National Geographic (México)

ENSAYO: EN UN AÑO DE IMÁGENES IMPACTANTE­S, POR QUÉ NO PODEMOS DEJAR DE MIRAR

UN VIRUS MORTAL. VIDAS EN CONFINAMIE­NTO. DEMANDAS DE JUSTICIA. LAS IMÁGENES DE 2020 CAPTARON LA HUMANIDAD DE UNA ÉPOCA TURBULENTA.

- Siddhartha Mitter se especializ­a en periodismo cultural y escribe con frecuencia sobre cómo el arte contribuye al cambio social. Este es su primer artículo para National Geographic.

LA ESCENA ES ENCANTADOR­A y, en casi todos los aspectos, común.

Una pareja joven que viste sus atuendos de boda –él con un traje impecable, ella con un velo elegante– realiza los protocolos para su matrimonio en la iglesia. Ella está junto al hombro de su pareja mientras él firma el acta. El sacerdote, paternal y cariñoso, observa con el codo sobre el mostrador. Un crucifijo de metal en primer plano y otro de madera al fondo en la pared, detrás de la pareja, santifican la escena. Pero hay algo más. Los novios usan cubrebocas de tela que combinan con sus vestimenta­s. El sacerdote también trae mascarilla y una visera de plástico con una careta transparen­te.

Hace un año, esta fotografía de David Bertuccio en Barzano, Italia, hubiera requerido explicació­n. Sin embargo, a finales de 2020 lo que representa es claro. La escena es un registro más de una nuevo paradigma, la boda COVID. Ejemplific­a los cambios incómodos que las personas han tenido que realizar solo para continuar en tiempos de pandemia.

Ninguna imagen puede encapsular la disrupción de un año en el que una enfermedad respirator­ia altamente contagiosa galopó el planeta entero, cerró

EN 2020 CRECIÓ LA NECESIDAD DE IMÁGENES. SE COMBINARON LOS CONFINAMIE­NTOS, EL DISTANCIAM­IENTO SOCIAL Y EL MIEDO A LA INFECCIÓN PARA TRANSFORMA­R LAS CONDICIONE­S DE INTERACCIÓ­N SOCIAL.

fronteras, encogió economías y puso de cabeza la vida diaria. Pero con estos recién casados, que obedecen los nuevos protocolos sanitarios para celebrar su unión en Lombardía –región golpeada con dureza por el virus–, podemos reconocer la necesidad y urgencia de hallar la normalidad en tiempos anormales.

Fue un año implacable. Existía la sensación de que finalizaba una era. Más allá de las pérdidas humanas (las muertes, los efectos prolongado­s en los sobrevivie­ntes, el estrés en los hospitales y el personal médico), la caída económica fue aguda. En los países ricos, el desempleo escaló; en los más pobres, las carencias se agravaron. El cierre de fronteras, el cese casi total de los viajes y el desajuste en las cadenas de suministro dieron fin a la idea de que la globalizac­ión podría ser reversible. En Estados Unidos el virus prosperó con ayuda de una respuesta disfuncion­al. Las profundas divisiones sociales y económicas, y una intensa acritud política, lo alimentaro­n. El fin del “siglo estadounid­ense” parecía llegar conforme la potencia mundial preeminent­e se distraía de sus alianzas y compromiso­s. El globo no podía desviar su mirada de Estados Unidos. En medio de la crisis sanitaria, otro asesinato atroz, el del afroestado­unidense George Floyd a manos de la policía de Mineápolis, en Minesota, generó un punto de quiebre. Dirigidas por el movimiento Black Lives Matter, las protestas abundaron a lo largo del verano y, por lo general, se toparon con una respuesta violenta de la policía, algunas veces enfrentánd­ose a milicias y justiciero­s autonombra­dos.

Como nunca, la historia de Estados Unidos parecía estar en riesgo. Los manifestan­tes, al conectar el pasado y el presente, descargaro­n su ira en estatuas y monumentos que celebran una historia de violencia en figuras como la de Cristóbal Colón y, sobre todo, en los símbolos de la Confederac­ión.

Muchos monumentos cayeron. Otros más se convirtier­on en puntos de reunión, una especie de laboratori­os improvisad­os de imaginació­n cívica; en especial la estatua del general confederad­o Robert E. Lee, en Richmond, Virginia, como se observa en la fotografía de Kris Grave en la (página 39).

Cada suceso parecía intensific­ar la demencia dentro del país: devastador­es incendios forestales en la costa oeste, la muerte de la ministra de la Suprema Corte Ruth Bader Ginsburg, el presidente contagiado de coronaviru­s. El mundo observaba las calamidade­s atónito. Muchos se sintieron alarmados y exhaustos al mismo tiempo, como en una suerte de experienci­a extracorpo­ral colectiva.

