Nuestra oligarquía
El puertorriqueño promedio se acostumbró a que palabras como oligarquía, izquierda, derecha, neoliberalismo, disidencia, resistencia, se utilizaran para referirnos a los países que antes compadecíamos y ahora envidiamos, porque nos han pasado por el lado con una prisa que echa viento.
Esos términos se han tenido que abrir paso a trompicones en nuestro léxico político. Ahora muchos caen en cuenta de que su significado ha estado siempre escondido detrás de la madre putativa o legítima de todos ellos: democracia.
Oligarquía se refiere a una forma de gobierno en manos de un puñado de personas privilegiadas que se las ingenia para sostener, mantener y controlar la economía y el poder, independientemente de a quién coloquen en las posiciones visibles. Su ideología es la avaricia. Su método es la corrupción y la impunidad, la usura. Su conducto, un partido dictatorial o dos partidos institucionalizados que controlen los bienes públicos y se turnen el poder de un gobierno neoliberal.
Hay tres niveles en su jerarquía. Dos de control; uno, utilitario. Arriba los magnates, los capitalistas salvajes que mueven los topos. Multinacionales y nacionales.
Vienen ahora los que conforman la elite de los partidos. De ahí salen los gobernantes y funcionarios de alto rango para imponer leyes, zonificaciones y arbitrios, otorgar contratos, aumentar la deuda pública de cu- yos réditos e intereses se benefician ambos, y privatizar. El fin del neoliberalismo es minimizar el servicio público bajo la teoría capitalista de que la empresa privada es la que balancea la justicia social. Su tesis es que para cuando acaben con todo, ya se habrán inventado otra manera de explotación. Lo han hecho antes, lo volverán a hacer.
Entonces, los que trabajan para ellos. Todos desechables. Legisladores, jefes de agencia, asesores de políticos, cabilderos. El que guisa ahora puede que no guise en cuatro años, o puede regresar si la juega bien. Puede ir preso o puede retirarse rico. Puede meter la pata y ser neutralizado. Puede ser comprado o extorsionado para cruzar líneas de partido. La oligarquía no le tiene cariño a estos peones. Los engendra y los desecha a su antojo.
Les invito a hacer el ejercicio de poner nombres bajo cada categoría. Muchos se van a sorprender de lo que saben y han preferido ignorar. Hasta que nuestra oligarquía les da en la cara bien duro como la semana pasada.
Había que aprobar un impuesto y tuvieron que recurrir a un recurso del otro partido para perpetrar el acto de complicidad que le permite imponer su voluntad y su poder a la ciudadanía.
Son los “igualitos”. En Estados Unidos, que prefiere hablar en números, le llaman el 1% (versus el 99% que sufre las consecuencias de sus manipulaciones). En Puerto Rico puede que sea menos del 1% porque la mayor parte de su alto nivel es extranjera. Son los igualitos no importa el partido en que militen.
En todos los partidos controlados por la derecha neoliberal hay disidentes. Gente que de veras se cree que puede cambiar el mambo. Los hay que se rinden y se unen al mambo. Los hay resistentes.
Pero quien único puede derrotar el neoliberalismo es el pueblo. Si el nuestro lo hará y cuándo lo hará son las preguntas pertinentes.
A mí me da aliento saber que mientras la oligarquía trabajaba agazapada esta semana, cerca de un millar de organizaciones no gubernamentales celebró su primer congreso en Caguas.
Cada día hay más pueblos que entran en razón y se hartan de ser pisoteados por oligarquías feroces arropadas con el manto de la democracia. Cada día se alejan más de la clase política y surgen movimientos para una gobernanza diferente. Y lo logran.
Cuándo nos toque a nosotros, no sé. Pero viene.