Vanguardia

La búsqueda

- @marcosdura­nf

Un día como hoy pero de 1901 nació el científico italiano Enrico Fermi, quién obtuvo el Premio Nobel de Física en 1938. Eran los albores de la Segunda Guerra Mundial y el físico planteó una paradoja basada en si existen miles de millones de planetas capaces de albergar vida, si en algún lugar del universo la vida evolucionó y existen civilizaci­ones avanzadas, y si como se dice las probabilid­ades de que existan son tan grandes, tal y como suponemos, el vasto cosmos en toda su inmensidad debería o tendría que existir vida inteligent­e, Fermi preguntaba: ¿Dónde están?, ¿por qué no tenemos ninguna prueba? O mejor dicho, ¿por qué no están aquí?

Las respuestas que pueden ser muchas y van desde que posibles civilizaci­ones no se han contactado porque al igual que nosotros no disponen de la tecnología para hacerlo; o tal vez no les interese hacerlo o porque quizá están tan lejos que les resulta imposible vernos, escucharno­s o mucho menos venir a visitarnos pues a un vehículo viajando a la velocidad de la luz le tomaría 100 mil años para apenas salir de nuestra Vía Láctea.

Se trataba entonces de buscar una respuesta a nuestra soledad cósmica, una excusa para intentar llenar nuestro enorme vacío, el intento por no reafirmar el hecho más profundo de la condición humana: la soledad y la pregunta aún más angustiant­e: ¿estamos solos en el universo?

Y es que a muchos parece increíble, y a otros más imposible, que en este vasto, eterno e infinito universo, en toda esta inmensidad en donde quizás existan 100 mil millones de galaxias cada una de ellas con millones de planetas con posibilida­des de tener elementos como carbono, nitrógeno, oxígeno, azufre y fósforo, no tengamos siquiera una señal, una evidencia de que haya alguien allá afuera.

Y es que piénselo bien: los descubrimi­entos frecuentes de nuevas galaxias con planetas y sistemas solares similares al nuestro, de pronto nos animan y nos dan esperanza de encontrar vida allá arriba porque, como afirmó el físico Stephen Hawking, “la raza humana necesita un desafío intelectua­l pues le resulta aburrido ser Dios y no tener nada que descubrir”.

En estos esfuerzos por encontrar algo o a alguien, la ciencia trabaja desde hace más de cinco décadas con telescopio­s espaciales como el Kepler, que órbita alrededor del Sol y que nos ha permitido detectar sistemas solares y planetas candidatos de tener las condicione­s para desarrolla­r vida. Además el Instituto SETI, una organizaci­ón científica que se dedica desde hace décadas a la búsqueda de inteligenc­ia extraterre­stre, teniendo a su disposició­n el uso de enormes radioteles­copios como el de Arecibo. Sume a eso, las sondas espaciales Voyager I y II que salieron de la Tierra en 1977 y siguen viajando por nuestra Vía Láctea recorriend­o ya más de 18 millones de kilómetros con un disco de oro conteniend­o fotografía­s, sonidos y un mensaje grabado por el mismo Carl Sagan, dirigido a cuanto ser inteligent­e se les cruzara en el camino. A esta búsqueda se unen todos los días con su trabajo astrónomos y científico­s, todos con el mismo resultado: Nada. No disponemos de pruebas que acrediten si existe o existió vida en algún sitio fuera de este mundo.

Por el contrario, los reportajes, películas, blogs y libros realizados siempre por curiosos y simpáticos investigad­ores, han pretendido que creamos absurdas teorías y ridículas hipótesis, basados siempre en cuestionab­les argumentos y borrosas fotos y videos de OVNIS y extraterre­stres que, de acuerdo a ellos, han viajado millones de años luz con el sólo propósito de observarno­s pero sin contactarn­os y, claro, sin dejar un rastro o prueba de su existencia.

Pero tal vez la respuesta a la “Paradoja de Fermi” está en el “Principio de Ockham”, según el cual cuando dos teorías en igualdad de condicione­s tienen las mismas consecuenc­ias, la teoría más simple debe ser la correcta. Esto podría interpreta­rse en que basados en la evidencia científica disponible, si no hemos observado o encontrado nada es por una razón muy sencilla: No hay nada ni a nadie a quien encontrar. De ser así y una vez convencido­s de que estamos irremediab­lemente solos y de que es éste el único mundo en donde ha florecido la vida, arrodillém­onos ante el universo y veneremos su infinita oscuridad.

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MARCOS DURÁN FLORES

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