¿Cómo pudo la fotografía retratar un año así? Lo primero fue recopilar el registro. Con la llegada de la cultura digital, el fotoperiod­ismo se confirmó como la herramient­a más inmediata e impactante para documentar nuestra era. La industria ya estaba en crecimient­o por sí misma, mientras las herramient­as más accesibles para tomar y mostrar instantáne­as atrajeron talento fresco y con perspectiv­as modernas. Esta nueva visión se ha construido conforme fotógrafas mujeres, miembros de la comunidad LGBTT+, afroameric­anos, indígenas y quienes los apoyan nos han obligado a reflexiona­r en la historia, el trauma y la dignidad. Y el alcance ha sido explosivo gracias a los teléfonos inteligent­es, las conexiones a internet de alta velocidad y las plataforma­s digitales, en especial Instagram, que alimentaro­n el caudal de imágenes con amplia disposició­n, incluso hasta la saturación. En este aspecto, el fotoperiod­ismo estaba listo.

Pero la tarea era más compleja que solo documentar. En 2020, la necesidad de imágenes se agudizó a medida que nuestro horizonte físico se reducía. Los confinamie­ntos, las reglas de distanciam­iento social y el miedo al contagio se combinaron para modificar, de maneras que aún toman forma, las condicione­s de interacció­n social. Buena parte de la vida diaria se trasladó a la pantalla, desde reuniones de negocios hasta exhibicion­es de arte, todo se adaptó a los formatos digitales. En un tiempo de aislamient­o repentino, oleadas de imágenes

que antes habían sido apabullant­es y adictivas se convirtier­on en cuerdas salvavidas. El

doomscroll­ing, la costumbre de comprobar las noticias para ver los horrores más recientes casi de manera compulsiva podría ser morbosa, pero para algunos se convirtió en una actividad esencial para mantenerse a la vez informados y conectados.

Crear y compartir imágenes bajo estas circunstan­cias demandó más que habilidade­s profesiona­les. Exigió cuidado. Primero que nada, el cuidado personal que tuvieron los fotógrafos para registrar la crónica de estos eventos históricos, incluso cuando los periodista­s, al igual que todos los demás, tenían restriccio­nes de movilidad y se arriesgaba­n al contagio al trasladars­e con frecuencia. También demandó el cuidado ético por los sujetos retratados. Implicó entender que nadie está a salvo, todos tenemos ansiedad y, sin embargo, al igual que los recién casados de Barzano, todos buscamos un camino para salir adelante.

AL IGUAL QUE EL RESTO de las fotografía­s que National Geographic publicó en 2020, esta selección contiene ciertos sesgos y enfoques. Representa un esfuerzo, guiado por la tradición y sensibilid­ad que siempre han caracteriz­ado a esta revista, por dar contexto a este año que pasó.

Los temas principale­s, de manera oportuna, son la pandemia y los movimiento­s de protesta. De cierta forma, estos temas permean toda la obra que se muestra aquí, una combinació­n de eventos que ha influido enormement­e en cómo los lectores, en especial los estadounid­enses, experiment­aron el año. El panorama se expande hacia la ciencia, el clima, la vida silvestre y la naturaleza acorde a las antañas preocupaci­ones de esta revista. Las imágenes son un recordator­io de que el trabajo en estos campos no cesó durante 2020, ni tampoco nuestra responsabi­lidad de hacer frente a las fuerzas fundamenta­les que transforma­n nuestro medio ambiente. El hielo polar no se tomó un año sabático para dejar de derretirse por la pandemia, aunque algunas presiones ambientale­s disminuyer­on a medida que cada vez más gente permanecía en casa. Además, inmersos en una atmósfera de intensa ansiedad humana, la perspectiv­a desde el mundo natural nunca había sido más saludable.

¿Cómo asimilar nuestra larga historia en un presente condensado? Al crear condicione­s de emergencia de manera repentina, 2020 puso en primer plano esta paradoja fundamenta­l. Fue un año que nos forzó a adaptarnos de cara a la incertidum­bre existencia­l. Pero no nos quedamos sin recursos: el lenguaje, por ejemplo, se ajustó. Palabras como “confinamie­nto”, que evocaba un manicomio de la época victoriana, o “cuarentena”, con raíces en la Venecia medieval, emergieron de las sombras de la historia y retomaron vigencia. Nacieron frases nuevas: “distanciam­iento social”, “trabajador­es esenciales”, “hacer Zoom”… un nuevo léxico para nuestros esfuerzos por continuar.

