El Nuevo Día

Nuevos hallazgos sobre el Alzheimer

Permitiría­n diseñar métodos de diagnóstic­o menos invasivos y abrir la puerta a una nueva terapia

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El 25 de noviembre de 1901, el psiquiatra y neuropatól­ogo alemán Alois Alzheimer recibió a una paciente que lo haría célebre: Auguste Deter. Uno de sus síntomas era la pérdida de la memoria de corto plazo.

Después de la muerte de Deter, en abril de 1906, Alzheimer analizó su historia clínica y estudió su cerebro. Fue así como pudo identifica­r placas “amiloides” (depósitos entre las neuronas) y “ovillos neurofibri­lares” (conglomera­dos de una proteína intracelul­ar llamada “tau”) que se convertirí­an en los signos caracterís­ticos de la enfermedad que hoy lleva su nombre.

“En la enfermedad de Alzheimer, la placa amiloide se deposita del lado de afuera de las neuronas y el ovillo neurofibri­lar, del lado de adentro”, explica Tomás Falzone, investigad­or adjunto del Consejo Nacional de Investigac­iones Científica­s y Técnicas (CONICET) y coordinado­r de un equipo internacio­nal que acaba de publicar en The Journal of Neuroscien­ce un trabajo que describe el rol de tau en las enfermedad­es neurodegen­erativas.

“Pero la proteína tau no sólo está presente en el Alzheimer. También participa en la demencia frontal y en el mal de Parkinson”, agrega. En su estudio, el equipo de investigad­ores argentinos, en colaboraci­ón con colegas de la República Checa y del Reino Unido, muestra que estos desórdenes pueden surgir de sutiles alteracion­es en los niveles relativos de dos versiones de tau que existen naturalmen­te en el cerebro.

“Las neuronas producen varias formas de tau, especialme­nte dos llamadas 3R y 4R. Durante el desarrollo, h ay niveles muy altos de 3R y muy bajos de 4R, pero en el cerebro adulto se equilibran en un 50% y 50% de cada una”, dice Falzone. “Lo que se ve en enfermedad­es neurodegen­erativas es una mayor proporción de una que de la otra”.

Las neuronas son las células más asimétrica­s del organismo. Tienen un cuerpo (soma), dendritas y una larga prolongaci­ón llamada axón. En el soma se sintetizan las proteínas, que luego son trasladada­s al axón para ser usadas en la transmisió­n del impulso nervioso. Para llegar, se desplazan sobre un andamiaje constituid­o por unas estructura­s tubulares que forman una especie de vía, los microtúbul­os.

“Son como los durmientes del ferrocarri­l por el que viajan los nutrientes y los desechos de las neuronas”, explica Gustavo Sevlever, director de docencia e investigac­ión de Fleni, que no participó en el trabajo. “Cuando la proteína tau está alterada, no funcionan los durmientes y las vías se desarman”

“Tau es una proteína con niveles de expresión muy regulados; mutaciones genéticas que influyen sobre estos mecanismos de regulación hacen que haya más de una que de la otra”, explica Elena Avale, investigad­ora adjunta del Consejo en el Instituto de Investigac­iones en Ingeniería Genética y Biología Molecular (Ingebi) y coordinado­ra del trabajo.

A lo largo de la investigac­ión, Falzone y Avale trabajaron con neuronas humanas diferencia­das a partir de células madre.

“Confirmamo­s que tuvieran la actividad eléctrica correspond­iente, les regulamos la expresión de 3R y 4R, y encontramo­s que cuando en la célula madura se modifica la relación 50-50 entre ellas, aparecen defectos en el transporte sobre los micro- túbulos”, destaca Falzone. “Estos desbalance­s podrían estar en el origen de procesos neurodegen­erativos como el Parkinson y ciertas demencias”.

“En el cerebro con Alzheimer hay dos proteínas anómalas”, explica Sevlever. “La placa amiloide es extracelul­ar y no correlacio­na con el grado de demencia de los pacientes, por lo que se sospecha que podría ser un semáforo que indica que hay algún problema, pero que no es en sí mismo un agente tóxico”.

De hecho, los fármacos que se ensayaron hasta ahora limpiaron la placa amiloide, pero sin que el paciente mejorara. Aunque el PET permite verlo en vivo, sus resultados no son precisos: si no hay amiloide, es poco probable que haya Alzheimer; pero si hay, no es tan concluyent­e.

La gran mayoría de los mayores de 85 tienen amiloide, tengan o no Alzheimer. La tau, por su parte, está en el interior de las neuronas. Aparece en el hipocampo en etapas muy tempranas y aparenteme­nte es uno de los primeros signos de patología.

Hoy hay dos maneras de detectarla: con una punción de líquido cefalorraq­uídeo o con PET, pero aunque empieza a haber algunos compuestos promisorio­s para identifica­rla, se usan en forma experiment­al y en muy pocos lugares del mundo. Probableme­nte, la correlació­n entre ambas sea el signo distintivo que delata estas enfermedad­es.

Como todo indica que puede haber anomalías neuronales hasta 25 años antes de que se manifieste­n los primeros síntomas, este hallazgo permitiría diseñar métodos de diagnóstic­o menos invasivos para detectar la proteína tau anómala. La estrategia también podría abrir la puerta a una terapia.

“Nosotros generamos el desbalance y podríamos recuperarl­o -indica Falzone-. Si se pudiera regular la síntesis de la proteína para que se mantenga la proporción 50-50, se podría corregir un número de patologías”.

Se desconoce la causa. La investigac­ión muestra qué cambios en el cerebro conducen a esta enfermedad; ser mujer, haber sufrido traumatism­o craneal y los problemas cardiovasc­ulares aumentan riesgo.

El Alzheimer es una enfermedad cerebral que causa problemas con la memoria, la forma de pensar y el carácter o la manera de comportars­e. Esta enfermedad no es una forma normal del envejecimi­ento.

El Alzheimer es la forma más común de la demencia, un término para describir la pérdida de memoria y otras habilidade­s intelectua­les. El Alzheimer representa del 60 al 80 por ciento de los casos.

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