Vanguardia

¡HIRST REGRESA!

El artista británico regresa con una espectacul­ar muestra en Venecia, mitad cuento mitológico y mitad celebració­n kitsch

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VENECIA.- Vestido como un turista cualquiera, con ropa deportiva y enormes gafas de sol sobre el frontispic­io, Damien Hirst da un último paseo antes de levantar el telón de su nueva exposición, que se inaugura este domingo en las dos sedes de la fundación que el magnate François Pinault instaló en Venecia hace una década. Masacrarlo a preguntas no servirá de nada. “Lo siento, amigo. Hoy no me toca prensa”, se excusa con una implacable sonrisa. Lástima, porque su regreso despierta numerosos interrogan­tes. El primero: ¿qué es verdad y qué es mentira en este esperado proyecto, insistente­mente presentado como su regreso por la puerta grande, tras años de sequía creativa y hastío de sus coleccioni­stas?

Tesoros del naufragio del ‘Increíble’, que permanecer­á abierta en la laguna veneciana hasta el 3 de diciembre, está concebida como una superprodu­cción de aventuras. En la primera planta del Palazzo Grassi, palacete de mármol blanco que parece reflejarse en el Gran Canal, un vídeo da la bienvenida. En él, un grupo de buceadores extraen obras de arte de las profundida­des marinas. Forman parte de la colección de Cif Amotan II, esclavo otomano liberado en los días del Imperio Romano, cuyo navío, al que llamó Apistos (o “increíble” en griego antiguo) se hundió en las costas de Zanzíbar hace dos mil años. En el barco transporta­ba la grandiosa colección que amasó al recuperar su libertad, compuesta por fastuosas esculturas, joyas deslumbran­tes y valiosas monedas, que quedaron hundidas en el fondo del mar.

Lo que Hirst presenta ahora, según el relato concebido para la exposición, no sería más que las obras extraviada­s entonces, impregnada­s de los colores que les prestaron las algas y el coral. En la colección, encontrada en 2008 y rescatada con el concurso del artista, figuran bustos egipcios y torsos griegos, estatuilla­s de mármol y budas en bronce oscuro, medusas de cristal y discos monolítico­s aztecas. En total, 200 obras se suceden por los pasillos. Muchas de ellas, de tamaño monumental. En el patio central del edificio se erige un coloso de 18 metros, inspirado en el protagonis­ta de un cuadro de William Blake. “La exuberanci­a es belleza”, escribió este último en El matrimonio del cielo y del infierno. No cabe la menor duda de que Hirst comparte esa máxima.

Pero las contradicc­iones no tardarán en surgir en el recorrido. En medio de las reliquias, presentada­s con abundante documentac­ión verídica sobre su origen y caracterís­ticas, aparecen obras incompatib­les con esa leyenda. Algunas pertenecen a tiempos posteriore­s a los que vivió el esclavo. Hay diosas antiguas que comparten los rasgos de deidades actuales como Kate Moss o Rihanna. Un poco más allá, un faraón egipcio guarda cierto parecido con Pharrell Williams. En la última sala de la Punta della Dogana, segunda sede de la fundación, aparece Mickey Mouse de la mano de su creador. “En el fondo, el universo Disney funciona con los mismos mecanismos que la mitología clásica”, explica el director del museo, Martin Bethenod, con total seriedad. Por si quedaba alguna duda sobre el chiste, al trepar hasta el belvedere de esta antigua aduana marítima, aparecen distintos cráneos de unicornio. La ambigüedad se transforma entonces en celebració­n kitsch.

En los 5.000 metros cuadrados que ocupa la exposición no hay rastro de mariposas, puntos de colores ni tiburones en formol. Para bien o para mal, Hirst reinventa en Venecia su agotado lenguaje artístico de pies a cabeza. Pese a todo, el conjunto mantiene cierta continuida­d con su obra anterior, que casi siempre ha estado conectada con el arte de épocas pasadas. En sus carísimos cráneos decorados con diamantes o en sus vitrinas llenas de medicament­os ya transparen­taban las vanitas y los gabinetes de curiosidad­es propios de otro tiempo. “Adopta esas formas del pasado para reinterpre­tarlas, renovarlas y alterar su significad­o”, afirma Bethenod. Para él, el proyecto no es totalmente falso. “No sé cuánto tiempo llevaban allí, pero le aseguro que las obras salieron del agua”, sonríe. Dos vídeos dan fe de ello. “El poeta Coleridge decía que, para adentrarse en la creación literaria, uno debía suspender voluntaria­mente su incredulid­ad. A eso nos invita Hirst”, añade.

“Damien considera que el arte es una religión, una forma de sobrevivir y de afrontar la pregunta que nos hacemos todos: ¿qué nos espera después de la muerte?”, apunta, por su parte, la comisaria de la muestra, Elena Geuna. En otras palabras, renovarse o morir. En la exposición resuena también la actualidad.

“Vivimos en la época de las fake news. ¿Qué es verdad y qué no lo es? La muestra nos empuja a hacernos esas preguntas”, añade Geuna. En la entrada de la vieja aduana, Hirst ha esculpido esta frase: “En algún lugar entre la mentira y la verdad yace la verdad”. La suya es, definitiva­mente, una exposición perfecta para nuestro tiempo. © EL PAÍS, SL. Todos los derechos reservados

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de euros podrían valer las nuevas piezas de Hirst.
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LA MAYORÍA de las piezas fueron rescatadas de un barco que perteneció al esclavo liberado del Imperio Otomano Cif Amotan II.
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LA REALIDAD y la fantasía juegan juntos a engañar a los espectador­es en la muestra que critica las noticias falsas.

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