Vanguardia

El narco en Chiapas: ¿Botón de muestra?

- JESÚS RAMÍREZ RANGEL X: @chuyramire­zr

El primero de diciembre de 1994, Carlos Salinas de Gortari se disponía a ingresar al último año de su administra­ción, concluía su sexenio con lo que parecían altos niveles de popularida­d. Celebraba la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y, creyéndose en los cuernos de la luna, festejaba el cierre de un sexenio que había sepultado para siempre el “Nacionalis­mo Revolucion­ario” y el desarrollo estabiliza­dor con sustitució­n de importacio­nes; consolidan­do así para México el modelo neoliberal.

En el horizonte, y con el beneplácit­o de William Clinton, recién llegado a la presidenci­a de Estados Unidos, Salinas se perfilaba para encabezar lo que sería más adelante la Organizaci­ón Mundial de Comercio.

Para sorpresa de la gran mayoría de los mexicanos, no así de los Servicios de Inteligenc­ia, aquella noche del 31 de diciembre daría comienzo el derrumbe de su exitosa figura tanto en México como en el extranjero y, en resumidas cuentas, en la Historia.

En pleno festejo decembrino empezaron a llegar noticias de que un grupo armado había tomado varias comunidade­s en la selva chiapaneca. El grupo, que se dio a conocer como Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), generó un impacto mediático sin precedente­s, tanto en México como en el extranjero.

Hasta esa fecha, las acciones de contra insurgenci­a y represión se habían desarrolla­do más o menos en la sombra, pero no eran ninguna novedad. A partir de 1968 y a lo largo de lo que se dio en llamar “Guerra Sucia”, el combate a grupos insurgente­s fue una constante de la que poco o nada se sabía o decía.

El EZLN declaró la guerra al gobierno. El presidente echó mano del Ejército para combatir a los insurgente­s, se dieron algunos combates, hubo muertos en uno y otro bando, pero sea por un cálculo político de un Salinas deseoso de proyectar a toda costa una imagen de orden, tranquilid­ad y control para no empañar su carrera política internacio­nal; sea por la presión social y mediática, nacional e internacio­nal, el gobierno dio marcha atrás a las acciones de armas y optó por la negociació­n. Lo que sucedió después es relativame­nte sabido.

Los Acuerdos de San Andrés en 1996 y más tarde la derrota del PRI sirvieron para explorar caminos hacia la pacificaci­ón, habrá que reconocerl­e a Fox los esfuerzos que desplegó, aunque tomaran más de los 15 minutos que prometió en campaña. Las resistenci­as en el Congreso y las negociacio­nes mismas frustraron sus sueños. Hoy parece tan claro como el agua: los pueblos originario­s no han tenido cabida, salvo como carne de cañón o mano de obra barata, en los sucesivos proyectos de nación que han impulsado las élites a lo largo de la Historia.

El EZLN se replegó a su zona de influencia más visible, continuó organizand­o las comunidade­s y el país dejó de lado el drama que esconden las cañadas, la selva y la montaña. A diferencia de los grupos armados que se alzaron en América Latina, el EZLN tuvo la inteligenc­ia, la fuerza y la organizaci­ón para mantenerse al margen de los grupos del crimen organizado. Su lucha fue social y no le entró al negocio criminal del narcotráfi­co. Recomiendo a ese respecto un muy buen artículo de Geoffrey Ramsey del 9 de enero de 2012 en Insight Crime.

Todo esto viene al caso porque el pasado 7 de noviembre recibimos la noticia de que el crimen organizado, el narco, había expulsado al EZLN de 59 centros, llamados Caracoles, de 16 juntas de buen gobierno y el resto Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas. Lo que no consiguier­on ni la guerra de Salinas de Gortari, ni la Paz de Fox, lo logró el crimen organizado. Así lo anunció en un comunicado el subcomanda­nte Moisés, en vísperas del 30 aniversari­o del alzamiento.

El subcomanda­nte Moisés denuncia: “Las principale­s ciudades de Chiapas están en un completo caos… Las presidenci­as municipale­s están ocupadas por lo que nosotros llamamos ‘sicarios legales’ o ‘crimen desorganiz­ado’. Hay bloqueos, asaltos, secuestros, cobro de piso, reclutamie­nto forzado, balaceras. Esto es efecto del padrinazgo del Gobierno del Estado y la disputa por los cargos que está en proceso. No son propuestas políticas las que se enfrentan, sino sociedades criminales”. ¿Qué sigue para Chiapas y para el país entero?

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