Kafka entre nosotros
Se celebra este año el centenario de la muerte de Kafka que nos sigue acompañando. Por todas partes vemos sus ojos pequeños e intensos, sus orejas afiladas, su aspecto de duende melancólico. Sus descripciones de la vulnerabilidad de los individuos frente a sistemas poderosos y absurdos son de una actualidad sobrecogedora. En un universo regido por las guerras, los algoritmos y la falta de valores, la sonrisa de Kafka se nos aparece todos los días.
Lo recordamos cada vez que prendemos la computadora y nos llega un sinfín de mensajes publicitarios, ofertas, ocasiones especiales. “¿Vas a dejar pasar la ocasión?”. “Felicitaciones, has ganado un descuento”. Es el sistema que ha notado nuestra presencia y nos envía mensajes predeterminados. Se trata de un algoritmo (parece el nombre de un insecto) que se ha posado sobre nuestro tiempo y ha deducido qué viajes queremos hacer, qué libros queremos comprar, qué ropa queremos ponernos. Siempre somos culpables de no ser clientes suyos.
Si K, el protagonista agrimensor de la novela de Kaf ka, “El Castillo”, nunca encuentra a los que dirigen el sistema, es porque se enfrenta a una maraña de redes similar. Las computadoras, como los teléfonos, nos observan todos los días. El timbre nos avisa que hay algún banco que nos ofrece un préstamo. ¿Podemos protestar ante alguien por la invasión? Quedan solo las voces de una grabadora que nos indica qué número podemos apretar para llegar a algún lugar, donde nos espera una música diciéndonos que todos los agentes están ocupados. K, el agrimensor, nunca conocerá a los que dirigen El Castillo. Cuando vemos las cifras de los que emigran (miles de personas que cruzan las fronteras), pensamos también en la novela “América”. En ella, el protagonista Karl Rossman llega a Nueva York solo para ver cómo unos vagabundos lo engañan y vandalizan. Desde entonces todo va para peor para él. Si Kaf ka avizoró lo que ocurre con el poder, con la migración, también imaginó lo que sería el sistema de justicia. El famoso comienzo de su mejor novela, “El proceso”, establece una premisa: “Alguien debía haber calumniado a Joseph K porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana”. A lo largo del libro, Joseph K se enfrenta a infinidad de apelaciones y peticiones burocráticas, en corredores y oficinas oscuras, donde no faltan algunos personajes que dicen ayudarlo. Al final, en la madrugada de su ejecución, se sentirá avergonzado y merecedor de la pena, antes de su exclamación final.
El otro condenado es Gregorio Samsa, quien “después de una noche de sueños intranquilos” se despierta convertido en un enorme insecto en “La metamorfosis”. La noción de que uno está condenado por su aspecto, su lugarde origen, su raza, es una constante a lo largo de la historia. Hoy se libran guerras raciales en todo el mundo.
Pero de todas las obras de Kafk ala másim presiona ntesiemprem eh aparecido“En la colonia penitenciaria”. Cuando Kafka leyó el relato en 1916 ante un público del que formaba parte Rilke, varios asistentes cayeron desmayados. En la cárcel donde ocurre la historia, hay una máquina que graba en el cuerpo del reo el texto de la ley quebrantada. Vaya manera de referirse hoy a los fanáticos en todo el mundo que quieren imponer sus lemas.
¿Hay un modo de escapar de las predicciones de Kafka? Creo que tarareando una canción para nosotros mismos o con los amigos, pero con los celulares apaga dos.
“En un universo regido por las guerras, los algoritmos y la falta de valores, la sonrisa de Kafka se nos aparece todos los días”.