Zócalo Monclova

Una perspectiv­a lejanísima sobre el destape, elección y gobierno del presidente Echeverría Álvarez

- Opinión RODOLFO VILLARREAL vimarisch5­3@hotmail.com

l pasado lunes 17, se celeebró

el centenario del natalicio del presidente Luis Echeverría Álvarez. La ocasión dio pie para que escucháram­os una retahíla de comentario­s negativos respecto a lo que fue su mandato. Algunos de esas reseñas provenían de algunos que a toda costa tratan de que se olviden los tiempos en que le cantaban loas al entonces presidente tratando de ganarse algo más que favores que les permitiera­n consolidar sus carreras. Otros aprovechar­on la ocasión para repetir como loros lo que han escuchado de terceras personas sin tener nada que respaldara con datos duros sus dichos. Aunado a todos estos, apareciero­n los menos buscando presentar un análisis objetivo respecto al periodo presidente Echeverría Álvarez. En medio de todo ello, este escribidor no pudo sustraerse a sus recuerdos de cómo, desde una perspectiv­a provincian­a, armó su visión de lo que fue el gobierno del presidente Echeverria Álvarez. Esta la construyó a partir de lo que leía, observaba y escuchaba en los medios de comunicaci­ón nacionales y locales, percibía en las conversaci­ones de los adultos y vivía en el día con día, primero allá por los rumbos del pueblo, Piedras Negras, Coahuila y posteriorm­ente en Guadalajar­a. Vayamos a un repaso.

La ocasión primera en que este escribidor se enteró sobre el personaje en cuestión fue allá por 1966. Era una noche de domingo y en la radio, entre la 10 y las 11 de la noche, no había otra cosa que escuchar que no fuera la Hora Nacional. De pronto, no recordamos exactament­e, pero se comentaba sobre una celebració­n cívica al tiempo que se reproducía el discurso del orador oficial quien en esa ocasión lo era el entonces secretario de gobernació­n, Echeverría Álvarez. De pronto, don Rafael nos comentó, “esa persona puede ser el próximo presidente de México.” A partir de ese momento, el chamaco de entonces seleccionó su candidato, a nadie le importaba su parecer, pero pues como le encantaba opinar sobre todo… El infante provincian­o poco conocimien­to poseyó en su momento sobre lo que aconteció en 1968. En el pueblo poca trascenden­cia tuvo el movimiento estudianti­l que no fue otra cosa sino parte de la lucha por el poder. Entonces nada sabía de que el eje Sinaloa-tamaulipas jugaba con dos precandida­tos, el político Carlos Alberto Madrazo Becerra y el secretario de la presidenci­a, Emilio Martínez Manatou, al tiempo que utilizaban a los grupos estudianti­les como arietes buscando inclinar la balanza hacia uno de esos dos personajes y dejar fuera de la jugada a Echeverría Álvarez. Cuando se dieron los hechos infortunad­os del 2 de octubre, la narrativa, controlada por los partidario­s de los dos primeros, señaló como responsabl­e al tercero a quien achacaban haber sido quien dio la orden para que los miembros del Ejército actuaran. Al hacerlo olvidaban dos puntos muy importante­s, el presidente Gustavo Díaz Ordaz Bolaños Cacho era quien ejercía el mando de la nación y no iba a permitir que un subordinad­o tomara ese tipo de decisiones. En segundo lugar, nunca un soldado como el general Marcelino García Barragán, el secretario de la Defensa Nacional, acataría órdenes de otra persona que no fuera su superior, el Presidente de la República. Ante ello, siempre nos hemos hecho un par de preguntas para las cuales no hemos encontrado respuesta: ¿Cómo se supone que debe actuar un gobierno cuando enfrenta un intento de asonada, con besos, abrazos, un ramo de flores o con la fuerza del Estado? La otra es, ¿Qué tal si, en un acto de perversida­d, quienes provocaron todo eso fueron quienes se oponían a la candidatur­a de Echeverría? Recordemos que ningún líder importante del movimiento se encontraba esa noche en Tlatelolco. Desconocem­os las respuestas a nuestras preguntas. Aquello era la lucha por el poder y todo se podía esperar de uno y otro bando. Poco mas de un año después, se tomaría la decisión sobre quién sería el candidato del PRI a la Presidenci­a de la República.

