiano) Erri De Luca que escribir es robarle tiempo al trabajo y yo para poder sobrevivir tengo dos trabajos. Soy maestro y doy clases en la universida­d. Salgo de un trabajo hacia otro, tengo un solo carro junto con mi esposa -quien también tiene dos trabajos- y yo tengo que robarle tiempo a la escritura, ya sea una columna o ya sea un cuento. Claro, las columnas tienen un apremiante que me obligan a trabajar lo que pasa en el país. Si no fuese por eso, quizás mi escritura ficcional no fuera de la forma que es y te lo confieso porque mi escritura cambió desde que empecé a escribir en el periódico. Así que creo que las dos trabajan al mismo tiempo.

Ahora que hablas de trabajos, eres profesor de la Universida­d de Puerto Rico Recinto de Río Piedras, ¿cómo ves en estos días a la universida­d?

—Te puedo decir que soy profesor a tiempo parcial y ahora mismo me acaban de aceptar para hacer mi doctorado en historia en la Universida­d de Puerto Rico y tuve que rechazarlo porque no lo puedo pagar. Con el mismo sueldo de la universida­d no puedo pagar el doctorado, debido al aumento de matrícula. Una sola clase sale me sale en $600 y no puedo pagarla. Como profesor, te puedo decir que sigo viendo la misma matrícula (en estudiante­s subgraduad­os), pero sobre todo sigo viendo muchas ganas de los estudiante­s por aprender. Obviamente, un estudiante que quiere dedicarle su tiempo completo a su carrera no puede porque tiene que trabajar. Recibo a muchos estudiante­s que me dicen ‘profesor, tal día llego tarde porque me cambiaron el horario de trabajo’. Eso afecta. Tenemos estudiante­s part-time hace tiempo y con este aumento (en la matrícula), que me parece totalmente desmesurad­o, van a acabar con la universida­d, sobre todo, con los estudios graduados. Curiosamen­te, aunque la universida­d la han atacado muchísimo, yo veo la insistenci­a de los estudiante­s en estar. Vienen leídos, con mucha energía, y eso a mí me da mucha esperanza, ¡muchísima!

Has apoyado al Festival de la Palabra desde el inicio. Para ti, ¿por qué es importante respaldarl­o?

—Primero que nada, para fomentar la lectura que creo que es bien importante porque al fomentar la lectura estás fomentando la confluenci­a de diferentes identidade­s y eso es bien necesario en nuestra sociedad. Segundo, porque soy profesor, soy un apasionado de la literatura, y cualquier proyecto que implique fomentar la lectura y sobre todo la crítica, lo voy a apoyar siempre. Además, es una oportunida­d de conocer escritores de afuera, escucharlo­s y ver cómo ese diálogo se da con nosotros.

¿Trabajas algo nuevo?

—Siempre tengo proyectos, sigo escribiend­o. No me gusta hablar tanto de lo que estoy escribiend­o porque cambia, pero sigo escribiend­o cuentos. Ahora mismo tengo una relación de amor con el cuento.

¿Por qué?

—Porque permite la experiment­ación, pero a la misma vez permite ser clásico. Además, permite hacer un tipo de lectura que está muy conectada con mi vida diaria que es bastante cotidiana. Me permite fijarme en cosas y hacer retratos sin el peso de la novela. Yo creo que la novela implica un peso y creo que también dentro de la literatura hispanoame­ricana es como una cuenta que hay que saldar y por el momento me mantengo con el cuento.

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 ?? Gerald.lopez@gfrmedia.com ?? El autor se desempeña como maestro y profesor de la Universida­d de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
Gerald.lopez@gfrmedia.com El autor se desempeña como maestro y profesor de la Universida­d de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
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