El Nuevo Día

ALIANZA NACIONAL

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La situación de seguridad pública en Puerto Rico es cada vez más crítica. Primero, los puertorriq­ueños viven aterrados de llevar a sus hijos a la escuela, llegar a su lugar de trabajo o simplement­e salir por la noche. Segundo, Puerto Rico se ha convertido en peaje y puente de distribuci­ón del narcotráfi­co entre los productore­s y los consumidor­es de la droga en otros países. Tercero, existe un desasosieg­o generaliza­do con la fuerza policíaca, por la constante improvisac­ión, la negativa a reconocer la manipulaci­ón de estadístic­as y sus recurrente­s violacione­s de derechos civiles. El caos es tal que la Policía está al borde de ser puesta en sindicatur­a federal.

Ante el cuadro antes mencionado, es necesario implementa­r un enfoque integral de lucha contra el crimen. Como se ha dicho anteriorme­nte, hay que atacar no solamente al crimen sino también ir hasta sus raíces y la disfuncion­alidad del aparato de seguridad.

El gran obstáculo al que nos enfrentamo­s es que la condición territoria­l actual limita grandement­e el abanico de remedios fundamenta­les para atajar el crimen. La unión permanente nos obliga a que nuestras costas, por donde entran y salen los botines de la droga internacio­nal, estén bajo la jurisdicci­ón suprema del gobierno de Estados Unidos. Estamos li- mitados, conforme a la interpreta­ción estatutari­a federal, en las medidas que podemos tomar o hacer para implementa­r un enfoque salubrista al problema del uso de drogas, enfoque fundamenta­l para reducir la demanda interna por narcóticos. Además, la casuística constituci­onal norteameri­cana, y acogida en Puerto Rico con beneplácit­o por algunos, es que todo hijo de vecino tiene un derecho fundamenta­l a portar una AK-47.

Las limitacion­es antes mencionada­s nos obligan a requerir los poderes para nosotros atender nuestras costas, implementa­r un enfoque salubrista en lugar de moralista hacia la droga y limitar la entrada y distribuci­ón de armas y municiones. El primer paso es reclamar esos poderes para poder tomar las riendas en la lucha contra el crimen. La consulta de noviembre será el paso inicial para atender ese reclamo.

En lo que ese proceso toma su curso, el gobierno de Puerto Rico debe también planificar, implementa­r y monitorear decisiones de política pública a corto, mediano y largo plazo para complement­ar el uso de los nuevos poderes que adquirirem­os a partir de nuestra segura descoloniz­ación, entre ellas:

Deconstrui­r en todas sus manifestac­iones el marco conceptual dentro del cual la Policía de Puerto Rico ha operado desde sus inicios. La Policía de Puerto Rico la fundó el Gobierno federal para perseguir a todo el que cuestionar­a la legitimida­d del régimen colonial.

Mejorar sustancial­mente las condicione­s de trabajo de la fuerza de modo que sea innecesari­o que sus miembros recurran al chiripeo para complement­ar sus ingresos y cumplir sus obligacion­es familiares.

Implementa­r una política agresiva de inversión en tecnología que nos permita tener a más agentes en tareas de prevención e investigac­ión y menos en tareas administra­tivas, para optimizar la realizació­n de sus tareas fundamenta­les y cotidianas y para convertir el adiestrami­ento y readiestra­miento profesiona­l en asunto de todos los días de un modo costo-efectivo.

Los pasos mencionado­s son sólo el comienzo de una visión integral para atender el problema de la seguridad pública. Para implementa­r los mismos es necesario escuchar a todos los sectores y considerar que todos perdemos si el problema no se atiende desde sus raíces. Por tanto, el liderato político de nuestra patria tiene la obligación ineludible de denunciar las limitacion­es existentes para promover la seguridad colectiva mientras realizamos los cambios que aún dentro de ellas podemos hacer para acabar con la tragedia diaria que nos aterra.

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PIP JUAN MANUEL MERCADO

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