POR MI RAZA HABLARÁ EL ESPÍRITU
La celebre frase, que identifica a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y que pertenece a José Vasconcelos, nos lleva a reflexionar sobre parte de la historia gloriosa de esa gran institución futbolística del gran equipo que fue y que debe regresar a ser: Pumas.
En los albores de la década de los 70, ante una crisis similar, la directiva de Pumas, liderada por el ingeniero Aguilar Álvarez, planeó un futuro próximo cercano: en cinco años ser campeón de la primera división mexicana y ser el semillero de futuros futbolistas. Tan sólo tres años después, en 1977, comandados por el gran Jorge Marik (QEPD) el equipo se coronó en el Estadio Azteca, teniendo en sus filas a un joven que era cambio recurrente y que llenaría páginas de crónicas con su nombre: Hugo Sánchez.
El equipo siguió creciendo y se identificó como el gran formador de la heroica cantera puma. Chucho Ramírez, Manuel Negrete, Olaf Heredia, Enrique López Zarza, el actual técnico David Patiño, tantos nombres y hombres que hicieron que el Goya retumbara ante propios y extraños.
Resulta muy triste revisar hoy los números y ver al equipo sumido en el fondo de la tabla, con una apuesta por la cantera llena de talento, pero perdida en el liderazgo que va mas allá de la cancha y sube hasta la sala de las decisiones, y en donde los jugadores son los menos culpables ante tanta inconsistencia y cambios.
Pumas se caracterizaba por debutar a jóvenes técnicos y jugadores, cada uno de ellos venía con una larga trayectoria de entrenamiento físico, técnico, táctico y psicológico. Los técnicos tenían cursos que elevaba su nivel. En lo psicológico, el desarrollo humano era una constante e incluso eran videograbados y se les retroalimentaba para el incremento de su eficacia en la comunicación y toma de decisiones.