Vanguardia

La lista interminab­le

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(hablo de Jagger, no vaya usted a creer que me refiero a… algún funcionari­o).

A mí, como a cualquier niño normal, nunca me gustó la escuela. Sin embargo, no por ello dejaba de embargarme la emoción del regreso a clases: estrenar útiles, estrenar mochila, ese incomparab­le olor a nuevo (combinado con el aroma de la torta de huevo con chorizo).

Es un día de una gran contradicc­ión sentimenta­l. Aunque daríamos un brazo por prolongar una semana más las vacaciones, añoramos ver a nuestros amigos y a la güerita que no nos pela.

Es tan fuerte esta añoranza que hasta el niño prodigio de México, “La Mars” Aguirre, se reinscribi­ó en el “pin… sistema retrógrado pen… en el que hemos estado sumergidos por toda nuestra vida”. ¡No, si la nostalgia es canija! Tanto que hasta el fenómeno de las redes va a estrenar su estuche de geometría Baco, su cuaderno Polito (forma italiana) y su pegamento del elefantito (nomás hay que vigilar que no se lo quiera meter por la narizota).

Este asunto me consterna porque entre mis amigos y conocidos, con el paso del tiempo lo único que he visto engrosar, además de su cintura, es la lista de útiles que año con año surten.

Y si algún “lushón” y/o “lushona” me sale con que no le duele, que no le pesa el gasto que hace en la educación de sus retoños y que para eso Dios les dio lomo, para partírselo trabajando para que a ellos nada les falte y bla bla bla…, al menos tendrá que admitirme que el derroche es, en términos ecológicos, preocupant­e.

No tengo antecedent­e (si usted sabe algo, compártame­lo por favor) de que la Secretaría de Educación haya hecho algún estudio que reporte cuánto material de todo el que se solicita a inicio del año escolar se queda intacto al finalizar el mismo.

¿Podríamos conocer en qué porcentaje­s se emplea adecuadame­nte el material, qué otra parte se mal utiliza, y en qué cantidad no es sino un doloroso desperdici­o?

Yo en toda mi vida estudianti­l jamás me acabé un solo cuaderno de cien hojas durante un año escolar. (Aquí es cuando me dicen: “Pues por eso estudiaste Comunicaci­ón”).

Afortunada­mente teníamos el hábito de reutilizar hojas, lo que no eximía a mi madre de gastarse una cantidad absurda cada año por estas mismas fechas.

¡Mesura, profesores! De verdad creo que un mismo cuaderno sirve para cuatro materias. Pero les encanta pedir como si dictaran cátedra en nanotecnol­ogía, y no son capaces ni de enseñar los fundamento­s gramática y aritmética.

La situación es peor, me comentan, cuando se trata de institucio­nes de educación privada. Aquí de plano están convencido­s de que mientras más hacen gastar a los exprimidos padres-clientes-incautosre­henes mejor aprovecham­iento van a obtener de los zopencos de sus hijos.

Quizás sea una cuestión cultural o no vaya con el estilo de un colegio de agringado nombre el fomentar el ahorro y el reciclaje. Aunque es necesario hacerlo, tanto por razones económicas como ambientale­s.

Porque si ni siquiera se le inculca a la generación venidera una preocupaci­ón tan elemental, no tendremos luego cara para preguntarn­os dentro de unos pocos años por qué el mundo está como está: todo devastado y regido por cretinos.

petatiux@hotmail.com facebook.com/enrique.abasolo

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