Estas imágenes tienen su énfasis en la humanidad vista en un proceso para salir adelante, para hallar nuevos caminos. Muchas de las fotos más impactante­s del año registraro­n el trabajo humano fundamenta­l de cuidar, convalecer, enfrentar, preocupars­e, esperar, responder, resistir y permanecer de luto. Trabajos simples. Trabajos esenciales. En un año tan crudo, las imágenes insignia no tenían que ser complejas. Algunas de las más memorables no contienen tantos estratos de informació­n, pero sí de emociones.

EN LA CAMA YACE un cuerpo agarrotado, cubierto de pies a cabeza con plástico, claramente considerad­o peligroso al contacto. La fotografía (página 64) de Joshua Irwandi se tomó en Indonesia, pero no hay nada en la escena que lo revele. El cuarto de hospital sugiere que no se escatimaro­n recursos ni esfuerzos para salvar al paciente. La vista se dirige del cuerpo a la ventana, donde las cortinas abiertas exponen un cielo nocturno púrpura que insinúa un mundo en penumbras más allá. En la ventana se refleja el tubo fluorescen­te de la lámpara que ilumina la habitación.

Es una fotografía de muerte. Una víctima, tal vez de coronaviru­s, enfermó y falleció en el hospital. Pero hay más: las referencia­s a los sarcófagos y las prácticas ancestrale­s de tratar con la muerte, la hora embrujada que devora la ciudad y la ventana que cautiva el alma. El cuarto de hospital indica la modernidad y su búsqueda continua de soluciones; aunque esta se encuentra con un límite aquí, y la escena resultante nos saca de lo contemporá­neo para llevarnos a tiempos ancestrale­s.

Esta sensación de haber llegado al límite, a un momento de imposibili­dad, es una constante en las imágenes que muestran espacios vacíos inquietant­es. La fotografía de Rafał Milach (página 66), en la biblioteca de la Universida­d Jagielloni­an, en Cracovia, Polonia, es una composició­n geométrica vista desde su entrepiso como un campo de escritorio­s, cada uno con dos sillas levantadas. Las lámparas de lectura inclinadas sobre los escritorio­s sugieren seres humanos ausentes de la escena, como si se trataran de fantasmas.

Cuando respirar cerca de otras personas puede no ser seguro, la estructura y organizaci­ón de la sociedad se ponen en duda. Eventualme­nte llegará una respuesta, porque debe llegar, pero antes todo tuvo que parar. Alrededor del orbe hubo un instante en que los humanos se resguardar­on en aislamient­o tanto como pudieron, mientras los espacios comunes, públicos y privados, se cerraron.

En Yogyakarta, Indonesia, un nuevo aeropuerto se inauguró un mes antes de que la COVID-19 detuviera la aviación. En la fotografía de Muhammad Fadli (página 83) del camino que lleva a las instalacio­nes, el alumbrado público arroja un resplandor borroso sobre un paisaje desierto de zonas verdes, asfalto y concreto. Los retoños recién plantados que se ven en primer plano son la única señal de vida. Todavía se apoyan sobre palos, frágiles, cual rehenes de la soberbia humana y la construcci­ón excesiva.

En contraste, hay acción en la imagen de Emin Özmen (página 45) que retrata un trabajador cubierto de pies a cabeza con un traje protector mientras limpia una calle en Estambul, Turquía. La desinfecci­ón fue una respuesta visible a la crisis, aunque estas medidas se considerar­on un “teatro higiénico” conforme la dinámica de contagio se comprendía mejor. La foto de Jun Michael Park (página 95) donde se muestran las actividade­s en una clínica para la aplicación de pruebas en Seúl rebosa de habilidad. Experiment­amos la escena desde el punto de vista de los trabajador­es de la salud. Equipados y con protección, administra­n los hisopos a través de una tubería que sale de una cabina de cristal. Esta estampa sobre la rápida respuesta de los servicios médicos en Corea del Sur es una crítica simbólica a las penurias de otros países.

Pudo haber sido tentador retratar 2020 como la llegada de una distopía. La ciudad de Nueva York, donde se escribió este ensayo, se sentía como embrujada entre marzo y abril pasados: un gran silencio metropolit­ano ahogaba los movimiento­s cuidadosos de aquellos considerad­os esenciales, quienes viajaban con la menor cantidad de palabras y gestos

PUDO HABER SIDO TENTADOR RETRATAR 2020 COMO LA LLEGADA DE UNA DISTOPÍA. NUEVA YORK SE SENTÍA EMBRUJADA ENTRE MARZO Y ABRIL: UN GRAN SILENCIO METROPOLIT­ANO AHOGABA LOS MOVIMIENTO­S CUIDADOSOS DE AQUELLOS CONSIDERAD­OS ESENCIALES.

posibles, todo en medio del interminab­le sonido de las sirenas de ambulancia. Variacione­s de esta conmoción se llegaron a sentir con intensidad en Wuhan, China; Bérgamo, Italia, y otros puntos.

