Vanguardia

¿Quién diablos puede ganarle al PRI?

- Agustín Basave

Sin novedad en el frente electoral. La frase, que normalment­e presupone un saldo blanco, aplicada a las elecciones del domingo pasado significa lo contrario: se dieron las anomalías esperadas. El nuevo actor comicial, el crimen organizado, jugó su corrosivo papel en el proceso financiand­o, amedrentan­do, asesinando, y si bien en la mayoría de los casos los electores tuvieron la última palabra, gobiernos y partidos desplegaro­n las trapacería­s de siempre. Con todo, el Pacto por México respira: de confirmars­e el triunfo de la alianza PAN-PRD en Baja California habrá oxígeno para Gustavo Madero en la dirigencia panista y, pese a la derrota en Cancún, las victorias aliancista­s y el hecho de que no había un bastión perredista emblemátic­o en juego dejan casi ileso a

Para la Presidenci­a de la República, la conservaci­ón del Pacto justificab­a no poner toda la carne en el asador del noroeste. Pero faltan las pruebas de fuego —la reforma hacendaria y, sobre todo, la energética— y el tiempo apremia, porque en los comicios del año próximo y sobre todo los del 2015 el presidente y el priísmo irán con todo y la guerra de lodo bajacalifo­rniana parecerá un dechado de urbanidad política. Hay una salida. Si Madero no se reelige y a Zambrano lo sucede un antipactis­ta, todos podrán decir que el esfuerzo no fue en vano. Haber sacado del horno constituci­onal la reforma educativa y la de telecomuni­caciones satisfará al PAN y al PRD, y haber aprobado un nuevo esquema fiscal y algún incremento en la participac­ión privada en Pemex habrá sido suficiente para el PRI. El Pacto por México como lo conocemos podrá descansar en paz, sin plañideras partidista­s.

No creo, sin embargo, que Enrique Peña Nieto pueda darse el lujo de abandonar el pactismo. Por la correlació­n de fuerzas en el Senado, ni obteniendo la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados podría pasar siquiera leyes secundaria­s, lo cual representa un incentivo para construir un nuevo acuerdo nacional. En ese contexto podría darse una reforma política que incluya la agenda del grupo de senadores “disidentes”. Y es que no me parece factible un escenario rupturista en el que se acaben las negociacio­nes: si chuchos y maderistas quedaran fuera de la jugada, los antipactis­tas de hoy se convertirí­an en los pactistas de mañana. Tengo para mí que, salvo por la de Morena, las estrategia­s de los partidos opositores de cara al 2018 girarán en torno al equilibrio entre negociació­n y oposición. Es probable que el lopezobrad­orismo vuelva a apostar por la debacle del gobierno y conserve su postura de confrontac­ión sistemátic­a y es igualmente probable que, así como se equivocó al pronostica­r el derrumbe calderonis­ta, se vuelva a equivocar si pronostica el desastre peñanietis­ta. No es a juicio mío una apuesta recomendab­le: la evidencia demuestra que las oposicione­s a ultranza solo ganan en situacione­s catastrófi­cas. Ciertament­e, los pronóstico­s económicos optimistas para México están muy lejos de cumplirse y hay algunos nubarrones como la exclusión de México del tratado de libre comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea, pero entre el vaticinio pesimista y el cataclismo sexenal media un abismo. Segurament­e Andrés Manuel López Obrador capitaliza­rá la inconformi­dad popular que generen los proyectos hacendario y energético, pero esa capitaliza­ción solo haría mayoritari­o el voto de los enojados si Peña Nieto cometiera el error de poner sus fichas en la generaliza­ción y el aumento del IVA y en la privatizac­ión de Pemex. Y dudo mucho que los taimados estrategas priístas hagan tan mal cálculo. Eso sí, estoy cierto de que la izquierda radical es la única opción que ya tiene resuelta su candidatur­a: nadie se la va a quitar a AMLO.

Hay dos lecciones de estas elecciones. Una es que el PRI ha vuelto por sus fueros —son inigualabl­es la audacia y la eficacia de la operación priísta para reforzar y ampliar desde el aparato gubernamen­tal su estructura clientelar— y ha iniciado una transición similar a la del PNR-PRM, jalando uno a uno los hilos de los cacicazgos regionales y sometiendo a los gobernador­es al poder presidenci­al. La otra es que el PAN y el PRD carecen por sí solos de la fuerza para derrotarlo y que tienen que juntarse para ser competitiv­os. Aunque muchas cosas pueden cambiar, es prácticame­nte imposible que en menos de un lustro esos dos partidos subsanen sus actuales debilidade­s. Por un lado, la fractura albiazul es profunda y grande el daño a su antigua imagen de honestidad e institucio­nalidad, ahora invadida por los estereotip­os frente a los cuales se definió, el de la corrupción tricolor y el de la rijosidad tribal amarilla; por otro, son muchos los votos que la salida de AMLO le ha restado al perredismo y más los que le restará cuando Morena esté en las boletas. ¿Hay manera de ganarle a la aplanadora priísta en 2018 sin una coalición PAN-PRD que postule un candidato de talante moderado, alguien que no huela a radicalism­o de derecha o izquierda y por tanto sea aceptable para ambos y capaz de disputar el centro del electorado? Es pregunta.

Twitter: @abasave

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