¿Quién diablos puede ganarle al PRI?
Sin novedad en el frente electoral. La frase, que normalmente presupone un saldo blanco, aplicada a las elecciones del domingo pasado significa lo contrario: se dieron las anomalías esperadas. El nuevo actor comicial, el crimen organizado, jugó su corrosivo papel en el proceso financiando, amedrentando, asesinando, y si bien en la mayoría de los casos los electores tuvieron la última palabra, gobiernos y partidos desplegaron las trapacerías de siempre. Con todo, el Pacto por México respira: de confirmarse el triunfo de la alianza PAN-PRD en Baja California habrá oxígeno para Gustavo Madero en la dirigencia panista y, pese a la derrota en Cancún, las victorias aliancistas y el hecho de que no había un bastión perredista emblemático en juego dejan casi ileso a
Para la Presidencia de la República, la conservación del Pacto justificaba no poner toda la carne en el asador del noroeste. Pero faltan las pruebas de fuego —la reforma hacendaria y, sobre todo, la energética— y el tiempo apremia, porque en los comicios del año próximo y sobre todo los del 2015 el presidente y el priísmo irán con todo y la guerra de lodo bajacaliforniana parecerá un dechado de urbanidad política. Hay una salida. Si Madero no se reelige y a Zambrano lo sucede un antipactista, todos podrán decir que el esfuerzo no fue en vano. Haber sacado del horno constitucional la reforma educativa y la de telecomunicaciones satisfará al PAN y al PRD, y haber aprobado un nuevo esquema fiscal y algún incremento en la participación privada en Pemex habrá sido suficiente para el PRI. El Pacto por México como lo conocemos podrá descansar en paz, sin plañideras partidistas.
No creo, sin embargo, que Enrique Peña Nieto pueda darse el lujo de abandonar el pactismo. Por la correlación de fuerzas en el Senado, ni obteniendo la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados podría pasar siquiera leyes secundarias, lo cual representa un incentivo para construir un nuevo acuerdo nacional. En ese contexto podría darse una reforma política que incluya la agenda del grupo de senadores “disidentes”. Y es que no me parece factible un escenario rupturista en el que se acaben las negociaciones: si chuchos y maderistas quedaran fuera de la jugada, los antipactistas de hoy se convertirían en los pactistas de mañana. Tengo para mí que, salvo por la de Morena, las estrategias de los partidos opositores de cara al 2018 girarán en torno al equilibrio entre negociación y oposición. Es probable que el lopezobradorismo vuelva a apostar por la debacle del gobierno y conserve su postura de confrontación sistemática y es igualmente probable que, así como se equivocó al pronosticar el derrumbe calderonista, se vuelva a equivocar si pronostica el desastre peñanietista. No es a juicio mío una apuesta recomendable: la evidencia demuestra que las oposiciones a ultranza solo ganan en situaciones catastróficas. Ciertamente, los pronósticos económicos optimistas para México están muy lejos de cumplirse y hay algunos nubarrones como la exclusión de México del tratado de libre comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea, pero entre el vaticinio pesimista y el cataclismo sexenal media un abismo. Seguramente Andrés Manuel López Obrador capitalizará la inconformidad popular que generen los proyectos hacendario y energético, pero esa capitalización solo haría mayoritario el voto de los enojados si Peña Nieto cometiera el error de poner sus fichas en la generalización y el aumento del IVA y en la privatización de Pemex. Y dudo mucho que los taimados estrategas priístas hagan tan mal cálculo. Eso sí, estoy cierto de que la izquierda radical es la única opción que ya tiene resuelta su candidatura: nadie se la va a quitar a AMLO.
Hay dos lecciones de estas elecciones. Una es que el PRI ha vuelto por sus fueros —son inigualables la audacia y la eficacia de la operación priísta para reforzar y ampliar desde el aparato gubernamental su estructura clientelar— y ha iniciado una transición similar a la del PNR-PRM, jalando uno a uno los hilos de los cacicazgos regionales y sometiendo a los gobernadores al poder presidencial. La otra es que el PAN y el PRD carecen por sí solos de la fuerza para derrotarlo y que tienen que juntarse para ser competitivos. Aunque muchas cosas pueden cambiar, es prácticamente imposible que en menos de un lustro esos dos partidos subsanen sus actuales debilidades. Por un lado, la fractura albiazul es profunda y grande el daño a su antigua imagen de honestidad e institucionalidad, ahora invadida por los estereotipos frente a los cuales se definió, el de la corrupción tricolor y el de la rijosidad tribal amarilla; por otro, son muchos los votos que la salida de AMLO le ha restado al perredismo y más los que le restará cuando Morena esté en las boletas. ¿Hay manera de ganarle a la aplanadora priísta en 2018 sin una coalición PAN-PRD que postule un candidato de talante moderado, alguien que no huela a radicalismo de derecha o izquierda y por tanto sea aceptable para ambos y capaz de disputar el centro del electorado? Es pregunta.
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