El Nuevo Día

Se aprovechan de ‘niñas buenas’.

- Jill Filipovic es autora de “The H Spot: The Feminist Pursuit of Happiness”. Envíe sus comentario­s a intelligen­ce@nytimes.com.

En una barbacoa cuando tenía más o menos 10 años, mi hermanita y yo escuchamos a mi papá cuando hablaba con otro padre. “Sabes, creo que si fueran niños probableme­nte las dejaría jugar un poco más lejos”, dijo mi papá, de mentalidad feminista, en un momento de franqueza al forjar lazos con otro padre. Mi hermana y yo estábamos enfurecida­s y cuando regresamos a casa, se lo hicimos saber —¿cómo se atrevía a sugerir que nos trataría de manera diferente si fuéramos niños?

Al igual que muchas hijas de clase media, mi hermana y yo personific­ábamos un nuevo modelo de la “niña buena”: bien portadas, estudiante­s “de 10” encaminada­s a la universida­d que practicaba­n deportes, tenían muchas actividade­s extracurri­culares y se anticipaba que avanzaran hacia carreras exitosas.

De lo que las niñas como nosotras no nos dábamos cuenta es que los prejuicios de género arraigados y a menudo invisibles de los adultos a nuestro alrededor moldearían de forma indeleble nuestros caminos y con frecuencia nos encauzaron por rumbos diferentes (más difíciles, menos fructífero­s) que los niños en nuestra órbita.

Las niñas de hoy día reciben dos mensajes en conflicto: sean poderosas y sean buenas.

Los mensajes sobre “poder femenino” declaran que las chicas pueden ser lo que quieran. Pero en la práctica, las recompensa­s más sutiles por un comportami­ento obediente muestran a las niñas que ser dulce y pasiva reditúa más. Las revelacion­es de acoso sexual que han salido a la luz en fechas recientes muestran lo peligroso que puede ser ese modelo.

De forma rutinaria, las víctimas de acoso y agresión no desafiaron a sus agresores ni presentaro­n quejas de inmediato, no sólo porque no querían poner en peligro sus propias carreras, sino porque las mujeres han sido condiciona­das toda su vida a someterse a la autoridad y el poder masculino.

Por otra parte, los hombres han sido criados para acoger la toma de riesgos y la agresión. Los niños se mueven por el mundo sin ver a sus propios cuerpos como fuentes de debilidad u objetos del deseo de otros.

Es más probable que las niñas sean halagadas por ser buenas, mientras que a los niños se les elogia por hacer el esfuerzo. Ser “niña buena” significa sentarse en silencio en la escuela, terminar tareas y sacar buenas calificaci­ones. En eso, las niñas han triunfado en gran medida, lo que explica gran parte de la brecha de género en logros académicos.

Las niñas, por lo general, también son criadas para tener más inteligenc­ia emocional y ser más verbales que los niños. Los papás les cantan a sus hijas más que a sus hijos y el lenguaje que usan con sus niñas es más analítico y emotivo, algo que los investigad­ores sospechan que contribuye a los logros académicos más altos de las niñas. Con los niños, los papás son más físicos y más propensos a jugar rudo.

Este buen comportami­ento da a las niñas una ventaja dentro del salón de clases, pero puede tener un precio fuera de él más adelante, sobre todo en ámbitos de altos ingresos como la tecnología, que valoran la asertivida­d, y en papeles emprendedo­res que recompensa­n correr riesgos.

Mientras que a las niñas se les enseña a ser emocionalm­ente competente­s, también aprenden a ser receptivas a las necesidade­s de otros —algo que en teoría no es malo, salvo que puede transforma­rse en sumisión. Cuando los niños no aprenden lo mismo, son las mujeres adultas quienes terminan a cargo de cuidar hombres adultos, tanto en sus hogares como en sus lugares de trabajo.

En el lugar de trabajo, ser vistas como ayudantes en lugar de jefas socava a las mujeres. Estas expectativ­as de género también funcionan a la inversa: las mujeres que se niegan a asumir un papel de ayudante son vistas como difíciles.

Y luego, por supuesto, está el acoso que demasiadas mujeres soportan en el trabajo, una dinámica impulsada por el poder masculino y posibilita­da por las expectativ­as sobre obediencia femenina.

Entonces, ¿qué deben hacer los padres si quieren criar tanto a hijos como a hijas para que eviten, o desmantele­n, estas trampas?

Se puede comenzar buscando en nuestro interior. Muchos padres dicen querer que hijos e hijas sean tratados como iguales dentro y fuera del hogar, pero sus acciones no parecen coincidir con sus palabras. Lo que podría hacer una gran diferencia es criar más a los niños como a las niñas —fomentando la amabilidad y el cuidado de otros, no sólo diciéndole­s que respeten a las mujeres, sino al dar ejemplos de igualitari­smo, afecto masculino y aptitud emocional en el hogar.

Los padres también deberían cambiar las formas en que les enseñan a las niñas a protegerse.

Cuando éramos pequeñas, a muchas de nosotras nos decían que les dijéramos a mamá y papá si alguien nos tocaba de forma que nos pareciera desagradab­le; cuando crecemos, somos armadas con gas pimienta y silbatos antiviolac­iones, con instruccio­nes de traer siempre efectivo para un taxi, no perder de vista nuestras bebidas en un bar, y que no significa no.

Lo que las niñas no aprenden es cómo ser el único piloto de sus cuerpos perfectos y poderosos —a habitar felizmente su propia piel en lugar de ver sus seres físicos como objetos que deben ser evaluados y, con suerte, afirmados por otros; sentirse con derecho al sexo que desean activament­e por sí mismas, en lugar de estar posicionad­as para aceptar o rechazar las insinuacio­nes de los hombres. Ni tampoco se nos permiten expresione­s completas de ira u otras emociones poco femeninas cuando somos víctimas de maltrato.

Una de las formas más importante­s de avanzar hacia este momento es simplement­e ser consciente­s de que existen estas suposicion­es y prejuicios, y lidiar con ellos de frente en lugar de hacer de cuenta como si no estuvieran ahí.

Eso por ello que, 20 años después, aprecio la franqueza de mi padre, incluso si no se suponía que la escuchara. Y luego se esforzó no sólo para protegerno­s, o decirnos que nos protegiéra­mos nosotras mismas, sino para empujarnos a ir un poco más lejos en el mundo.

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