Inútil demostración
Como dos pugilistas a unos cuantos días de fajarse en el cuadrilátero, las fuerzas políticas a punto de disputarse el señorío sobre la devastada comarca coahuilense, hacen alarde de poder, lanzan escandalosas declaraciones el uno contra el otro y se acusan mutuamente de incompetencia y deshonestidad.
Este domingo, el PRI y su hijo desobediente, retobado y respondón, Morena, hicieron sendas exhibiciones de lo que se conoce como “músculo electoral”, a un mes de iniciar el año en que se verán por fin las caras en lo que se anticipa como la madre de todas las batallas (aunque es muy probable que todo resulte un poco menos emocionante que eso).
El PRI celebró una elección interna para elegir a sus “no sé cuántos de sus no sé qué”, una cosa de esas por la que son capaces de sacarse los ojos al interior de un partido político.
Disciplinada como es, la militancia priista acudió a votar, sabedora de que en el fondo estaban dando a sus adversarios un mensaje de cuantiosidad y organización.
Al mismo tiempo (en realidad no sé si fue estrictamente algo simultáneo, pero ese mismo día), el aspirante de Morena, Ricardo Mejía Berdeja, encabezó una marcha de simpatizantes.
Todo muy orgánico, para nada manipulado ni auspiciado. Como que ese día todos los que entusiastas de la causa del morenista decidieron manifestarse y sacar las pancartas, mantas y cartulinas de Mejía Berdeja que ya tenían guardadas “nomás por si se llegaban a ofrecer”. ¡Ah, y desde luego, se cooperaron entre todos para los camiones!”. Como bien sabemos, nunca hay dinero detrás de estas movilizaciones, se costean solas, son autosustentables, funcionan con energía solar.
El señor Tik Tok dirigió a su muchedumbre algunas palabras genéricas: que si él es el bueno, que si va a pasarle por encima al tricolor, que si ya se van, que si todos con ANLO y la Cuarta Transformación… etc.
Sendos eventos, la elección sin importancia y la marcha pitera, revelan sin embargo las respectivas estrategias de una y otra fuerza política.
El Revolucionario ha optado de momento por apelar a su marca y sus colores, recordándole a los ciudadanos que Coahuila es un estado priista que no acepta propaganda de Morena ni de otras sectas.
Y es que en realidad no ha tenido necesidad de exponer a su candidato a un prematuro desgaste. De pendejos lo suben a la palestra a recibir ataques antes de tiempo, si saben que cuentan ya con un candidato de unidad, por más que más adelante hagan la pantomima de que será electo en un proceso democrático (¡Ajá! Guiño, guiño). Tienen candidato y aunque su precampaña es silenciosa, no es menos precampaña que la de Mejía Berdeja quien, muy al contrario del delfín priista, lo que necesita es hacer ruido, machacar con su nombre y por desgracia con su rostro también.
Uno necesita despertarnos la fidelidad a la marca, otro necesita posicionarse como un contendiente con posibilidades, como una opción real.
Una vez que las candidaturas sean oficializadas, tendremos, me temo, campañas no muy propositivas.
Desde luego, uno y otro contendiente serán descritos en los respectivos panfletillos como prohombres rebosantes de virtud, pletóricos de cualidades y sobrados de honestidad. Eso es lo normal.
Pero detrás de las bondades genéricas que se le endilgan a cualquier candidato, y de que será una lucha de estructuras políticas, en el terreno del debate, argumentos le faltarán a uno y otro para convencer a los posibles indecisos o para tratar, al menos, de andamiar una candidatura con un mínimo de justificación política.
Porque de igual forma, una plataforma de campaña genérica, estándar, la pueden comprar en la papelería de la esquina. Pero lo que necesita Coahuila y lo que quisiera escuchar su electorado, no es la promesa consabida de prosperidad y desarrollo, sino un compromiso serio con las causas que esperan resarcimiento, reparación, justicia.
Omitirlas en el discurso sólo significará que no hay un real interés en remover el pasado y que apuestan por el olvido y el carpetazo.
Aunque sacar a relucir los esqueletos del régimen local tampoco es ninguna garantía o promesa de que se va a hacer justicia. Y menos cuando el candidato pertenece a un “movimiento” cuya bandera para arribar al poder presidencial era precisamente el combate a la corrupción y hasta el momento dicho combate ha sido nulo.
Particularmente, el Presidente ha sido siempre parco para abordar el escabroso tema del moreirato. E incluso es desmemoriado cuando en conferencia matutina retoma las declaraciones de Humberto Moreira como si la calidad moral de éste lo volviera un referente para la vida pública.
De tal suerte que entonces tendremos discursos basados mayormente en los peligros que el oponente representa, más que en las virtudes del propio proyecto, pues esas serán las del catálogo básico.
Y si el candidato del PRI es heredero en sucesión del clan Moreira que desmanteló al Estado de Coahuila; o el candidato de la Cuarta Transformación pertenece a un gobierno tan autocrático, opaco y tan proclive a la corrupción como los anteriores, serán acaso las únicas cosas que tendremos que sopesar y evaluar a la hora de emitir nuestro voto. A menos claro, que se atrevan a romper el pacto de impunidad al que unos y otros están tácitamente adscritos y nos hagan a los ciudadanos un ofrecimiento serio.
De lo contrario, sólo será la estéril, anodina y fútil demostración de músculo electorero, bueno para apantallar pero completamente inservible para construir nada.