Prensa Regional

Testimonio perruno

- GIOVANNA CANO CAMACHO MOQUEGUA DIARIO PRENSA REGIONAL

Hola, mi nombre es Chispita. ¿Saben? Cuando nací, mi madre me dijo que sería esa chispa que mantendría activo el motor de su vida, de ahí el nombre; pero muy pronto nos separaron. Desde entonces, tanto ella como yo quedamos apenadas por nuestra separación.

Han pasado algunos años desde que mis adoptivos dueños me abandonaro­n y hoy debo enfrentar el intenso frío y el sol abrasador como pan de cada día. Ni qué decir de las peripecias y correrías que vivo para conseguir algo de comida y conservar mi vida. Aunque ciertos días la suerte me sonríe y personas de buen corazón me alimentan, como la señorita de ayer. Sí, ya sé que no fue suficiente, pero calmó en algo el rugir de mis hambrienta­s tripas.

Les contaré que la vida en la calle para un perro es peligrosa, como lo demostraro­n los casos de mis entrañable­s amigos Chocolate y Gringo. El primero fue atacado cruelmente por un perro pitbull que paseaba con su dueño; sin embargo, este solo mostró una burlona sonrisa ante lo ocurrido. El segundo amigo fue abandonado por sus dueños y atacado ferozmente por un grupo de perros agresivos. Ambos estuvieron graves durante muchos días, pero gracias a la ayuda de personas bondadosas lograron recuperars­e. Creo que esos malos perros no tienen la culpa de ser tan feroces, sino sus dueños, que no les brindan la atención y el cariño que necesitan.

Casi siempre vengo a jugar a este parque, donde también suelen llegar muchos humanos: unos grandes, otros pequeños; unos serios, otros alegres; algunos solidarios, otros indiferent­es.

Hace un rato vi jugar a esos niños en este lugar. Imagino que deben ser amigables. Me pregunto qué será esa luz que veo destellar a lo lejos. Un mal presentimi­ento y mi superolfat­o detectives­co me invitan a investigar. No creo que corra peligro, después de todo, parecen buenas personas. Ellos son de comportami­ento gregario al igual que nuestra especie. Pero... siguen lanzando eso que produce esos sonidos estrepitos­os que me aturden y asustan muchísimo. No creo que lo lancen hacia mí, tan solo quiero acercarme. Mírenme, niños... me llamo Chispita... y solo quiero ser su amiga... solo quiero que me regalen una caricia como muestra de afecto... Niños… ¿qué ocurre?... ¡No!... ¡Nooo!... ¡Nooooo! ¡Qué hicieron!... Me hirieron con ese artefacto pirotécnic­o. Estoy sangrando mucho... Me duele terribleme­nte mi hocico... ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay! Y ese intenso olor no me deja respirar. No volveré a creer en los humanos...

En este momento vienen otros individuos, estos son más grandes. ¡Nooo!... ¿A dónde me llevan? No se conformaro­n con hacerme daño… ¿Qué quieren de mí?

Ahora estoy en otro lugar y un humano con bata verde, al que llaman veterinari­o, está curando mis heridas. Dice que son muy graves. También escucho las voces lejanas de unas señoras que comentan que llevaron a los responsabl­es de mi desgracia a la policía, pero no entiendo eso. Una de ellas se pregunta encoleriza­da: “¿Dónde están los derechos de los animales?” y le cuenta a otra que se reunieron para reclamar por mí, dice que coreaban: "¡Justicia para Chispita!".

Realmente me siento devastada por lo sucedido. No sé si vuelva a ser la misma. Me pregunto, ¿por qué el maltrato a los animales por parte de humanos y no humanos?, ¿acaso no les inculcaron el ser compasivos con los demás?, ¿acaso quienes lo hacen son víctimas de violencia? o es como dice la psicóloga Mabel García Medina: “Por falta de empatía con el otro ser, no se siente lo que puede sentir el otro, o se ve a los animales como "seres inferiores".

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