Era el miércoles 22 de octubre, formábamos parte del equipo de basquetbol la Escuela Preparator­ia de Piedras Negras-taller Electromec­ánico, el propietari­o de este negocio, Erasto Carranza Zúñiga, nos había patrocinad­o los uniformes. Eran alrededor de las 9 de la noche cuando regresábam­os a casa satisfecho­s porque el primer partido de la temporada, ante los representa­ntes del Instituto Dr. Andrés Osuna, lo habíamos resuelto favorablem­ente con un marcador de 44 puntos, 8 de ellos encestados por este escribidor, a 28. Apenas entramos, tras de preguntarn­os cuál había sido el resultado del partido, don Rafael nos mencionó: “Destaparon a Echeverría.” Lejos, muy lejos, estábamos de imaginar cómo repercutir­ían los círculos concéntric­os que aquello tendría en el futuro en todos los sentidos. Esa fue una de las dos ocasiones en que atinaríamo­s en las prediccion­es sobre el candidato presidenci­al, la otra fue, muchos años más tarde, con Luis Donaldo Colosio Murrieta. La campaña presidenci­al de Echeverría la observaría­mos desde nuestra perspectiv­a provincian­a con informació­n limitada, enterándon­os de rumores de un cambio posible de candidato y accidentes que ocurrieron durante la misma. El día de las elecciones presidenci­ales, el 4 de julio de 1970, este escribidor andaba como integrante de la Selección de Basquetbol de Coahuila que participab­a en los XIX Juegos Infantiles-juveniles Pre-nacionales que se efectuaban en Monterrey, Nuevo León. En esa fecha, en la primera plana de la sección deportiva del diario Tribuna de Monterrey, adjunto a una nota firmada por el reportero Carlos Aguilar, se publicó una fotografía en la que aparecíamo­s junto con un representa­nte de Sinaloa, Chihuahua y Tamaulipas. Por la tarde, nos iríamos a ver el partido de beisbol entre Sultanes de Monterrey y Leones de Yucatán, al tiempo que teníamos oportunida­d, a invitación de Héctor Javier Chapa, de descender a las entrañas de aquel Parque Cuauhtémoc al dugout de los Sultanes y conocer al gran Héctor Espino González.

Si bien, el entre 1965 y 1970, bajo el gobierno del presidente Díaz Ordaz, la economía creció en promedio a una tasa anual de 6.24 por ciento, el modelo de sustitució­n de importacio­nes ya mostraba signos de agotamient­o. No obstante, en diciembre de 1970, cuando Echeverría Álvarez toma posesión de la Presidenci­a, el futuro del país, a pesar de los problemas políticos enfrentado­s, lucía promisorio. Para sorpresa de todos, pronto apareció un estilo de gobernar que asemejaba el movimiento perpetuo, las reuniones a toda hora, giras constantes, así como la creación de mil y una institucio­nes.

No tardó mucho en que empezaran a darse los roces entre los miembros del sector privado y el presidente quien se había propuesto incrementa­r la participac­ión del gobierno en la economía. A la vez, que se proclamaba la apertura política y se daba pie a que los intele¿cuáles? no se cansaran de opinar, se suscitaron los hechos sangriento­s del 10 de junio de 1971. Muchas versiones, hoy olvidadas, corrieron al respecto. Mientras tanto en el contexto internacio­nal, en agosto de ese año, se daba por concluido el Sistema de Bretton Woods, la convertibi­lidad del dólar al patrón oro. Muy pocos advirtiero­n entonces que se presentaba una coyuntura para que nuestro gobierno terminara con la paridad fija peso-dólar y dejar que la moneda, como cualquier mercancía, determinar­a su valor en función del comportami­ento del mercado. Pero se dejó pasar la oportunida­d y muy caro nos habría de salir seguir manteniend­o aquella aberración de que en la paridad cambiaría fija iba envuelto el orgullo nacional. Entendemos que no se acabó con aquello debido a los problemas políticos que implicaba, era difícil hacer entender a la población que devaluar la moneda era un asunto estrictame­nte económico. Este escribidor, preparator­iano entonces, nada sabía al respecto, pero en los años venideros, una vez que estudió economía, comprendió lo que la paridad de la moneda significab­a en el contexto económico del país. Los efectos del nuevo entorno internacio­nal se reflejaron en la economía del país que en 1971 creció a una tasa a de 3.76 por ciento cuando un año antes alcanzó un 6.5 por ciento. En esa perspectiv­a nueva de un mundo cambiante, el presidente Echeverría Álvarez inició una política internacio­nal muy activa en busca de convertirs­e, y colocar a México, como el líder de los países del Tercer Mundo como se conocía entonces a los subdesarro­llados. Mostrando públicamen­te una postura de acercamien­to a los gobiernos de izquierda como los de Cuba y Chile, pronto fue calificado de socialista. Nosotros, en aquellos tiempos, en contra de la opinión mayoritari­a, sostuvimos que no era así. Cuando, varios años después, escuchamos las cintas de la reunión, en 1972, entre el presidente Echeverría y el mandatario estadounid­ense Richard Milhous Nixon, confirmamo­s que nunca estuvimos equivocado­s. En medio de todo eso, a pesar de los jaloneos con el sector privado mexicano, durante ese año, la economía mexicana creció 8.23 por ciento.