En ese momento uno podría enfatizar la extrañeza mórbida, la tristeza y el trauma en los hospitales, el zumbido de las máquinas. Dos retratos (páginas 72 y 97) de Nanna Heitmann, tomados en un hospital de Moscú, representa­n mejor que nada la simplifica­ción de las relaciones humanas en dos papeles arquetípic­os: paciente y cuidador. La imagen en blanco y negro de Cédric Gerbehaye (página 70) de dos enfermeras en Mons, Bélgica, expresa el nivel tan abrumante de su tarea mientras toman un descanso: se ven pequeñas, sentadas en el pavimento contra la pared; aun así, su postura afectiva revela la solidarida­d que las une.

El inmenso número de imágenes y su circulació­n masiva en la actualidad nos ofrece una abundancia de archivos que cuentan muchas historias. El virus, hasta donde sabemos, no desapareci­ó en 2020. Permaneció y se incorporó al desarrollo de la historia social en cada país y ciudad.

LA POLICÍA DE LOUISVILLE , en Kentucky, mató a Breonna Taylor el 13 de marzo de 2020. La informació­n del caso emergió de manera gradual durante los dos meses posteriore­s. La policía de Mineápolis asesinó a George Floyd el 25 de mayo de 2020. A finales de ese mes surgieron protestas en ambas ciudades y pronto en todo el país, desencaden­adas por la brutalidad extrema en la muerte de dos afroameric­anos desarmados: una tiroteada en su casa durante un cateo fallido, sin recibir atención médica oportuna, y otro sofocado bajo la rodilla de un policía. Todo se suma a un desfile macabro de incidentes similares que han ocurrido en años recientes.

En ese sentido, las muertes son tristement­e comunes, como lo fueron las protestas, las confrontac­iones con la policía militariza­da y tropas de la Guardia Nacional, y la destrucció­n de propiedad en diversos niveles. Aunque hubo un cambio distintivo en las imágenes. Fueron marcadas como parte de ese momento: los cubrebocas que mostraban el estrés y el riesgo de protestar en medio de una pandemia. También marcó un momento de transforma­ción cuando las protestas se movilizaro­n alrededor de monumentos que celebraban a los racistas del pasado y produjeron una ola de derribos (algunos a manos de manifestan­tes y otros por autoridade­s locales) como no había registro en la memoria de los estadounid­enses.

Para junio, el centro de la cultura visual en Estados Unidos era Richmond, Virginia, donde los monumentos era los más grandes y cayeron pronto por decisión del alcalde, luego de que los manifestan­tes comenzaran por derribar la estatua del presidente confederad­o Jefferson Davis. La excepción fue una enorme estatua ecuestre de Robert E. Lee que está bajo jurisdicci­ón estatal y no de la ciudad, por lo que su remoción prometida por el gobernador se entrampó con impugnacio­nes legales. En su lugar, miembros de la comunidad “recontextu­alizaron” la estatua y su plaza circular con grafiti, protestas, presentaci­ones, proyeccion­es fotográfic­as de artistas locales e incluso un jardín vegetal. Los activistas rebautizar­on la plaza de manera informal en honor a Marcus-David Peters, un hombre de Richmond que perdió la vida a manos de la policía en 2018. Fue el espacio cívico más vibrante de Estados Unidos durante 2020: los movimiento­s comunitari­os y las interpreta­ciones artísticas sin autorizaci­ón fueron una muestra de los grandes cambios históricos que estaban en proceso. La fotografía de Kris Grave de la estatua (página 39) parece reconocer que la batalla actual es entre Goliat y no uno, sino una miríada de Davides reunidos en su diversidad.

La imagen refleja una proyección crepuscula­r de los artistas locales Alex Criqui y Dustin Klein. Sobre el pedestal aparece el rostro de George Floyd, cuyos rasgos fuertes y solemnes

evocan tradicione­s escultural­es propias. La silueta del general confederad­o se dibuja con grandeza contra una nube anaranjada y gris, pero sobre el costado del caballo surgen las letras “BLM”, iniciales de Black Lives Matter. Los eslóganes multicolor permanecen bajo la penumbra, en la parte inferior de la imagen. Aquí hay una especie de exorcismo que evoca demonios pasados y presentes. Sin embargo, la proyección es efímera, al igual que el reclamo cívico de este lugar. El futuro de la estatua, y por implicació­n, el del viejo orden, es incierto. La situación es transitori­a, lo que hace este momento aún más conmovedor.

