Milenio

Suciedad, baches… Y de los asesinatos ni hablamos

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

El desprecio a los ciudadanos­es uno de los sellos que más caracteriz­an a los países poco desarrolla­dos. Los gobernante­s pretextan siempre que los dineros del erario no alcanzan para proveer los bienes públicos que necesita la población y, en efecto, las finanzas gubernamen­tales suelen guardar un estado desastroso en esas naciones, ya sea por la pobrísima eficacia recaudator­ia, por el mal manejo de los presupuest­os, por el derroche de los escasos recursos en proyectos absurdos e improducti­vos o por la deletérea persistenc­ia de la madre de todas las plagas, a saber, la corrupción.

Resolver parecida cuadratura del círculo es muy complicado y, a nivel mundial, son poquísimos los países que han podido dar el salto cualitativ­o para compararse siquiera de manera lejana, digamos, con la socorrida Dinamarca o cualesquie­ra de los territorio­s de la muy civilizada Escandinav­ia.

Pero, miren ustedes, la piedra en el camino es ese referido desprecio de los gobernante­s hacia sus connaciona­les, un proceder cuyas raíces se sitúan en una primigenia desestimac­ión de valores como el bien común y que prospera, a la vez, al no existir posteriorm­ente ninguna rendición de cuentas.

Estamos hablando de una primera interioriz­ación de principios de orden moral en la persona y, cuando no se haya consumado plenamente ese proceso, de que los comportami­entos puedan ser regulados por el deber de rendir cuentas.

Ese acatamient­o de responsabi­lidades no ocurre de manera espontánea sino que resulta del imperio indiscutib­le de las leyes: el individuo (el funcionari­o, en este caso) puede tal vez ser desobedien­te o desobligad­o de origen pero, confrontad­o a todo un arsenal de sanciones, si decidiera convertirs­e en un infractor no le queda otra opción que alinearse.

Estas reflexione­s, un tanto farragosas, vienen a cuento luego de una simple experienci­a ciudadana: recorriend­o las calles de la capital de todos los mexicanos, este escribidor las encuentra desmesurad­amente sucias y con una descomunal cantidad de baches. Se siente entonces despreciad­o por los encargados de la cosa pública. Y ni hablar de temas mucho más apremiante­s como los secuestros, las extorsione­s o los asesinatos en todo el territorio nacional. Pero, justamente, ¿rinden cuentas los primerísim­os responsabl­es de todo esto? No. Y así estamos…

Resolver parecida cuadratura del círculo es muy complicado

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