Vanguardia

Historias de muñecos (y muñecas)

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

-¿Cuántos ojos tienen ustedes, los marcianos? -Dos. -¡Qué coincidenc­ia! Nosotros los hombres también tenemos dos. Y ¿cuántos brazos tienen? -Dos. ¡Qué coincidenc­ia! Nosotros los hombres también. Y ¿cuántas piernas?

-Dos. -¡Qué coincidenc­ia! Nosotros los hombres también. Y díganme por último: ¿qué les sucede a ustedes, los marcianos, cuando se hacen viejos? -Se nos bajan las antenitas. -¡Qué coincidenc­ia! A nosotros los hombres también.

Guardo recuerdos muy antiguos. Claro, no tan antiguos como el de Pepito. Se jactaba aquel tremendo niño de tener un recuerdo de 9 meses antes de nacer: “Recuerdo que mi mamá y mi papá fueron a un día de campo, y yo fui con mi papá y regresé con mi mamá”.

Uno de mis recuerdos inaugurale­s es el chiste que arriba puse -el de las antenitas-, segurament­e el primer cuento rojo que en mi vida oí. Yo era un párvulo de 4 ó 5 años, y desde luego no supe que el chiste era pelado. Cuando lo repetía con infantil ingenuidad en las reuniones familiares los adultos lo celebraban con grandes carcajadas, y mis tías ocultaban el rostro entre las manos para reír sin que la risa se les viera. Quizá tal fue la semilla germinal de esta mi jubilosa vocación de cómico de la legua que a tantas bellas partes me ha llevado y a tanta gente buena me ha hecho conocer.

El chiste que digo se lo oí a Paco Miller. Como toda la gente soltó la carcajada al escucharlo yo supuse que el chiste era muy bueno y que valía la pena contarlo. Por algo se reiría la gente. El chiste, ya lo dije, se lo oí a Paco Miller. Me corrijo: se lo escuché a don Roque, el ríspido muñeco de aquel genial ventrílocu­o. Contratado por una empresa cigarrera vino a Saltillo don Paco Miller al principiar la década de los cuarentas. Traía un espectácul­o cuyo atractivo principal era una troupe de changos que patinaban en patines (la forma más adecuada de patinar) y al mismo tiempo arrojaban cajetillas de cigarros al público del teatro.

Paco Miller es el mejor ventrílocu­o que he conocido. Cuando don Roque enarcaba las hirsutas cejas y decía con su ronca voz: “¡Le rajo la cara a cualquiera!”, don Paco fingía enojarse por la falta de respeto al respetable, y metía al muñeco en su veliz. Don Roque seguía hablando desde dentro, y con voz apagada lanzaba tremendas maldicione­s. Paco Miller llamaba a un ayudante y le pedía que se llevara la maleta, y en ella al majadero. Y se iba alejando la voz de don Roque conforme el ayudante se alejaba. Estallaba, estruendos­a, la ovación del público. Otras veces don Roque hablaba mientras don Paco bebía un vaso de agua. En ocasiones -¡hazaña portentosa!- cantaban ambos a dúo.

A los 92 de edad murió Paco Miller. Yo lo imagino subiendo al Cielo llevado de una mano por don Roque y de la otra por Marraqueta, su segunda muñeca parladora. Merece la eterna bienaventu­ranza aquel que a los humanos dio alegría con sus muñecos: eso nos compensa por la existencia de tantos encumbrado­s muñecos que andan por el mundo jodiendo -como diría don Roque- a los humanos.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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