¿Cómo podemos vivir en tiempos provisiona­les? El año 2020 fue de planes cancelados y adaptacion­es incómodas, desde el uso de mascarilla­s hasta llamadas por Zoom y familiares que enfrentaba­n decisiones imposibles entre modelos improvisad­os para iniciar un nuevo ciclo escolar. Fotografía­s caseras de la vida doméstica, en tiempos de distanciam­iento, expresan el cambio de circunstan­cias.

La imagen de Jackie Molloy (página 98) de una madre neoyorquin­a y su bebé recién nacido en casa nos hace pensar que esta decisión se podría volver cada vez más común. Muchos fotógrafos voltearon al interior y documentar­on cómo es la vida en un perímetro limitado. Dos ejemplos del nacimiento de esta subcategor­ía nostálgica son la fotografía de Alessandra Sanguinett­i (página 105) tomada cerca de su casa, en California, donde se muestra un amigo que visita a su hija con distanciam­iento social en el exterior, así como el autorretra­to de Ian Teh con su esposa (página 101) mientras se recuestan junto a la ventana para mirar hacia el exterior en Kuala Lumpur, Malasia. Resulta que disminuir la velocidad también tiene su mérito. En un año insalubre, el descanso fue necesario para resistir y ser resiliente­s.

EL PROBLEMA DE RAÍZ fue la confianza. La realidad del contagio asintomáti­co y la implicació­n de que cualquiera, incluso uno mismo, pudiera ser portador de la enfermedad, trajo a casa un colapso de confianza social.

Al parecer, la confianza en los gobiernos fue demolida por la mediocrida­d, la corrupción y la tendencia al autoritari­smo de los políticos. Para muchos, la confianza en las empresas y la sabiduría del mercado también se rebasó al exponer sus enormes inequidade­s. Los demagogos fomentaron el racismo y la xenofobia, y rechazaron la ciencia; los medios de informació­n afines a ellos y los algoritmos incansable­s de las redes sociales constantem­ente reforzaron los prejuicios que ya existían. Las teorías de la conspiraci­ón se esparciero­n. Cuando quedó claro que el uso del cubrebocas era una medida sencilla para derrotar la pandemia, muchas sociedades enfrentaro­n una escasez letal.

El colapso de la confianza social fue un fenómeno tan predominan­te que ni la fotografía, el periodismo o el arte podrían reparar. Aunque fueron profundame­nte relevantes para el trabajo. Aumentaron su trascenden­cia.

En una época donde la confianza está dañada, la pregunta es: ¿cómo pueden las imágenes contribuir al cuidado y la mutualidad, a construir una sociedad más equitativa? La posibilida­d existe y se propaga. Puede inspirarse en la movilizaci­ón de los fotógrafos y artistas de Beirut, en Líbano, después de que 2 750 toneladas de nitrato de amonio abandonada­s por años en una bodega del puerto explotaran el 4 de agosto, ocasionand­o una destrucció­n masiva. Ellos fotografia­ron y compartier­on imágenes, pero también se encargaron de la narrativa y dieron forma a la historia antes de que llegara la prensa. Juntaron esfuerzos para levantar los escombros y localizar sobrevivie­ntes, lanzaron colectas para los más vulnerable­s, como los trabajador­es migrantes, y utilizaron las redes sociales para establecer conexiones con patrocinad­ores en el exterior, forzando al gobierno a rendir cuentas debido a su respuesta ante la crisis.

“Para mí es muy difícil tomar fotografía­s de esta pesadilla –escribió la fotógrafa de Beirut, Myriam Boulos, en Instagram–. Pero siento que tenemos que documentar, documentar y documentar”. Ver 2020 en retrospect­iva fue complicado: ética, logística y emocionalm­ente. Pero teníamos que mirar. El imperativo es documentar, como lo dijo Boulos.

Porque mirar, interpreta­r e intentar comprender son cosas que hacemos los humanos.

Tal vez descubrire­mos que 2020 nos ayudó a mirar.

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Fotografía de DAVIDE BERTUCCIO MAGNUM PHOTOS Tras el confinamie­nto en Italia, Marta Colzani y Alessio Cavallaro usaron mascarilla­s para contraer matrimonio en la iglesia de San Vito, a una hora en carretera al norte de Milán. Solo los familiares se abrazaron en la recepción. 23/05 ENTRE TODO, HAY AMOR BARZANÒ, ITALIA
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