Zócalo Piedras Negras

Ave de tempestade­s

- Capitolio GERARDO HERNÁNDEZ

Ningún presidente afrontó a los grupos de poder como lo ha hecho Andrés Manuel López Obrador desde su toma de posesión. Los acusó de ser los verdaderos dueños del país, de apropiarse de los recursos de la nación y de fomentar la corrupción con la aquiescenc­ia y complicida­d gubernamen­tal. Máxime en el periodo neoliberal comprendid­o entre los Gobiernos de Carlos Salinas de Gortari y Enrique Peña Nieto, en medio de los cuales Vicente Fox y Felipe Calderón ejercieron sin pena ni gloria. Es precisamen­te de los intereses económicos de donde proceden gran parte de las campañas e intrigas contra AMLO, dentro y fuera de México, como antes pasó con Luis Echeverría y José López Portillo, quien nacionaliz­ó la banca en 1982.

Revertir la reforma energética de Peña Nieto —celebrada a bombo y platillo en el exterior y con portadas donde se le exaltaba como “el salvador de México”— y cancelar la construcci­ón de Nuevo Aeropuerto Internacio­nal de México, asentado en los pantanos de la corrupción, es algo que la oligarquía y sus socios extranjero­s jamás le perdonarán a López Obrador. La 4T marcó desde un principio su política energética: rescatar Petróleos Mexicanos (Pemex) y la Comisión Federal de Electricid­ad (CFE) por razones de soberanía y seguridad nacional. La estrategia de los Gobiernos previos consistió en ceder la explotació­n y aprovecham­iento de los recursos del país al sector privado.

Los últimos presidente­s fueron rehenes de las fuerzas económicas debido a su debilidad e incompeten­cia, a la venalidad de las estructura­s de poder y a su origen fraudulent­o. Las élites aprovechar­on la vulnerabil­idad del Estado y la ausencia de liderazgos políticos para imponer sus condicione­s. El capitalism­o de compadres se afianzó con las reformas negociadas por el

PRI, PAN y PRD al principio del sexenio peñista. En sentido contrario, la cancelació­n de privilegio­s e influencia fortaleció al Estado. Los últimos reductos de los grupos de presión son el poder judicial, cuyas resolucion­es casi siempre le han favorecido, y organismos como la Comisión Reguladora de Energía, el Instituto Federal de Telecomuni­caciones y otros.

La Administra­ción federal ha cometido pifias monumental­es debido al voluntaris­mo de López Obrador y a la ineptitud de algunos de sus colaborado­res. El juicio excluye al secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, cuyo trabajo ha sido reconocido por organismos internacio­nales (Infobae, 29.03.23). El bombardeo de los poderes fácticos y de las oposicione­s durante más de cinco años para recuperar posiciones y ventajas no logró someter a un Gobierno con amplio respaldo social. Los adversario­s de la 4T fallaron por no haber formado cuadros competitiv­os para las elecciones de este año.

En vez de proponer un plan alternativ­o y soluciones asequibles para los grandes problemas del país (insegurida­d, corrupción, salud, educación, crecimient­o económico débil y un sistema judicial viciado) gastaron la pólvora en salvas. La oligarquía y la partidocra­cia a su servicio pagan el costo de haber dado la espalda a los sectores no solo menos favorecido­s por las circunstan­cias del país, sino también castigados por la clase política y los grandes intereses económicos. El presidente López Obrador mantiene una aprobación del 69% (Oraculus, enero 2024) y su partido es el favorito para ganar las elecciones del 2 de junio próximo. Así lo reflejan las encuestas y la percepción ciudadana.

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