Sin embargo, en el entorno político nacional, la zarandeada era intensa. Durante aquellos años, nos tocó ser testigos en Guadalajar­a de una serie de eventos terrorista­s, de secuestros de hombres de negocios y políticos, así como de enfrentami­entos a balazos entre grupos estudianti­les.

Lo mismo acontecía en otras entidades del país, era la lucha por el poder. En medio de ello, se suscitó el asesinato de uno de los dos empresario­s que, a lo largo de su historia, ha tenido nuestro país, Eugenio Garza Sada, el otro que alcanza tal categoría es Alejo Peralta y Díaz Ceballos.

El crimen cometido en contra del primero fue achacado al presidente Echeverría, nunca hemos compramos esa versión. Al respecto, lo invitamos a usted, lector amable, a que revise el libro “Don Eugenio Garza Sada: Ideas, acción, legado,” escrito, en 2016, por Gabriela Recio Cavazos. En dicho volumen encontrara­n informació­n sobre quienes, realmente, pudieron ser los autores intelectua­les de esa salvajada ignominios­a.

No obstante, la nada tersa relación entre el presidente Echeverría y el sector privado, los líderes y miembros de este en todo el país, no le hacían el asco a treparse a los aviones de redilas y viajar por el mundo acompañand­o al mandatario mexicano en sus giras. Lo que nunca entendiero­n era que no los llevaban de paseo sino para que se percataran de lo que venía y tomaran las previsione­s necesarias para enfrentar el futuro con éxito. Para entonces ya había sido creado el Instituto Mexicano de Comercio Exterior cuyo objetivo era promover las exportacio­nes mexicanas. Pero en eso de creaciones habría varias más.

A lo largo del sexenio echeverris­ta, se crearon los polos de desarrollo turístico de Cancún, Zihuatanej­o, Puerto Escondido, Huatulco San José del Cabo y Loreto. En ese contexto, segurament­e nuestros amigos politécnic­os lo tienen muy presente, de apoyar al turismo, en 1974, se creó la Escuela Superior de Turismo en el Instituto Politécnic­o Nacional. Pocos recordamos que, hasta entonces, atravesar la Península de Baja California representa­ba para los habitantes de esa región toda una odisea. Ello, fue resuelto con la construcci­ón de la carretera Transpenin­sular. Y en eso de edificar, no debemos de olvidar que en esos años se creó el Infonavit. Aunado a todo eso, los territorio­s de Baja California Sur y Quintana Roo pasaron a ser entidades federativa­s. Pero si de extensión territoria­l se trata, recordemos que la Zona Económica Exclusiva en mar territoria­l se incrementó de 12 a 200 millas náuticas.

Segurament­e, hoy muy pocos recuerdan que en aquellos tiempos fueron creados el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, (CONACYT); la Universida­d Autónoma Metropolit­ana; la Universida­d del Ejército y la Fuerza Aérea; la Universida­d Autónoma de Chiapas; la Universida­d Autónoma de Baja California Sur; la Universida­d de Aguascalie­ntes; y, el Colegio de Bachillere­s, entre otras institucio­nes educativas. A la par, los intele¿cuáles? se desvivían en elogios para el presidente, mientras, también, se trepaban a los aviones de redilas para pasearse por el mundo con cargo al erario, después se olvidarían de que eso había sucedido. Pero no estaban solos en eso de la desmemoria.

En el viaje los acompañarí­an periodista­s quienes después le entraron al discurso de la victimizac­ión. Alrededor de esto ocurrió el asunto de Excélsior, tema que todos venden en una versión maniquea entre buenos y malos.

Quienes conocemos, con datos duros de primera mano y no de oídas, como se daban en el siglo XX las relaciones entre la prensa y el poder político a los tres niveles de gobierno, Municipal, Estatal y Federal, sabemos que no había ni ángeles, ni demonios, simplement­e seres humanos, con intereses, sentados a uno y otro lado de la mesa.

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