¿De qué está hecha la paz?
Construir la paz demanda mitigar y posteriormente erradicar inequidades. La paz se vincula a la convivencia con tolerancia de la sociedad de la que uno es parte, pero también a un Estado que se ocupe de garantizar la satisfacción de necesidades básicas, seguridad y brinde igualdad de oportunidades a sus ciudadanos. Por otro lado, hoy día lidiamos con un fenómeno muy dañino: la delincuencia organizada. Nos hemos ido acostumbrado a mirar como ordinarios fenómenos delincuenciales como el narcotráfico y la desaparición de personas, entre otros modos de violencia. Estos comportamientos limitan la prevención y la sensibilización en torno a temas como los derechos humanos, lo que constituye un aspecto negativo, contrario a la cultura de legalidad. Asimismo, no podemos desconocer que la condición de pobreza y en especial la de pobreza extrema, lleva a muchos mexicanos a delinquir para sobrevivir, sin que esto sea justificación.
De ahí la relevancia de inculcar en el hogar los valores que permitan formar un individuo que respete el sistema de normas y a quien el dinero no pueda comprar. Por ende, la educación en casa es básica para comprender las prioridades de la vida; porque es ahí donde aprendemos a generar conciencia de adquirir honestamente el dinero y entender que, aunque la delincuencia puede aportar mayor ganancia económica, no es buena opción, porque te envilece la existencia. No es fácil alcanzar esto en ambientes que se relacionan directa o indirectamente con la delincuencia, donde alguno de los familiares o amigos han estado encarcelados o simplemente no comparten esta visión. No obstante, mantener la paz es una obligación básica para todos, pero particularmente para los padres, pues es en el hogar donde se aprende a vivir y a construir la paz; es ahí donde los padres tienen la enorme responsabilidad de enseñar a sus hijos como comportarse, como tratar a los demás y como resolver problemas. Es desconsolador advertir que en una familia en la que no se priorizan estas enseñanzas, la paz puede perderse.
La paz se vive cuando te han enseñado un verdadero sentido de justicia, esto es, cuando tienes claro que no nada más cuentan tus derechos sino también los de los demás. Exaltar el valor de la vida humana, su derecho y su dignidad, es primordial. Hoy, con tanta violencia de por medio, destacada no sólo en la vida real sino por los medios de comunicación, es bien difícil que los niños aprecien este valor. Sin embargo, es deber de los padres enseñarles a respetarla.
Templarle el carácter a los hijos es sustantivo. No pueden los padres dejar de exigirles, por supuesto dentro del marco de sus posibilidades, que enfrentar los problemas y esforzarse en resolverlos es motivo de orgullo, porque es una muestra de que pueden realizar cosas por sí mismos. A los hijos hay que enseñarles a que tengan héroes que les inspiren, pero héroes por sus grandes ideales; es importante que aprendan a deslumbrarse con los hechos de personajes extraordinarios por su nobleza y su fuerza de voluntad. El orden también es otro valor que se va perdiendo en la nada de lo insignificante, cuando es un elemento esencial porque en el se engendran la armonía y el equilibrio, sustentos inapreciables de la seguridad en uno mismo.
Estas ausencias de los corazones y los entendimientos de las generaciones presentes están propiciando separatismos, inquinas y hasta verdaderos odios, en un país otrora tan cálido y tan incluyente como el nuestro. Entre usted a las redes sociales, hoy día con motivo de este proceso eleccionario, hay un océano de insultos y majaderías, solamente porque no se comparten las mismas opiniones con respecto a un candidato o a un partido. Pero esto no es más que el reflejo de un pueblo que está harto de ver como la corrupción ha rebasado todos los límites, y más allá de esto, de las consecuencias que la impunidad ha traído. La pobreza multiplicada y la perversión del sistema en lugar de arrollarla, la procura, la alimenta. El reparto de tapas de huevo, de cemento, de cuanto usted ya sabe que se valen para mantener dominados a los más pobres de todo, continúa, y la autoridad ausente.
Pero esta ignominia es el mejor acicate para no permitirle a la desesperanza que nos invada, y a seguir luchando, porque México merece mejores días. www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion
CARLOS HEREDIA ZUBIETA
> Centroamérica en llamas: ¿México indiferente?
LUIS HERRERALASSO
> Hablar claro es hablar con la verdad
ANDREW SELEE
> Fronteras que se desvanecen Arde el bosque en la sierra de Arteaga de mi natal Coahuila.
El fuego ha hecho suyo el hermoso cañón que llaman de la Carbonera. Desde lejos se mira la columna de humo gris, y la noche se enrojece con el fulgor ominoso de las llamas.
Yo tengo ahí memorias de las que no se van. Estaba de vacaciones de Semana Santa en Pino Gacho, el rancho antiguo de don Jesús Santos Cepeda, cuando llegó la noticia de que Pedro Infante había muerto. Miré llorar a las mujeres y bebí con los hombres en silencio mis primeras copas de mezcal.
Ardió el bosque porque el bosque ardía. Cuando el monte está seco basta la chispa de un vehículo que pasa, o un rayo de sol que se filtra por el cristal de una botella, para encender la hierba. Ya nadie puede entonces apagar la lumbre. Después del fuego quedan sólo espectros de árboles. Se va la vida, y pasa medio siglo o más para que vuelva.
No sé si regresaré a la Carbonera. No quiero mirar negro lo que sigue verde en el recuerdo.
¡Hasta mañana!...