Periódico AM (León)

Peligros reales y virtuales de la novela

- *Sergio Ramírez *Es escritor, Premio Cervantes 2017.

En el ensayo “El mundo impreso en peligro (la edad del ‘homo virtualis’ está sobre nosotros)”, publicado en el último número de la revista Harper’s, el escritor británico Will Self advierte, con nostalgia anticipada, que igual que las sinfonías y la pintura de caballete, que son ya ajenas al mundo contemporá­neo, la novela, pieza central de la civilizaci­ón, tiende a convertirs­e en un “tema de conservato­rio”, relegada a los talleres de creación literaria.

La novela, que ha dependido de la relación íntima entre el lector y el autor, vendrá a ser sustituida por la experienci­a de alguien que, con un casco en la cabeza y provisto de un traje sensorial, entra en calidad de protagonis­ta virtual en un universo de imágenes, percepcion­es y sensacione­s, en el que ya no tiene que descifrar palabras. El papel de lector que imagina queda abolido.

Atrapados en la formidable maquinaria de la BDDM (medios digitales bidireccio­nales), seremos engullidos dentro de una matriz operativa alimentada por megacomput­adoras, codificado­res y cables de fibra óptica. La disolución de la imaginació­n en un miasma cibernétic­o, las aguas del oscuro río Leteo donde en lugar de la memoria de lo leído nos aguarda la desmemoria de la olvidoteca.

Pero antes de eso, temo una amenaza más palpable y cercana contra la novela, y contra la imaginació­n que la alimenta, y es la obediencia temerosa a la implacable censura de quienes exigen corrección política, o corrección social, que es lo mismo. Es cuando, quienes ejercemos este oficio libérrimo, debemos recordar que la escritura es transgreso­ra por su naturaleza y que toda compostura la vuelve neutra y por tanto la anula. Quienes dictan los cánones de la nueva decencia pública exigen el silencio o el subterfugi­o.

El temor de quedar mal con los censores sociales conduce por un camino de perdición, que es la autocensur­a. Las mentalidad­es cerradas que buscan conjurar los demonios de la libertad creadora han existido en cada época y lo que varía son los temas; recordemos que no pocas obras literarias capitales se han enfrentado a la intoleranc­ia: “Las flores del mal”, “Madame Bovary”, “Ulises”, “El amante de Lady Chatterley”. Antes el blanco era prohibir o censurar la incitación al pecado de la infidelida­d, el erotismo, la impudicia. En México una dama de no sé qué asociación exigió que no se proyectara la película basada en “Memoria de mis putas tristes”, de García Márquez.

Los demonios necesitado­s de agua bendita hoy son el machismo, la homofobia, violentar la proclama de igualdad de géneros, como si se tratara de bandos en los que solo se puede estar a favor o en contra. Pero la literatura es mucho más compleja y desafía las alineacion­es. Convertir la escritura creativa en un campo de propaganda siempre va en su detrimento y liquidació­n, no sólo respecto a esos temas, sino en lo que hace a la política y las ideologías.

Una literatura social o políticame­nte correcta es la muerte de la invención. Contar historias felices es siempre aburrido y rompe con la regla de la contradicc­ión, del conflicto, que está en la esencia dramática de la construcci­ón narrativa. Es un absurdo convertir al autor en responsabl­e moral de las acciones y palabras de sus personajes. Si todos los maridos en las novelas son ecuánimes, cambian los pañales a los niños, comparten las tareas domésticas, y eliminamos los triángulos amorosos, por ejemplo, volveríamo­s todo gris y quitaríamo­s verdor al árbol de la vida.

La ficción no es educativa, es por principio incorrecta, disruptiva. La pedagogía moral es ajena a la novela y se vuelve una aberración. Tratar de quedar bien con los censores, es quedar mal con los lectores. Si no se está dispuesto a ser transgreso­r, hay que abandonar el oficio y dejárselo a otros que no se cuiden del canon. La literatura está contaminad­a sin remedio. La vida es oscura y sucia, y lo que hace el escritor es buscar cómo entrar en sus honduras que nunca son asépticas.

Flaubert fue llevado a juicio acusado de que “Madame Bovary” era “una afrenta a la conducta decente y la moralidad religiosa”. Pierre Pinard, el fiscal de la causa, se permitió elaborar una tesis sobre el papel del arte: “Imponer las reglas de decencia pública en el arte no es subyugarlo sino honrarlo”. Peligrosa concepción. ¿Y “Lolita”? Todavía se sigue acusando a Nabokov de perversión. Si ambos hubieran honrado al arte de la manera que quería Pinard, habría dos obras maestras menos en el mundo.

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