¿Machetes contra pistolas?
El pueblo bueno no anda armado ni tiene con qué defenderse. El pueblo bueno necesita de un gobierno bueno para vivir en paz. La tarea del pueblo bueno no es hacerse cargo de su propia seguridad sino dedicarse a su trabajo y prodigar cuidados a los suyos.
El pueblo bueno no merece ser abandonado por un Estado que renuncia a combatir a los delincuentes malos.
El pueblo bueno no debe ser tampoco la primerísima víctima de los individuos más canallas, más desalmados y más violentos.
El pueblo bueno exige justicia, no palabrería vacía ni rimbombantes demagogias.
El pueblo bueno también es propietario y también requiere que sus bienes sean protegidos.
El pueblo bueno cultiva esforzadamente sus parcelas en la campiña pero no tiene por qué repartir los frutos de su esfuerzo a maleantes vividores.
El pueblo bueno es paciente pero su estoicismo tiene límites.
El pueblo bueno quiere habitar un país que también sea bueno.
El pueblo bueno exige justicia, no palabrería vacía ni rimbombantes demagogias
El pueblo bueno sufre más que los gobernantes malos.
El pueblo bueno no es un pretexto propagandístico sino la esencia de una nación.
El pueblo bueno trabaja todos los días de sol a sombra pero espera que esos desvelos edifiquen un sueño de bonanzas, no una pesadilla habitada por sicarios miserables.
El pueblo bueno tiene más derechos que los asesinos, los secuestradores, los violadores y los extorsionadores.
El pueblo bueno quiere construirle un futuro bueno a su país, no un atroz escenario de violencias y brutalidades.
El pueblo bueno nunca debe sentirse desamparado. El pueblo bueno habita Texcaltitlán, un rincón de una patria, la nuestra, que no debe seguir descendiendo a los infiernos.*